Es el vehículo más equipado y poderoso del mundo, hubiera sido la envidia de James Bond, de las novelas del 007 de Ian Fleming quien generalmente conducía un Ashton Martin, equipado con armamento sofísticado, en tanto que la limousine destinada al presidente de los Estados Unidos, conocida como La Bestia, es una verdadera fortaleza. Llevando siempre dos consigo, viajando vacía la segunda en la misma comitiva. Están totalmente equipadas con blindaje de tipo militar. Ambas tienen una carrocería construida en aluminio, acero y titanio, capaz de resistir disparos de cohetes y ataques con armas químicas. A cualquiera le basta ver el grosor de la puerta que abre Obama para bajar, parece de caja fuerte de la Wells Fargo, para darse cuenta de cómo el gobierno cuida a su presidente. Entre otras medidas en el interior del vehículo hay almacenada sangre del mandatario para transfusiones de emergencia. El diario británico The Guardian estima que cada limousine cuesta al pueblo de Estados Unidos $300.000 dólares, cárguele el costo de su mantenimiento y su traslado a cualquier lugar del mundo donde se encuentre el presidente.
En años pasados, viajé a la frontera donde nuestro anfitrión estrenaba un automóvil de similar marca de la limousine del mandatario estadounidense, autos que se venden en las fábricas a todo público a través de distribuidoras. Está por demás decir lo orgulloso que a leguas se mostraba nuestro anfitrión. No dejaba de ponderarnos mientras se introducía a un free way, los adelantos técnicos de la nave, parecía un enamorado hablando de su novia. Me trajo el recuerdo de la Berlina Bugatti, preciosa obra de la ingeniería automotriz de 1928, creo que es el auto en el que se refocilan los personajes de la película Titanic dejando ella la palma de la mano en el vaho que despedían sus cuerpos. Conducía nuestro anfitrión el lujoso automóvil en horas nocturnas cuando de pronto se detuvo sin razón alguna dejándonos en una curva en lo alto de una colina, Ni para atrás ni para delante, el vehículo se quedó literalmente tirado. Lo peor es que era una noche sin estrellas.
Unos faros rompieron las tinieblas. Se estacionó a un lado y un sherife descendió uniformado calándose su sombrero a la Tom Mix, de ala ancha. Ni qué decir que hechas nos subió a su patrulla y nos llevó a la puerta del hotel, distante unos kilómetros adelante. Bien, años después La Bestia resentiría un demérito en su fama. Entre otras travesuras hubo de ser remolcada vergonzozamente en la parte posterior de un camión mandado traer ex profeso, enterándose los G-MEN guardia pretoriana del presidente que la avería tenía su origen en haberla repostado con diesel en vez de gasolina. -Al parecer eso le aconteció a nuestro anfitrión en ciudad del Paso-. Antes habría sufrido en Dublín la limousine conduciendo supuestamente al ejecutivo, La Bestia se vio envuelta en un percance al chocar el chasis con el pivote metálico de cierre de la verja de la Embajada. El chofer del presidente trató de desatorar al auto de 10 toneladas de peso logrando tan sólo que la caja de cambio de velocidades protestara chirriando escandalosamente,
La realidad es que en el caso de Barack Obama, y quizá también los que le antecedieron en el cargo, en los viajes a otros países llevan a la hoy famosa Bestia de adorno o señuelo pues viaja un doble dentro o se mueve sola y su alma de acero. Según sea el caso por estrategia se usa un falso presidente que es cambiado convenientemente. Tan es así que en ninguno de los casos Dublín e Israel y habrá otros en que la Bestia sufrió algún desperfecto sin que se viera a Obama descender o se percatara alguien de un inusitado movimiento de los encargados de protegerlo. No puedo creer que se quede adentro al ser remolcado y se agache o agazape o se acurruque en el interior del carro.
Volviendo a nuestro país allá por los fabulosos cincuenta, el carro del presidente, como se hizo costumbre desde entonces se descompuso sin que el mecánico gringo pudiera evitar permaneciera inamovible e inservible. Recurrieron a un taller de pueblo en el que un mecánico en camiseta, una bacha colgándole de sus labios, un desgarrado y manchado overol, se acercó y después de sopesar el caso, buscó en un cajón mugriento y sacó un alambre. El motor runruneó de inmediato. Como colofón de esa anécdota, cuentan que John F. Kennedy invitó al humilde operario automotriz a visitar como huésped de honor la Casa Blanca.