Andaba haciendo ejercicio en el mejor y más barato gimnasio de Torreón: Galerías. Porque por 17 pesos puedes caminar en planito, con aire acondicionado y muchas comodidades más, cuando de repente se me aparece mi adorado terremoto: Mi sobrina-nieta, Bárbara.
"Vamos al cine, tío, vamos al cine. Ándale vamos al cine" y no dejaba de jalarme el pantalón. "¿Qué quieres ver, hija?", le pregunté: "Los pitufos"-- respondió.
Pensé, para mis adentros: "¿Yo qué demonios le voy a ver a los pitufos?", pero como diría mi amiga Tere, repitiendo un dicho árabe: "Cosa grande, pide cosa pequeña", pues le dije que sí. En un momento estaban listas para entrar al cine: Laura, Claudia, Laura Lety, Abraham y por supuesto Brenda, su madre.
Nunca me imaginé que disfrutaría tanto una función de cine como ésa.
Desde luego, la trama es muy simple e infantil, pero, la película está filmada en París, con una excelente fotografía y presenta unas vistas de la ciudad luz, verdaderamente espectaculares.
Aparece París en todo su esplendor y con ese sabor francés que es incomparable.
Pero además, al lado mío estaban dos menores, un niño y una niña, que no dejaban de reír y sus risas eran verdaderamente contagiosas. Al escucharlos, pensaba: "Cuán simple es la vida a esas edades"; y "cómo nos la vamos complicando con los años".
Al terminar la película, vino a saludarme Bárbara y me dijo, muy propia: "¿Disfrutaste la película? Porque esta niña sí la disfrutó"- afirmó.
De vez en cuando es bueno dejar salir al niño interior que todos llevamos dentro. Porque él sigue estando ahí, pero nosotros con nuestras estupideces, lo mantenemos acallado casi permanentemente.
En relación con este tema, vi recientemente un alegato por internet, de un niño dando sus razones del porqué no quería crecer. Y entre otras, decía: "Los adultos se pasan todo el año trabajando, para poder tomarse 15 días de vacaciones. Y para mí, todos los días son vacaciones". El argumento, sin duda, es contundente, pero siempre tendremos la oportunidad de disfrutar como niños, para romper con la monotonía de nuestras vidas.
Por eso mismo, procuro reunirme lo más posible con mis sobrinas nietas: Bárbara y Sofía, porque piensan y actúan de una manera que, a veces, me dejan sorprendido, sobre todo por la simplicidad de sus razonamientos.
Y frente a esas actitudes, no pude menos que preguntarme: ¿Qué nos pasa con el tiempo? ¿Por qué perdemos la capacidad de asombro?; y la facilidad para disfrutar las pequeñas cosas de la vida.
Jamás imaginé que a estas alturas de mi vida iba a tener la oportunidad, tan gratificante, de convivir y aprender de dos pequeños seres a los que amo profundamente.
Porque esos seres, no sólo te enseñan cosas, sino que además te hacen revivir otras que te reconfortan.
Qué simple es la vida de un niño; y cuán pronto la abandonamos.
Es como en aquella antigua poesía de Manuel Benítez Carrasco: "El niño quiso ser hombre. Se estaba tan mal de hombre, que ya no quiso crecer".
La vida nos va arrancando: Ingenuidad, asombro y sueños maravillosos. La risa franca y limpia de un niño y su honestidad en el decir, aunque a veces nos parezca cruel, porque el niño al cojo le llama cojo y al ciego, ciego.
Luego, la vida nos viste de "prudencia y solemnidad"; y acaba con la espontaneidad y terminamos por, simplemente, sobrevivir.
Yo me alegro de contar, cerca de mí, con seres como Bárbara y Sofía, que rompen mi monotonía y me llevan a hacer cosas que no haría de por mí.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".