Las penurias de la zona del euro no parecen tener fin. Este año ha estado plagado de noticias negativas, que para sorpresa de algunos, todavía no tienen un efecto importante sobre los mercados financieros y, en particular, sobre la cotización de la divisa europea.
En febrero, por ejemplo, el resultado electoral en Italia dejó dividido al parlamento en 3 bloques políticos, y no le dio a ninguno la mayoría en ambas cámaras para formar un gobierno. Después de varios meses, las distintas fracciones políticas siguen sin unirse en una coalición que pudiera gobernar Italia.
Los problemas continúan este mes. El parlamento italiano no pudo ponerse de acuerdo para elegir al sucesor del presidente Giorgio Napolitano (de 87 años), al que acabaron reeligiendo (¡por 7 años!) en una sexta votación el sábado pasado, con el descontento del partido socialista y del movimiento 5 Estrellas.
Esto muestra que el ambiente político en Italia mantendrá todavía por un tiempo la indefinición que plaga a sus distintos partidos, que no logran ponerse de acuerdo para conformar un gobierno.
Esta indefinición, sin embargo, no puede durar mucho, por lo que si no se resuelve, Napolitano tendrá que disolver el parlamento y convocar a nuevas elecciones para el verano. Esto, de suceder, pudiera poner nuevamente nerviosos a los mercados financieros.
Italia, sin embargo, no ha sido la única pesadilla para la eurozona este año. En marzo se presentó el caso de Chipre, donde los depositantes de los bancos se lanzaron a las calles en protesta por la intención de su gobierno de gravar todos los depósitos, incluyendo los garantizados.
Este mes hubo otros episodios preocupantes. Por un lado, hay nerviosismo en cuanto a si Eslovenia, Malta o Luxemburgo pudieran ser los siguientes países con problemas bancarios, lo que de suceder afectaría negativamente a sus depositantes, como ocurrió en Chipre, además de que sentaría otro precedente negativo para los bancos en países con problemas de deuda.
Por otro lado, en Portugal el Poder Judicial declaró inconstitucional parte del programa de austeridad del gobierno, en lo que respecta a la eliminación del catorceavo mes de salario a los trabajadores del sector público y los pensionados. Esto pudiera obstaculizar los compromisos del gobierno portugués con la eurozona y obligarlo a solicitar dinero adicional.
El gran problema para la eurozona es que todos estos casos se presentan en un momento cuando la austeridad está llevando a un alza considerable de la desocupación y a caídas importantes en el ingreso en las naciones afectadas. No extrañan, por tanto, las expresiones crecientes de descontento de los españoles, griegos, chipriotas y ahora los portugueses.
Algunos piensan que la austeridad en países con problemas de deuda no funciona. Quizá no sea la medicina adecuada para una nación que tiene el control de sus políticas monetaria y cambiaria. Pero ése no es el caso de los miembros de la eurozona, quienes renunciaron a esas políticas, en particular a la devaluación de su moneda, cuando se unieron al euro.
El camino del ajuste en ese contexto sólo tiene dos opciones. La primera es el equivalente de una devaluación interna, donde se recupera la competitividad mediante reducciones importantes en salarios y precios internos, con repercusiones brutales sobre el empleo y la actividad económica.
La otra opción es abandonar la austeridad y aumentar el gasto, como sugieren algunos economistas, entre los que se encuentra Paul Krugman. No hay duda de que una política expansiva, si se pudiera aplicar en la situación actual de esos países, haría más llevadero el ajuste y permitiría algo de crecimiento en el proceso.
Este camino, sin embargo, se antoja políticamente imposible. La expansión del gasto público y el mayor déficit requeriría de financiamiento, que no estarían dispuestos a otorgar los inversionistas internacionales.
En ese contexto, su viabilidad dependería de que los contribuyentes de los demás países del euro, en particular, los alemanes, acepten solventar los déficits públicos y las quitas de deuda, así como pagar los platos rotos en Grecia, Chipre, Portugal, Irlanda, España, y quizá también, en un extremo, hasta Italia.
Lo preocupante es que en Alemania la disposición para seguir pagando los platos rotos por otros es cada vez menos. La paciencia se está agotando, como lo demuestra la creación de un partido político que está a favor de regresar al marco alemán.
Es claro, entonces, que el futuro de la divisa europea depende de lo que decida hacer la nación teutona, porque como señaló Michael Burda, profesor de economía de la Universidad de Humboldt en Berlín a la revista TheEconomist "el mayor riesgo para el euro en este momento no es que salga Grecia, sino que lo abandone Alemania".