Fondo Jaime García Terrés.
Instalada en el emblemático y recién renovado complejo arquitectónico de La Ciudadela, La Ciudad de los Libros y la Imagen es un auténtico patrimonio cultural en forma de historia y literatura. Un verdadero paraíso para los amantes de las letras.
Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca.
Jorge Luis Borges
José Luis Martínez, Antonio Castro Leal, Jaime García Terrés, Alí Chumacero y Carlos Monsiváis son cinco de los más relevantes intelectuales mexicanos. De ahí puede deducirse que sus bibliotecas son auténticos tesoros. Ahora, imagínelas reunidas bajo un mismo techo y a disposición de quien quiera acercarse a ellas. Esto es una realidad en el Distrito Federal, con la reapertura de La Ciudad de los Libros y la Imagen.
Cada una de esas bibliotecas ha sido decorada procurando reflejar la personalidad de sus propietarios originales y posee una sala abierta a la consulta de 12 lectores a la vez. Conviene aclarar que las colecciones permanecen en estanterías cerradas, pues aunque todos los visitantes tienen acceso a los libros, primero deben solicitarlos al personal. Y si se trata de ejemplares muy antiguos, pueden verlos en un una tableta ya que todos han sido digitalizados. Asimismo, se conservaron los apuntes y notas de los intelectuales. Por sí solas, las bibliotecas suman cerca de 300 mil volúmenes.
Pero la Ciudadela ofrece más: funcionales y bien dotadas salas de lectura (incluso para niños y personas con discapacidad visual), así como galerías, una surtida librería Educal, un auditorio teatral polivalente y una cafetería elegante y acogedora. Por cierto, a estos tres últimos recintos se les dieron atinadamente los nombres del filósofo Alejandro Rossi, de la promotora cultural Antonieta Rivas Mercado y de la novelista Nellie Campobello.
El área para invidentes e individuos con problemas de visión permite reconocer sus secciones a través de bellas piezas musicales; tiene un variado acervo en braille e infinidad de audiolibros. Está rodeada por un hermoso jardín conocido como “el jardín de los olores”, ya que sus gratos aromas ayudan a ubicarse a los visitantes privados de la vista.
ARTE QUE RENACE
Seguramente, muchos mexicanos al leer o escuchar el topónimo La Ciudadela lo vinculan de inmediato con los días aciagos de la Decena Trágica que precipitaron la caída y la muerte de don Francisco I. Madero y don José María Pino Suárez. Sin embargo Consuelo Sáizar, directora del Conaculta en la segunda mitad del gobierno calderonista, quizá haya contribuido a atemperar esa asociación automática con tan lamentables hechos y a final de cuentas logre que el nombre de ese lugar evoque la denominación de un espléndido y renovado complejo cultural.
La Ciudadela, inmueble emblemático de México construido entre 1793 y 1807 bajo la dirección del arquitecto Antonio González Velázquez para establecer la Real Fábrica de Tabacos de la Nueva España, sería, en épocas sucesivas, fábrica de armas, prisión militar, hospital y fortín.
Sus gruesos muros de piedra basáltica, su lograda simetría y sólida cimentación le dieron desde el principio una apariencia impresionante. En 1946 José Vasconcelos lo convertiría en la Biblioteca México.
El gobierno de Miguel de la Madrid encomendó al prestigiado arquitecto Abraham Zabludovsky una substancial restauración que le brindó un carácter distintivo al edificio. Casi un cuarto de siglo después, el Conaculta encargó a los arquitectos Alejandro Sánchez y Bernardo Gómez Pimienta una adaptación a las necesidades y tendencias actuales. A decir de ambos, la remodelación de 28 mil metros cuadrados se hizo teniendo en mente la necesidad de brindar más espacio al público, mediante la recuperación de los patios para la convivencia y el aprovechamiento para la cultura de las múltiples crujías.
Sin duda, el acervo estético del recinto se ha incrementado pues ahora alberga piezas de notables artistas plásticos. En el centro de la cafetería Nellie Campobello se encuentra una obra del holandés Jan Hendrix creada a partir de plantas de tabaco (aludiendo al propósito original del local). En la biblioteca Monsiváis hay cenefas elaborados por Francisco Toledo que revelan el amor que Monsi tuvo por los gatos. En la colección de José Luis Martínez se aprecian aviones a escala, de Betsabeé Romero. En la biblioteca de Antonio Castro Leal, esculturas de Alejandra Zermeño. En el fondo reservado, arreglos geométricos de Laureana Toledo. En la librería Alejandro Rossi, lámparas diseñadas por Ariel Rojo que asemejan libros abiertos. Y en el área infantil, pinturas de Magali Lara. Se cuenta, además, con un llamativo mural de Dr. Lakra.
