Tradición. Las bandas de guerra y las tablas rítmicas se llevaron los aplausos.
Aún no era las nueve de la mañana y los alumnos ya estaban inquietos en la Alameda Zaragoza de Torreón. Las risas y prisas fueron parte la jornada revolucionaria que transcurrió sin inconvenientes.
"¿Cómo me veo?", se preguntaban a unas a otras las estudiantes que portaron trajes revolucionarios. Sobre los camellones checaron sus maquillajes y hasta ajustaron las trenzas postizas. Los hombres jugaron con sus bigotes y fruncían el ceño para las fotos.
Las más emocionadas fueron las madres de familia quienes tomaron fotos de cada detalle, además de limpiar y peinar a sus pequeños. No faltaron los niños que se fueron sin desayunar y sacaron su "lonche" durante el recorrido.
El olor a barbacoa se percibía cuadras antes de llegar a la Gran Plaza, donde tradicionalmente colocan sus puestos de comida. Los vendedores de barbacoa llegaron desde las ocho de la mañana, armados de salsas y verdura finamente picada.
Poca gente se reunió en torno a la Gran Plaza, ahí justo donde Eduardo Olmos Castro, alcalde de la ciudad, en compañía de regidores y directores, saludó al contingente.
El grueso de los torreonenses prefirió ubicarse en la Plaza de Armas y ver el desfile mientras comían las tradicionales gorditas de cocedor.
Hubo quienes buscaron la vista privilegiada para ver el desfile y se sentaron en las ventanas de un conocido banco, ubicado entre la calle Juárez y Cepeda. Ahí, las familias con pompones y porras ensayadas animaron el desfile.
"Ahorita vienen los caballos", prometió una madre a su hijo, pero al filo del medio día los rayos del sol se sintieron con mayor fuerza y la mayoría de las familias poco a poco abandonó el centro de Torreón.
Alcalde
En el último desfile de la Revolución Mexicana encabezado por el acalde Eduardo Olmos, la mayoría de los torreonenses prefirió verlo en la Plaza de Armas.
