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Demoradas

ADELA CELORIO

En principio alguien propuso hacer el viaje en autobús -sumando las horas de anticipación y de espera, hacemos casi el mismo tiempo y nadie te encuera en el aeropuerto antes de abordar- dijo una de las cinco viajeras que formábamos el grupo. Optamos por el avión con objeto de aprovechar mejor los tres días con que contábamos. Muy de madrugada emprendimos el viaje a Toluca para desde ese aeropuerto, tomar el vuelo de las 8:30 que según aviso de última hora, despegaría con veinte minutos de retraso. De cualquier manera llegaríamos justo a tiempo para arrojar el equipaje en el hotel, salir corriendo y aprovechar el primero de los tres días de que disponíamos para escuchar y convivir aunque fuera brevemente con lo más exquisito del mundo literario que convoca la Feria del Libro de Guadalajara.

Habíamos elegido cuidadosamente el menú y saboreamos con anticipación el suculento banquete de inteligencia, talento e imaginación que ofrece ese encuentro. Pero resulta que uno pone y Aeroméxico dispone. Nuestro vuelo retrasó el retraso y luego se retrasó de nuevo y pues -no sabemos nada, ya les avisaremos- Y ahí nos dejaron, varadas en el aeropuerto de Toluca seis horas. Para entonces ya nos habíamos perdido las conferencias que habían motivado nuestro viaje: escuchar a Felipe Gonzalez el carismático expresidente del gobierno español, al Novel Vargas Llosa, al israelita Amos Oz -uno de mis escritores favoritos. Nos compensaron, eso sí, con un vale que fue insuficiente para pagar el desayuno. Algo es algo -dijimos, y después de desayunar largo y platicado, vagamos sin rumbo por el aeropuerto, esa tierra de nadie donde la vida queda en suspenso, y el tiempo de uno queda en manos de quién sabe quién. Comisionamos a la más aguerrida de nosotras para que se pegara al mostrador de la aerolínea y nos mantuviera informadas; mientras tanto baboseamos en las tiendas, volvimos a beber café, leímos los periódicos, tomamos cerveza, mentamos muchas madres; y en el mostrador de la aerolínea nadie daba razón.

Finalmente a la una y algo abordamos por fin y aparecimos en la feria con la fresca de las cinco de la tarde. Corrimos de un lado a otro, alcanzamos lo que pudimos y después de una cena -que sin haber comido más que una miserable ración de cacahuates japoneses que una malhumorada azafata nos arrojó en el avión- todo lo que sirvieron en el restaurante La Tequila nos pareció magnífico. Tras algunas tequileras Margaritas y la alegría de estar juntas y en Guadalajara; como que se nos pasó el coraje. La feria del libro exalta lo mejor de los tapatíos que durante esos días se lucen. Es un verdadero agasajo su hospitalidad y su gastronomía. Los taxis flamantes y los taxistas además de ilustrados; amables y serviciales. Los empleados del hotel todo sonrisas y sí, cómo no, lo que ustedes gusten. Musicalizado por un pianista, el desayuno era una magnífica forma de empezar el día, y la feria, destinada este año a Israel; cosmopolita e inabarcable.

Olvidadas de que diciembre el mes del consumidor; corrimos de un salón al otro para escuchar a los escritores que llegan de todo el mundo con objeto de acercarse a sus lectores y dialogar con ellos. Lástima, sólo dos días para ensanchar el espíritu, porque el tercero muy temprano debíamos volver a esta capital. Era sábado y la familia tenía planes para nosotras. Además, debíamos hacernos perdonar la escapada. De nuevo el madrugón, las maletas que no cierran, las prisas. La ansiedad que provoca el regreso se inflamó cuando en el aeropuerto nos informaron que cuál, que cómo, que nadie sabe nada, que nuestro vuelo, el 2620 que debía salir a las 9:30 am; simplemente no existía. Dejá vú. ¿Pero cómo? Pero si tenemos el boleto pagado desde hace un mes. No, esto no nos puede estar pasando. Al que no quiera sopa, doble plato, solía decir mi padre. Y así fue, nos duplicaron la ración y tuvimos que discutir, pelear, amenazar, para que por ahí de las tres de la tarde nos informaran que saldría de Monterrey un avión de rescate que nos recogería en Guadalajara para traernos al D.F. a donde llegamos ya oscurecido. Dos días de mi vida, de nuestras vidas porque éramos ciento y tantos los pasajeros varados; aunque para nosotras (cinco escritoras y periodistas, pero también esposas y madres de familia que con dificultad nos hicimos un espacio entre los deberes domésticos y los compromisos laborales para asistir a la Feria) robarnos dos días fue un daño irreparable. Ahora, Aeroméxico me bombardea con correos pidiendo mi opinión sobre el servicio que ofrecen. Pues bien aquí les va la respuesta: ¿Qué van a hacer para compensarnos?

adelace2@prodigy.net.mx

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