Los amigos juegan un papel importante en el desarrollo de nuestras vidas.
Estén o ya no estén con nosotros siempre los recordamos con afecto y no hay día de nuestras vidas, en que no haya algún detalle que nos los recuerde.
Por eso me dio mucho gusto comer esta semana con Jesús y Mariano, porque, aunque sea de entrada por salida, siempre tienen un espacio para convivir y ponernos al día.
Esto viene a cuento, porque esta semana recordé, con verdadero cariño, a mi amigo (ya ausente), Armando Sánchez Quintanilla.
Él me envició, aún más, en la lectura de la obra de Gabriel García Márquez, cuando hace pocos años, nos reuníamos frecuentemente a desayunar o comer en Saltillo y me hablaba de la obra del Gabo, con verdadero amor, hacia el mago de Aracataca.
Si el Gabo se presentaba en algún evento público, era muy probable que Armando estuviera ahí. Tenía un ejemplar de: "Cien años de soledad", autografiado por el Gabo, que era una verdadera joya envidiable.
Por ello me interesó doblemente el último libro sobre la vida del colombiano, porque ante la imposibilidad física de que él escriba de puño y letra, sus admiradores queremos saber sobre su vida, aún cuando sea contada por sus amigos.
En este libro, titulado: "Gabo, (Cartas y Recuerdos)", Plinio Apuleyo Mendoza, habla sobre la vida del Gabo, desde su juventud, porque él (el autor) lo conoció desde entonces y desde el primer momento se hicieron amigos y recorrieron muchas partes del mundo juntos, en su trabajo como periodistas.
La vida del Gabo vista por Plinio, es un texto muy interesante y nos permite conocer más a fondo los acontecimientos que rodearon la vida y obra de uno de los más grandes literatos latinoamericanos del siglo pasado.
Los recuerdos, dice Plinio: "Tienen la volatilidad de las mariposas", tan pronto llegan, como se van; y si no los atrapamos pronto, corremos el riesgo de que se escapen para siempre.
Los pasajes sobre su vida, de ambos, en París, son memorables por diversos motivos. Ahí el Gabo conoció la nieve una noche de diciembre y se volvió literalmente loco. Brincaba como niño por el bulevar San Michel y disfrutaba de aquel espectáculo con la inocencia de un infante.
Pero también hubo días duros. Como aquel en que tuvo que pasar la noche en las escaleras de una estación del Metro, para calentarse con el calor que salía del interior.
Comenta sobre sus reuniones con otros escritores y poetas, como Nicolás Guillén, el cubano y su empeño (el del Gabo) por escribir novelas cortas. Creo que de esa tendencia deben de haber salido los doce cuentos peregrinos.
Aunque sus mejores escritos a mi gusto son aquellos que realizaba como reportero o editorialista, de los cuales hay un libro y cinco tomos completos de su trabajo editorial.
El escritor, ya lo sabemos, se hace de hambre y soledad. Son contados los que pueden escribir en "la abundancia", porque generalmente ésta pierde al escritor entre el vino, la farra y las mujeres.
Pero el Gabo, mientras pudo, no olvidó su origen. Le desagrada la fama y el éxito le parece una carga muy pesada. Odia la formalidad y los discursos y repudia ponerse traje, al fin él es Caribe.
Acercarnos a la vida del Gabo, al través de la mirada de uno de sus mejores amigos, que ya había escrito cosas semejantes sobre él, como lo hizo en "El olor de la guayaba", en una larga entrevista con el maestro del realismo mágico, es verdaderamente delicioso.
Cuando se admira tanto a un personaje, uno quiere saber todo sobre su vida y obra y este libro es una muy buena oportunidad para acercarnos a la del notario costeño, que llegó a alcanzar el Premio Nobel de Literatura, el cual se negó a recibir de frac, pero se presentó a recogerlo vistiendo una guayabera blanca finísima confeccionada especialmente para él y para ese acto.
Es delicioso leer sobre la vida del Gabo, reunidos sus recuerdos en un solo texto, pues sé que más pronto que tarde él nos dejará para siempre. Pero quedarán sus textos, sus ideas y una vida digna de ser contada.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".