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Del perro que quería ser gato

JÓVENES COLUMNISTAS

GABRIEL ACOSTA
“No todos los que vagan están perdidos”.— J.R.R. Tolkien

Alertándolos a ustedes lectores de la historia que estoy por contar, me parece lo más sensato aclarar unos puntos antes de que la lean: la historia es muy vieja y escribo esto mientras mi memoria -o la ausencia de ella- decide divertirse conmigo (o de mí). Tal vez no sea la mejor forma de empezar una columna, pero espero confíen en que tengo un buen punto.

Había una vez un perro que tuvo serios problemas de personalidad, desde que era cachorro tuvo una seria admiración hacia los gatos y un día decidió volverse uno de ellos (como en verdad no recuerdo su nombre, espero que cada uno de ustedes le atribuya el que mejor les parezca). Cada noche, este perro se iba de juerga y a la mañana siguiente regresaba hambriento, cansado y arañado. Dormía casi todo el día, cazaba palomas en la tarde y trepaba los tejados en la noche. En realidad tenía una muy buena vida de gato, y a pesar de que a veces dudaba de serlo, a más de uno llegó a convencer que realmente lo era. Un día, en un arranque de valor por probarse a sí mismo que efectivamente era un gato, saltó de una azotea y nunca nadie más lo volvió a ver… con vida.

Sé que no es la mejor historia que han leído, pero para mí contiene la esencia de lo que es la misión en la vida: si no se aprende a aceptar la naturaleza física y espiritual de quiénes somos, nunca se encontrará el camino correcto y quizá en nuestro fallido intento por querer ser "gatos", la muerte -no necesariamente física- nos sorprenda mucho antes de lo esperado.

Alguien una vez dijo que en la vida se nace dos veces: cuando se llega al mundo y cuando se descubre a qué se vino. Debemos ser conscientes que el proceso de descubrir nuestro fin en el mundo no es nada sencillo, a veces se atraviesa por un enorme desierto lleno de dudas y paradojas, de trampas, miedos y salidas de emergencia (porque en más de una ocasión nos topamos con el inútil pensamiento de renunciar). No digo que esto sea malo de alguna manera, somos seres humanos, somos imperfectos y estamos propensos a cometer errores, pero si no se encuentra la forma de aprender de ellos nunca vamos a encontrar un verdadero aprendizaje, por ende será más difícil encontrar ese camino.

Einstein dijo que todos somos inteligentes, pero si juzgamos a un pez por su habilidad de trepar árboles, crecerá toda su vida pensando que es estúpido. Creo que todas las cosas tienen una utilidad y un propósito que cumplir, desde la mesa que nos sirve para comer en ella hasta la cama que sirve para dormir, así también nosotros: aunque hay unos que batallamos en encontrar el rumbo, también hay quienes siempre lo supieron. Después de que se encuentra ese rumbo lo único que queda es seguirlo sin importar qué tan difícil pueda lucir el panorama.

Desde que somos pequeños vivimos bajo un estereotipo y bajo un estándar de lo que el éxito debe ser. Un albañil puede despertar un día a sus ochenta años y sentirse mal porque pasó toda la vida queriendo ser carpintero. Un economista también puede despertar un día y darse cuenta que todo lo que quiso era ser albañil. En ambos casos se vivió una mala vida y una mala vida no tiene que ver con el "éxito" sino en la mera forma de vivirla. Claro ejemplo de ello es el pobre perro que quería ser gato.

Esta columna no va dirigida a la gente exitosa, sino a todas las personas que se sienten vagar sin encontrar una luz a la distancia. La paciencia es una virtud de la que normalmente se carece cuando se vienen los tiempos difíciles, hay que entender que las cosas más grandes toman tiempo, pero si se sabe esperar se obtiene la recompensa. Si en verdad no hay algo que deseen tanto como para tomar el riesgo o las cosas no salen cómo lo planearon, quizá sea el momento de entender que hay cosas que no se pueden entender, que a veces sólo es cuestión de poner las cosas en manos de un ser superior y saber que ahí es justamente donde nunca se estará perdido.

La vida regala historias de personas fascinantes, algunas tanto que la tarea de tratar de describirlas con palabras se vuelve absurda, que simplemente son de otro mundo. Quizá en su búsqueda por su camino hubo gente que llamó a esas personas locas, pero a final de cuentas esos "locos" que creen poder cambiar el mundo, son quienes realmente lo hicieron. Tengo el honor de toparme con algunos de esos "locos" y aprovecho este medio para felicitar a Alejandra, la mayor loca de todas, que acaba de encontrar en la medicina su mejor medio para cambiar el mundo.

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Escrito en: jovenes columnistas

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