Como era de esperarse en un proyecto de estas dimensiones, otros destacados arquitectos fueron invitados a participar en tareas específicas. Así, la biblioteca de Carlos Monsiváis estuvo a cargo de Javier Sánchez Corral, la de Alí Chumacero fue tarea de Jorge Calvillo y la de Jaime García Terrés de José Castillo, entre otros involucrados en el proyecto. Los mismos directores generales Bernardo Gómez Pimienta y Alejandro Sánchez García, se hicieron cargo respectivamente de las bibliotecas de José Luis Martínez y de Antonio Castro Leal.
Fueron necesarias 34 semanas para renovar las instalaciones eléctricas e hidráulicas y dar mantenimiento integral a fachadas y patios. El 22 de noviembre de 2012 la obra no estaba terminada, mas se procedió a abrirla pues el sexenio calderonista estaba a ocho días de expirar y había que mostrar ante los medios y el público que los 550 millones de pesos de la remodelación fueron convenientemente invertidos. Para realce de la reinauguración, ese mismo día a Mario Vargas Llosa le fue entregado el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español. El escritor peruano, que recibió en esa fecha 250 mil dólares, haría al poco tiempo un elogio insuperable: “Me he pasado la vida leyendo y escribiendo en las bibliotecas de todas las ciudades en las que he vivido y, con la excepción quizás de la antigua British Library -cuando estaba en el Museo Británico, antes de mudarse al mastodonte de St. Pancras- no recuerdo haber sentido tantas ganas de ponerme a trabajar (y hasta quedarme a vivir allí) como en las varias bibliotecas de la Ciudadela mexicana”.
Vale la pena mencionar que la cura de los libros (desinfección y tratamiento para preservarlos) se llevó tres meses.
Por su bajo consumo energético y de agua, y sus reducidas emisiones de contaminantes, La Ciudadela puede ser considerada como una construcción que procura el desarrollo sustentable. En palabras de los arquitectos a cargo “se implementaron criterios de arquitectura bioclimática, que consiste en aprovechar las condiciones del edificio y el entorno para eficientar (sic) las instalaciones. Entre más se aproveche la luz natural, mejor. Los materiales que estamos usando son resistentes y requieren poco mantenimiento, a fin de que el edificio siga envejeciendo de manera digna”.
Del lado de la crítica
Por supuesto, una obra tan importante como La Ciudad de los Libros y la Imagen, también tiene agudos críticos. El maestro de arquitectura Alejandro Hernández Gálvez dice que se ha perdido una biblioteca que era usada diariamente por centenares -acaso miles- de estudiantes a cambio de una fetichista colección de colecciones de libros accesibles a unos cuantos interesados y especialistas. Señala además que el proyecto se asignó sin un concurso real y que se realizó a las carreras, a pesar de lo cual todavía está lejos de concluirse.
El arquitecto Isaac Broidse protestó al no respetarse el proyecto para el Centro de la Imagen que fue aprobado. Asimismo, algunos artistas han expresado su inconformidad ante el hecho de que se haya contratado a tres integrantes de la misma familia, pues se asignaron trabajos a Francisco Toledo y a sus hijos Laureana Toledo y Dr. Lakra (cuyo verdadero nombre es Jerónimo López Toledo Ramírez).
TENOCHTITLAN CULTURAL
Carlos Monsiváis contaba que en sus mocedades visitaba con frecuencia y sumo deleite la biblioteca de don Alfonso Reyes. Ir a la Capilla Alfonsina le hacía pensar en una peregrinación a “la Tenochtitlan del conocimiento”. Es válido parafrasearlo y referirse a La Ciudadela, que alberga los libros que él mismo acumuló en su fecunda existencia, como otra Tenochtitlan cultural.
La renovada Ciudadela abre sus puertas de lunes a domingo de 8:30 a 20:30 horas. Si usted acude, comprobará que Mario Vargas Llosa no incurrió en ninguna exageración al declarar lo siguiente sobre el valor de La Ciudad de los Libros y la Imagen: México, DF, es “la sede de la más bella, original y creativa biblioteca del siglo XXI”.
Twitter: @alvarezmesta