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El fuego de San Elmo

GILBERTO SERNA

Ya pasaron titipuchal de años, desde que mis hermanos mayores trayendo a su paso destrucción y caos. Se lo contaban solo entre ellos, no obstante estaban conscientes de que los escuchaba con la atención de un niño de muy escasa edad, pero muy imaginativo como todo chilpayate con esos años. Al paso de los días sin ocurrir algo más que las tormentas conocidas con abundantes relámpagos que atronaban en el cielo nocturno, aluzando el entorno olvidé a aquel monstruo que anunciaban traería calamidades y desgracias. Sin embargo, por las noches a manera de pesadilla lo sentía acercarse cual si fuera un ladrón que se hubiera colado hasta un dormitorio arrimándose de puntitas a la cabecera de la cama, donde yacía lleno de pavor tapada la cara con la cobija ante el presentido temor de que si lo miraba sería conducido a regiones ignotas habitadas por espantosas criaturas.

No estaba muy lejos de lo que hemos visto en estos días. Ríos caudalosos, lluvias intensas cuyas aguas traían la consigna de recuperar sus cauces a costa de lo que fuera. Dónde íbamos a pensar que se enamorarían los huracanes Ingrid y Manuel juntándose en un idilio tormentoso en el que competirían a ver cuál causaba mayores destrozos.
A esto se llama amor apache que se dice cuando los amantes se viven peleando un día para reconciliarse a la mañana siguiente como si nada hubiera pasado, cual amantes que sufren y se contentan, es el amor violento, pasional. La huracana con boina y minifalda abierta, descosida a lo largo de la pierna, zapatos de tacones altos; en tanto el huracán con un dejo de soy muy hombre, pañuelo atado al cuello y boina tejida a crochet que aprovecha para zarandear, abofetear y arrastrarla de las greñas, vulgo, cabello, por cerros y cañadas causando en su aguerrida reyerta: devastación y pánico.

Sin embargo, ¿qué ocurre con la comunidad internacional?, no se ha oído que alguna nación amiga haya ofrecido su ayuda para mitigar los daños causados por Ingrid y Manuel. Ni al unísono hayamos pedido auxilio no obstante las carencias de ciertas capas sociales, que han sido las que más han sufrido las agresiones de la naturaleza. En épocas pasadas el socorro no se hubiera hecho esperar. Los países más ricos acudían ante un cuadro de desdichas como las que azotaron a nuestras comunidades, sin que haya que llamarles. Debo anotar que México se ha manifestado presto cuando han sufrido desastres otros países saliendo con premura a reparar los estropicios dentro de sus posibilidades.

Recibimos la cooperación de otro país y fue a consecuencia de la devastación que produjo el que fue bautizado como Gilbert conocido por ser uno de los ciclones tropicales más intensos, devastadores y mortíferos registrados en el océano Atlántico durante el siglo XX. Asoló el Caribe y el golfo de México por cerca de nueve días. Los vientos de los ciclones rotan en dirección contraria a las manecillas del reloj en el hemisferio Norte y en dirección de las manecillas del reloj en el hemisferio Sur. La palabra Huracán al parecer tiene su origen en un dios de los mayas quien esparció su aliento y puso orden en las aguas, creando así la Tierra. Si ustedes recapacitan se darán cuenta que son gigantescos torbellinos desplazándose en trayectorias siempre hacia latitudes superiores.

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