Mucho se ha mencionado de que el resultado del pasado Super Bowl fue una fascinación debido a que las apuestas antes del juego del domingo 3 de febrero favorecían al conjunto de San Francisco, agregado a que el inmaculado registro de 5-0 de los 49ers en los partidos por el título de la NFL sería una sombra que estaría en los elementos de los ahora campeones y que eso, probablemente, los atemorizaría en el partido grande.
Era evidente que la joven promesa del equipo de la bahía, Colin Kaepernick, no había estado en un escenario de tal magnitud por lo que representaba y sobre todo lo que significaba el encuentro en el Superdome, ya que a pesar de que comenzó, si podemos decir, en forma aceptable, su línea ofensiva se encontraba fuera de circulación comenzando a pagar demasiado caro los errores.
El Super Bowl XLVII era de un interés singular; por empezar de que por primera ocasión dos hermanos se enfrentaban como entrenadores en jefe y después por un estrafalario apoyador que decía adiós a los emparrillados, agregado a que el líder de la ofensiva de la escuadra de California es un muchacho que salió de la nada, improvisado por una conmoción cerebral del que había sido titular durante buen tiempo.
Pero es evidente de que la existencia ha galardonado a Ray Lewis en el crepúsculo de su trayectoria y aunque tenga que decir que nunca me ha simpatizado, reconozco que es uno de los cuatro más grandes linebackers que han existido, por lo que es una garantía que tenga un lugar en el Salón de la Fama, ya que fue considerado, también en sus épocas colegiales con la Universidad de Miami, como uno de los mejores jugadores defensivos.
Todo indicaba que, al momento de que iniciaba la segunda mitad, el partido grande de la NFL perdería interés porque no se veía por dónde la escuadra de Jim Harbaugh saldría de la obscuridad en la que se encontraba hasta que llegó el dichoso apagón que le bajó el ritmo a la escuadra de los Cuervos y esto provocó que los 49ers reorganizaran sus ideas y se olvidaran del comienzo tan flojo que tuvieron.
Y hasta parece que Montana y Steve Young se fueron a los generadores del Superdome para desencadenar la interrupción eléctrica, ya que San Francisco empezó a revitalizarse con el pase de Kaepernick a Michael Crabtree de 31 yardas para colocar el marcador 28-13 que ya se veía un poco más decoroso pero afortunadamente para los que gustan de las emociones fuertes, la escuadra de la bahía nuevamente castigó a Baltimore con el touchdown de Frank Gore para mermar la ventaja a sólo ocho puntos, pero el destino quiso, una vez más, que el Super Domingo finalizara de una manera cardiaca.
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