¿Dónde quedaron el amor y la paz?
De pronto los días de odio, coraje, desconfianza, ira y abuso empezaron a rondar en la gente bonita, en las personas de alta y mediana sociedad. La vara que se encarga de medir a los individuos por su abultada cuenta bancaria o su estrato de vida y trabajo, esta vez también les marcó y con esa vara pintaron su raya, señalaron sus puntos referenciales de dominio. La desconfianza les ganó y pusieron bardas, muros y barreras cubiertas de ignominia para que la gente fea y prejuzgada por ellos, o de plano la plebe no deseable, de ninguna manera camine o entre a sus colonias y ensucie sus adoquinadas banquetas y sus empedradas y lustrosas calles. Como Jericó en los tiempos bíblicos se amurallaron y si en ese tiempo las trompetas dieron siete vueltas y Josué el guerrero de Dios derribó esa muralla, ahora nadie podrá vulnerar las sólidas bardas de concreto a mitad de las calles, menos la ley, a merced de los que puedan pagarla.
El miedo a la muerte, el temor a lo desconocido y a las mafias sin rostro, sigue vigente. Primero fue vivir con el Jesús en la boca, después casetas, guardias y centinelas a la entrada de algunos fraccionamientos, largas varas que se levantan para dar el sí y que la persona pase en esas aduanas domésticas. Pero ni cámaras de televisión a larga o corta distancia o circuito cerrado pudieron parar las balas. Ahora estas personas creen (se duda que piensen) que tapando calles evitarán que los delincuentes penetren a sus viviendas y rocíen con acero o plomo sus pobres humanidades. La estupidez por la que algunos miserables humanos estamos dotados nos hace vivir con más temor, ya que una vez entrando los malandros, para los vecinos será más difícil huir; es decir, ellos mismos están entrampados y tapiados.
Para el pobre perfil y la angosta mentalidad de nuestras autoridades, otorgarles o concederles el permiso, dejarlos que tapen calles a su libre albedrío, es lo más fácil y hasta de esta manera las autoridades se protegen ante algún delito aludiendo que los vecinos fueron los de la idea. Pues aunque suene a lugar común: el destino nos alcanzó y los niños e hijos de esos vecinos amurallados están viendo ya el presente futuro de lo que les espera, ya que ellos cuando crezcan no sólo vivirán en el encierro permanente, sino que para entonces pondrán metralletas u otras armas pesadas en las ventanas y techos de sus costosas mansiones y lujosos castillos. En algunas colonias de Monterrey ya se está viviendo lo antes expuesto, Saltillo y su alta ‘sociedad’ también le está entrando al encierro.
El libre paso de los ciudadanos ahora queda tapado, la misma Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos quedó apartada para dar paso a las bardas en plena calle. Aquí es cuando los ciudadanos comunes se preguntan: ¿por qué no se aplica la ley hasta las últimas consecuencias a cualquier hijo de vecino que tapa una calle? Si a cientos de personas se les acusa y hasta multan por invadir una simple banqueta con algún puesto de comida. La respuesta hasta un retrasado mental ( incluyendo a los políticos) la puede dar: porque son colonias en donde predomina la gente bien, la gente estudiada, la que se cree rica, la que tiene buenas casas y hasta chimenea que nunca quema leña ni echa humo, sólo de adorno, la gente que no viaja en camiones urbanos o rutas, los güeritos que usan la última moda en la ropa a la que le llaman ‘de marca’, calzado de piel legítima, y qué decir de los vehículos último modelo de esos que sí pagan tenencia.
¿Entonces donde quedan la bondad, la paz, el amor y otras tantos valores morales, éticos y humanos que pregonan algunas de esas familias en la iglesia y en sus rezos, plegarias y oraciones? La contestación es sencilla y ahí está, representada en bardas, aunque la peor barrera puede ser la ceguera que impera en esas mentes.
Para las autoridades en este caso de Torreón, es una cachetada con guante blanco la que les están dando los vecinos amurallados al tapar calles y más con permiso concedido; no se dude de que hasta algún político vivillo de los llamados servidores públicos les esté cobrando su buena lana por darles el mentado permiso o como sucede en este país: el tráfico de influencias. ¡De ese pelo!
Pues ahí están, aquellos que cuentan y dicen que domesticaron el desierto, aunque a estas alturas es al contrario, nosotros con nuestro orgullo nos convertimos en un triste y desolado desierto y no sólo por la tierra, sino también por la sequedad de nuestras almas.
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