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El milagro terrenal de la política celestial

Hora cero

ROBERTO OROZCO MELO

Enriquito Talamaco y Perezruiz, a quien conocí en la primera época que viví en la Ciudad de México, solía presentarse a sí mismo con gran prosopopeya:

-- Talamaco y Perezruiz, abogado y librepensador, para servir a Dios y a usted...

-- Pero Enriquito --le decía yo--, ser librepensador y servir a Dios es contrasentido, no se lleva.

-- Pues no se llevará --me contestaba--, pero es de muy buen tono ser librepensador, y a mí, lo católico, nadie me lo quita.

Y en efecto, hasta hace muy poco resultaba casi imprescindible la calidad de ateo, masón, jacobino o, por lo menos, católico "light", para tener éxito en la vida pública o llevarse bien con los políticos. Cuando yo me inicié en estas actividades, un político viejón, cachazudo y bien parado, me hizo la advertencia: "Usted no va a tener éxito en la política mientras no le entre a la masonería". Y a mí no me daba la gana entrarle porque nunca he sido partidario de clubes y asociaciones, y menos de sociedades secretas --laicas o religiosas--. En pocas palabras: "Ni masón ni caballero de Colón".

Como tal era el uso, los católicos no podían ver a los liberales o francomasones ni en pintura. En Parras, pueblo de arraigada tradición católica romana, cuando las beatas pasaban frente al domicilio de la logia del pueblo, se persignaban tres veces, rezaban cuatro credos y remataban con una despectiva señal de "cuernos", hacia el interior del local, seguramente convencidas de que ahí vivía el diablo. Y hay un busto de don Benito Juárez tan mal hecho, que no se me quita de la cabeza que el escultor era acérrimo enemigo del patricio.

Siendo presidente de la República don Adolfo Ruiz Cortines, un 21 de marzo amaneció encapuchada y pintarrajeada la estatua del señor Juárez, en el hemiciclo construido en su honor en la alameda central de la capital de la República. La indignación cundió en el país y devino en múltiples desagravios, uno de los cuales fue declarar fiesta nacional la efeméride, agregándola al ya de por sí abultado número de días feriados que tenía la vida nacional.

En las últimas décadas, la masonería ha perdido prestigio como nota curricular de los políticos. Ahora, por el contrario, para todo funcionario público asistir a misa los domingos y comulgar resulta altamente proselitista, y es de muy buen tono recibir en sus ceremonias religiosas familiares la bendición de obispos y cardenales y hacerlas públicas. Por supuesto que practicarle visitas periódicas al Santo Padre, con cámaras y reflectores, eleva el índice de popularidad de manera exponencial, y, ¡el colmo!: en algunas ciudades del país, a los funcionarios les ha dado por instituir la práctica de una ceremonia por demás "milagrosa" y conveniente: ante la incapacidad de solucionar los problemas exclusivos a su responsabilidad, los ediles, públicamente, encomiendan el municipio a su cargo al Espíritu Santo; así, si los asuntos no se resuelven, que le reclamen al de "arriba". Ya si Él no puede con el paquete, ¡ellos, menos...! Y como dijo Poncio Pilatos: "No seas gacho, pásame el jabón".

Don Benito Juárez, adalid del liberalismo mexicano, quería mantener separados los ámbitos del Estado y de la religión; el ateísmo que se le achaca era sólo su criterio de que ambas instituciones son como el agua y el aceite, y hoy se quieren revolver en forma poco sensata.

Quizá Enriquito Talamaco y Perezruiz tenía razón: "Librepensador, para servir a Dios y a usted." Así nadie se arriesga.

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