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El país del mañana

Por Salvador Kalifa

El desempeño económico de Brasil en 2011 y 2012 fue decepcionante y abatió el optimismo de los analistas e inversionistas internacionales. El crecimiento económico en 2013 seguirá bastante magro y complicado ahora por los disturbios callejeros en las principales ciudades brasileñas.

La esperanza está ahora puesta en que la situación mejorará en 2014, cuando Brasil sea anfitrión del Campeonato Mundial de Futbol de la FIFA. Los principales beneficios de ese evento, sin embargo, debieron haberse sentido este año, donde se hacen las nuevas inversiones públicas y privadas que se requieren para su realización.

Si bien varias de esas obras están retrasadas respecto al calendario original, el efecto de las terminadas, estimadas en un monto equivalente a 3.2 miles de millones de dólares, ha pasado desapercibido en la economía, donde es más evidente el impacto negativo del entorno económico global.

Cabe recordar que el auge de la economía brasileña a principios de la década pasada se fincó en gran medida en la expansión económica de China que demanda varios productos exportados por Brasil, pero la desaceleración de la economía asiática a partir de 2011 frenó la bonanza brasileña.

Además de este efecto directo, el menor crecimiento económico de China perjudicó a Brasil porque agravó las tribulaciones económicas en Argentina, su socio principal en el Mercado Común del Sur, el bloque regional que representa cerca del 10 por ciento del comercio exterior de Brasil.

Aunque el entorno económico externo explica en buena medida el pobre desempeño de la economía brasileña, también es cierto que el país, como otros de América Latina, sigue rezagado en las reformas estructurales que, de haberse instrumentado oportunamente, permitirían enfrentar mejor las adversidades globales.

La fatiga en el dinamismo brasileño obedece a causas externas, agravadas por realidades y medidas económicas internas. La época de vacas gordas en Brasil no se aprovechó para modernizar sus instituciones fiscales, laborales y de infraestructura, entre otras, que ahora podrían compensar la desaceleración externa.

En 2010 y 2011 aumentaron las presiones inflacionarias, lo que llevó al Banco Central de Brasil (BCB) a elevar en varias ocasiones la tasa de interés de referencia (Selic) que junto con políticas monetarias extraordinariamente laxas en las principales economías avanzadas, estimuló más el ingreso de capitales externos y la apreciación de la moneda brasileña.

El fortalecimiento del real sólo ayudó marginalmente a reducir las presiones inflacionarias pero, en paralelo, propició una menor competitividad de las exportaciones brasileñas, por lo que el BCB decidió, a finales de 2011, amortiguar la entrada de capital mediante una disminución de la tasa Selic y el gobierno aumentó los controles al ingreso de capitales externos.

Las presiones inflacionarias continuaron creciendo y el año pasado la administración de Dilma Rousseff aplicó las clásicas medidas heterodoxas de los gobiernos latinoamericanos para tratar de abatirlas. Entre otras acciones, decidió controlar los precios de varios bienes y servicios públicos y privados, redujo algunos impuestos al consumo, trató de estimular la producción en algunos sectores y anunció un programa agresivo de inversión en infraestructura.

Como era previsible, esas medidas no impulsaron la actividad económica ni redujeron la inflación. Por este motivo se optó por dar un giro de 180 grados a las medidas tomadas en 2011, con el fin de abatir las presiones inflacionarias. Destacan el alza en la tasa Selic en abril pasado y el anuncio el 5 de junio de la eliminación del Impuesto sobre Operaciones Financieras, utilizado para desestimular el ingreso de capitales externos volátiles a la economía brasileña.

Por lo pronto, el 6 de junio pasado la agencia calificadora Standard & Poor's revisó el panorama para la deuda de Brasil de estable a negativo, argumentando que "un continuo crecimiento lento, fundamentos fiscales y externos más débiles, y cierta pérdida en la credibilidad de la política económica dadas las señales ambiguas de política podrían disminuir la capacidad de Brasil de administrar un choque externo".

Mientras tanto, el país ha comenzado a sufrir una ola creciente de insatisfacción popular que pone en duda la posibilidad de que se cumplan los pronósticos del FMI que anticipan un crecimiento del 4 por ciento en 2014.

Es posible que Brasil recupere más adelante un crecimiento más acelerado, pero seguirá siendo "el país del mañana, donde el mañana nunca llega", mientras no se hagan de una vez por todas las transformaciones estructurales que liberen a su economía del síndrome intervencionista y estatista que se abate como plaga sobre América Latina.

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