VEJEZ, SUDOR Y LÁGRIMAS
Hace algún tiempo cuando trabajaba en el departamento de selección y reclutamiento de una empresa escuché sin querer una conversación telefónica entre dos reclutadores, esto no porque yo tuviera intervenidas las líneas, sino porque la voz desde el otro lado del auricular era tan fuerte como esposa enojada cuando acaba la quincena (aunque también cuando empieza). El punto es que en la conversación un reclutador recomendaba a una persona para el puesto de gerente, sólo que había un pequeño detalle, le persona contaba con 50 años, y su colega le argumentaba sarcásticamente que cómo era posible que quisiera seleccionar a una persona de esa edad, que le podía conseguir sólo un asiento en la plaza de armas con periódico incluido.
De inicio el comentario es a todas luces ofensivo, pero lo verdaderamente inquietante es que a los 50 años una persona para una empresa es totalmente inaceptable o dicho de otro modo inservible porque no existe el perfil que pueda ser llenado por sus características.
Esto me lleva a reflexionar un poco mi estimado lector enferiado en la cuestión de la edad adulta o la vejez, imagine los sentimientos que acompañan a esta persona que ha tocado miles de puertas con una necesidad económica real, con gran experiencia, incluso eficiencia en sus trabajos anteriores y que en cantidad de veces lo rechacen, no por su capacidad sino por la edad. Sé que muchos de ustedes pensarán, yo me preocupo más por mi hijo que tiene 25 años con maestría y anda manejando un taxi que le consiguió su papá porque no encuentra trabajo, y es cierto, la cuestión del desempleo es un punto importante, sin embargo a esa situación le podemos agregar el sentimiento de tristeza y casi depresión que acompañará a este tipo de personas que son relegadas del trabajo laboral y su experiencia es desechada.
Esto no sólo lo observamos en el campo laboral, también en el familiar, donde al viejo, a la persona mayor, se le abandona, se le hace a un lado o simplemente no se le toma en cuenta, porque es una carga, porque hay que atenderlo, porque es incómodo tener a mi padre o madre en silla de ruedas cuando estoy viendo el juego del Santos, o tengo una reunión familiar, incluso mostrando enojo cuando alguno de los padres ya anciano "le toca" ir a vivir con uno de sus hijos por una temporada.
Definitivamente tenemos una cultura en la que el respeto por la vejez es casi nulo, se deja de lado la idea de que son personas he cierto con habilidades disminuidas, quizás con olvidos más frecuentes, pero que en sus años mozos fueron entregados, comprometidos, que dieron gran parte de su juventud a construir lo que muchos de sus familiares ahora disfrutan.
No quiero decir con esto que todos los viejitos son agradables y han hecho una labor encomiable a lo largo de su vida. No, existen los que le amargaron la existencia a los hijos, violentaron a su pareja durante años, abandonaron incluso a su familia, trabajaron en la administración pública y apoyaron el aumento al IVA, etc. Sí los hay definitivamente, pero el caso que nos atañe es de las personas mayores que sí se comprometieron con su labor ya sea familiar, de pareja, laboral o con su comunidad y que ahora hacemos a un lado por el sentido de que persona que no produce tiene que hacerse al costado, al puro estilo de producción, competitividad y calidad, como si las relaciones interpersonales se midieran como empresa solamente en función de la productividad.
Quiero imaginar que muchos de nosotros tenemos viejitos dentro de nuestro círculo cercano, ojalá consideremos un poco el esfuerzo, no con culpa, sino con reconocimiento a esa labor que hicieron durante años así como los recuerdos de anécdotas pasadas que no hacen sino enriquecer nuestra vida presente y alargar su recuerdo a pesar de que el tiempo se los está llevando.
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