Todo indica que el país está en vísperas de poder abrir una nueva etapa en su desarrollo social y económico. Los detonadores serán las reformas energética y fiscal que se sitúan al parejo en importancia con la reforma educativa que está en proceso de aplicación.
La reforma energética tiene su ingrediente más visible en el uso más racional que todos queremos dar a nuestros vastos recursos petroleros y de gas y que la coyuntura internacional hace urgente. Ello requiere liberar a Pemex de la asfixia de formar parte del presupuesto de la Secretaría de Hacienda.
Por otra parte, tiene que terminar la enfermiza dependencia que ata las finanzas públicas a lo que recauda de la empresa petrolera. El vacío que quede en el presupuesto federal será llenado con una rigurosa administración del erario federal y los inevitables aumentos en los impuestos. Son pasos indispensables para que por fin Pemex pueda cumplir su responsabilidad de explotar y procesar el recurso nacional que se le ha encomendado para lo cual Pemex entrará en asociación con las empresas más capaces del mundo.
Una sólida y estructurada reforma fiscal, por su parte, tocará todas las actividades del país con sus impuestos y subsidios y contribuirá a emparejar las grandes disparidades socioeconómicas que adolecemos mientras dota al gobierno de recursos con qué impulsar crecimiento con equidad.
La simultaneidad de ambas reformas en el calendario legislativo dará ocasión para participar en el contraste de dos diferentes visiones del desarrollo, la que da prioridad a la estabilidad del escenario económico identificado con solidez monetaria y financiera y, por el contrario la visión desarrollista que postula el impulso directo a la actividad productora.
Las dos posiciones se plantean como opuestas. Desde hace casi treinta años la decisión de sucesivos gobiernos, sin importarles banderías políticas, se fue por la ortodoxia de la estabilidad, control no sólo de inflación sino de salarios. A esa posición se añadió la apertura del mercado nacional a todo tipo de intercambios internacionales lo que condenó a la agricultura y a la industria a cerrar muchas operaciones para dejar libre la entrada de productos importados.
Hoy día las virtudes del aperturismo llevado al extremo en los últimos años, no lucen tan evidentes más que en el importante sector de los ensambles formado por las industrias automotriz, electrónicas y más recientemente la aeronáutica. La industria de confecciones que hace más de cincuenta años inició la marcha hacia la maquila en el norte del país ha tomado su lugar al lado de las más poderosas ya mencionadas.
La preeminencia de la industria del ensamble dentro de la producción industrial mexicana explica por qué no alcanzaremos a crear este año ni siquiera los anunciados 600 mil empleos del millón que anualmente requerimos para ocupar la mano obra productiva con que contamos.
La formación de cadenas de producción al menos en cada una de las ramas que se identifiquen como prioritarias es de la más extrema urgencia. Este proceso, más efectivo que el de las concentraciones industriales sectorializadas (clusters) está ligado a que la política de comercio exterior disponga racionalizar las importaciones. El principio que desde 1986 se sigue es el de la máxima apertura para lo que se quiera importar sin tomar en cuenta si lo que se trae de fuera, por su bajo precio, dañe a veces fatalmente al correspondiente productor mexicano con el correspondiente despido de empleos. Los puestos que en el sector servicios puedan abrirse no rescatan las habilidades y experiencia que se perdieron.
El dar una inteligente preferencia a lo que se produce en el país hace posible fortalecer la creación de los empleos y realizar la capacitación en actividades que se requieren para cimentar la musculatura económica del país.
La reforma energética que se prepara no sólo abarca el factor petrolero a sino auspiciará el desarrollo de energías alternativas muy particularmente la solar. Hay que buscar abaratar la energía eléctrica elemento primordial para mejorar la competitividad de México que se ha estancado en los últimos años en el lugar 32 en una lista de 46 países. Una reforma fiscal que sea integral podría ser, a su vez, un importante instrumento para formalizar la economía no registrada que ocupa la mitad de la población laboral.
Hay que entender, sin embargo, que ninguna de las dos reformas mencionadas tendrá éxito si no se complementa con una política industrial que lance un programa de creación de cadenas de producción articuladas con polos regionales de desarrollo.
Hay que reiniciar el impulso al desarrollo sin perder la inercia que en algunos campos ya traemos.
juliofelipefaesler@yahoo.com