Han sido estos días extraños, quizás por la entrada de la primavera, que a esta edad genera el fenómeno contrario a lo que sucedía antaño.
En su libro: "Nada", Janne Teller, nos dice en voz de su personaje principal: "Pierre Anthon dejó la escuela para encaramarse a ese ciruelo, permanecer sentado en él y desde ahí lanzar ciruelas todavía verdes, con afirmaciones como estas: "Nada importa. Hace mucho que lo sé. Así que no merece la pena hacer nada. Eso acabo de descubrirlo."
La vida transcurre siempre de la misma forma. Somos nosotros los que nos angustiamos y psicológicamente nos presionamos con nuestros miedos y temores.
Pero eso nos pone tristes, lo que tiene que pasar, pasa, y nada podemos hacer por evitarlo; son cosas que escapan a nuestro control.
Nos podemos pasar la vida encaramados en un árbol, simplemente viendo pasar el devenir de los acontecimientos y en una actitud estoica, evitar que esos acontecimientos nos hagan daño.
Por momentos, parecería que la vida pierde sentido, pero la realidad es que aún hay cosas gratas por disfrutar.
Los acontecimientos se me impactaron en la cara.
Por motivos que no vienen, tuve que ir a Saltillo; y después del trabajo, me reuní con un grupo de amigos, y comimos en Don Artemio (¿donde más?) y ahí coincidí con mi amigo Juan Ramón Cárdenas, dueño del lugar y chef de "sabor huracanado".
En esa mesa de amigos se encontraban: Pancho, Enrique, Jesús (el poeta) y por supuesto Juan Ramón. Todos abordando temas de gran interés y echando sobre la mesa su cuarto de espadas. Y aunque no siempre coincidíamos en los puntos de vista, todos eran dignos de reflexión y análisis.
En un momento dado, hubo que suspender la charla, porque se hacía noche y había que regresar. Lo hicimos no sin antes formular el compromiso de que en pocos días nos volveríamos a reunir.
Llegando a Torreón, me encontré con la sorpresa de que había tocado base mi amigo Jesús (el patrón), después de un periplo de varios meses allende el Atlántico. Y de nueva cuenta volvimos a la buena mesa y la mejor charla, ahora acompañados de mi entrañable amigo Íñigo, que como siempre me regaló una historia fantástica que algún día contaré: la historia de la cuchara, la guerra civil y el amor.
Entonces comprendí que la vida sí tiene sentido si se comparte con amigos. De otra forma es una vida estéril. Porque los amigos nos acompañan siempre, si los sabemos cultivar buenos y son quienes le dan sentido y gusto a nuestra vida.
Pierre Anthon estaba equivocado. La vida no es un cajón vacío, en el que nada vale la pena.
Muchas cosas valen la pena y de manera especial los amigos. Porque sin ellos es un páramo yermo en el que no florece ni la más pequeña flor.
Yo me precio de tener grandes y significativos amigos. Algunos tan antiguos como Íñigo, que me tolera desde la primaria y aún no nos aburrimos.
Al patrón se le extraña mucho, pero me siento a gusto sabiendo que él y su familia están bien y disfrutando a sus anchas por el mundo. Que lo único que le hace falta es aprender a viajar "ligero de equipaje", para que no batalle en los aeropuertos.
Dios permita que sigamos juntos muchos años, porque sé y he sentido el dolor del desprendimiento definitivo y es muy grande.
Pobre de aquel que carece de amigos, porque va por la vida sin tener con quién disfrutar de ella.
Doy gracias por haberme permitido contar con tan buenos y significativos amigos y espero tenga la oportunidad aún de hacer nuevos amigos que le pongan sentido a mi vida.
La vida tiene sentido cuando sabemos disfrutar de ella, porque es un banquete preparado para nosotros y sólo necesitamos advertir que ahí está para disfrutar de él.
Hagamos lo que sea necesario para conservar a nuestros afectos y no permitamos que el invierno y la soledad alcance nuestras vidas.
Porque como dice Íñigo: Si hacemos de cada otoño una primavera, el invierno nunca tocará a nuestras puertas.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".