El gusanito de vivir
Un agonizante mandarino ha resistido la zapa de varios perros que le han descobijado muchas veces las raíces. De de sus ramas muertas cuelga un invisible hilo de araña arrastrado por el poderoso chorro que desde la manguera aventó sin discriminación el hidro bañando cortezas secas, troncos desnudos, fronda sobreviviente y flores de bugambilia. Al final del hilo pende un gusanito de dos centímetros. Asciende con dificultad, pero asciende.
Con esa sugerencia la realidad se convierte en metáfora en la mañana del domingo. Es cuando la vida concede un rato libre para regar la vieja higuera, o mejor, higuera envejecida por las vejaciones de las mascotas caninas, y para anegar el cajete de la resistente bugambilia a la que los malos tratos perrunos le han valido -como dice la voz popular-. Un rato libre también para reflexionar. El gusanito asciende sin que lo afecten el amor, el dinero, el poder, los latigazos ni las caricias de la vida humana.
No sé cómo se gestó el hecho pero al terminar de regar la enredadera, los árboles y el arbusto floreado, mis ojos tropezaron con el gusano flotante que no flotaba sino que prendido al invisible hilo de araña lo escalaba. Ascendía. El animalito de dos centímetros de largo no pensaba lo que estaba haciendo pero seguía su impulso. Lo alzaba el instinto de vivir. No tenía conciencia del sentido de la vida pero ejemplificaba el sentido de la vida: vivir en ascenso.
La estampa del gusanito me llevó al joven que vivió la atmósfera filosófica del existencialismo pasados los cincuentas del siglo XX, a la del ser y la nada, a la del ser y el tiempo, a la del mito de Sísifo (sin duda la experiencia del animalito también tenía mucho del mito de Sísifo). El existencialismo al buscar el sentido de la vida desembocó en el absurdo y dijo que la vida era absurda, que la existencia no tenía sentido porque sólo era un camino hacia la muerte, la nada.
En esto tenía -tiene- razón el existencialismo, al final de la vida sólo nos espera la nada. Por tanto es absurda la vida. ¿Para qué la vida, si su fin es la muerte? Pero Gorki, Máximo Gorki, en su crítica de la angustia por la Nada y de la Soledad viene a decir que si bien la certeza de la muerte y de la nada es incontrastable, el hombre puede revertir el absurdo, darle a la vida un sentido, el sentido de la solidaridad, de la preocupación por el otro, pero no cualquier otro, sino el débil, el ser humano necesitado, el desposeído. Así funda el humanismo socialista. Así propone un sentido para la vida.
Entonces, si el gusanito sin saberlo se alzaba, subía, escalaba por el hilo invisible de la araña -un hilo invisible como lo es el futuro-, pero lo hacía para preservar su vida y quizás otras vidas, al final enseñaba a los seres racionales el sentido de la existencia.
Aunque el animalito avanzaba hacia arriba en el vivir por vivir, yo me elevaré en tanto le otorgue sentido a mi vida, en tanto no sólo viva por vivir sino que lo haga por un propósito alto. ¿Qué propósito puede haber más alto que la humanidad misma? La humanidad puede ser digna, dignificada, es decir, la humanidad puede ser sublimada por quienes son afectos a regular con la razón el instinto.
Aquí me viene a la mente una décima de Sor Juana: “En dos partes dividida / tengo el alma en confusión / una esclava a la pasión / otra a la razón medida. / Guerra civil encendida / aflige el pecho importuna / quiere vencer cada una / y entre fortunas tan varias / morirán ambas contrarias / pero vencerá ninguna.”
Me hipnotizó la imagen del gusanito ascendiendo por el hilo de araña. Quedan pendientes preguntas. ¿Y si al final del hilo lo esperaba la araña? Al final del hilo a todos nos espera la muerte. ¿Y cómo se prendió el gusanito al hilo? Igual que el destino nos prendió.
Remataré esto con un dicho popular que hace alusión a los ideales de altura, de verdadero humanismo, la gente lo pronuncia con el pecho inflado por la satisfacción: “El que no vive para servir, no sirve para vivir”.
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