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El pasado como bandera

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El pasado como bandera

El pasado como bandera

Leonor Domínguez Valdés

Día tras día son muchas las personas que se enfrentan a circunstancias complejas y dolorosas. Pero mientras la mayoría pareciera dispuesta a dejarlas atrás y avanzar, algunos se estancan en esos trances como si fuera una obligación cargar permanentemente los malos recuerdos, ondear ese pasado como bandera.

Es verdad que para numerosos individuos el pasado deja huellas indelebles y sumamente profundas, pero eso no quiere decir que no sea posible curar las heridas causadas por los diferentes eventos, inesperados o no.

No obstante, algunos en virtud de su temperamento o por deficiencias o carencias de personalidad continúan rumiando lo ocurrido en el ayer durante el resto de su existencia, de tal manera que esto se convierte en una enorme limitante y en un freno que les impide trascender aquellos momentos que les hayan marcado negativamente y les generan conflictos en la interacción con su entorno cercano.

Para quienes no han podido superar las circunstancias dolorosas o traumáticas la vida se convierte en una realidad amarga y trágica, que les paraliza e impide moverse y buscar nuevos y mejores caminos de realización que les permitan elevarse por encima de todas aquellas situaciones límite y así volver a empezar-renacer.

LOS AFERRADOS AL DOLOR

Las personas que se aferran a un pasado duro suelen ser sumamente reiterativas al hacer mención a los hechos que dejaron en ellas una dolorosa impresión, lo cual en ocasiones trae consigo el cansancio y el fastidio de quienes las rodean. Finalmente, fatigados de escuchar siempre el mismo discurso, se alejan, lo cual redunda en una especie de profecía autocumplida.

Así, la queja constante de aquellos que no han superado los traumas de hace meses o años se renueva una y otra vez, y con ello se produce una distorsión de la realidad que no hace sino ampliar las heridas.

Paradójicamente, el sujeto siempre doliente y dolido que sostiene en alto ese arduo pasado no es capaz de ver por sí solo la necesidad (a veces urgente) de solicitar ayuda profesional, a fin de poder modificar las actitudes que le resulten perjudiciales y que generen en él un estado anímico de minusvalía y un sentimiento de víctima.

Ante tal escenario, se ve imposibilitado para establecer relaciones sanas, nutricias y estables que le permitan moverse hacia el encuentro con nuevas amistades, con las cuales sea posible erradicar cualquier patrón o modelo insano o destructivo, ya sea para él mismo o para la relación en sí.

Si alguien siente que su pareja, amigo, hermano o algún otro miembro de la familia se ha convertido en una carga o que invade su espacio vital porque constantemente saca a relucir la tortuosa realidad por la que pasó (la muerte o divorcio de los padres, el alcoholismo de un ser querido, la pobreza vivida durante la infancia, el bullying que sufrió en la escuela, un matrimonio con infidelidad o maltrato físico y muchas posibilidades más) y por lo tanto le resulta asfixiante, termina por huir de la relación.

Para la persona aferrada al ayer, dependiente de tener una ‘audiencia’, esa nueva experiencia de fracaso resulta ser cada vez más dolorosa y complicada, y lejos de ser capaz de romper con la actitud patológica, ésta se reedita en cada vínculo que establece. Así la pena, la ansiedad y la tristeza provocadas por cada decepción suelen tener un mayor impacto.

Es entonces cuando el sujeto movido por un poderoso miedo a la soledad, el rechazo o el abandono, se apresura a buscar nuevos grupos de amigos. Sin embargo, como prevalece el afán de cargar y lamentar en voz alta su pasado, eventualmente se repite la situación.

Alguien así se siente y vive como víctima de su historia; y también se angustia ante las desilusiones que le deparará el futuro. Ha olvidado que la realidad sólo ocurre en el instante presente y que es justo desde ahí que se debe partir hacia la modificación de actitudes y conductas que favorezcan el establecimiento de relaciones interpersonales más saludables, y a la par promuevan la reconstrucción de un proyecto de vida donde la visión del pasado tormentoso se deseche para dar cabida a las expectativas del porvenir.

SOLTAR EL EQUIPAJE

El principio del cambio da comienzo cuando el individuo se vuelve consciente de sus carencias e insuficiencias de personalidad, de aquellos vacíos en su existencia, y cuando sin pretender negar el pasado hace de éste un instrumento útil que le guíe hacia el desarrollo óptimo de su potencial y el descubrimiento de sus habilidades.

He aquí que el hombre o la mujer ‘dolientes’ están ante el comienzo de una nueva aventura. Entonces habrán de poner en acción los valores de actitud, creación y realización.

Una vez que la persona deja atrás el papel de ‘mártir’, su actitud y discurso se transforman para dar paso a un comportamiento maduro, independiente y saludable y renunciar a todas aquellas conductas infantiles, dependientes, destructivas, insanas e incluso adictivas, que le habían llevado a la infelicidad.

Poco a poco adquiere la capacidad de cuidar de sí misma, de no ser alguien que vive a merced de la aceptación, la comprensión, el amor o la inclusión por parte de los demás. Renunciando a la bandera del ayer puede convertirse en un individuo sabedor de que todo en la vida no es otra cosa que transición constante. Si aprende a gozar el encuentro con los otros teniendo la plena conciencia de que esa reunión no es otra cosa sino eso, un instante gozoso, de igual manera habrá de encarar aquellas experiencias dolorosas que suelen ser un componente inherente del oficio de vivir. Dejará de verlas como una continuación de infortunios anteriores. Más aún, evitará a toda costa “ganarse como don de gratuidad” cualquier cuestión que pueda resultarle inútilmente dañina.

Una vez que toma la decisión de renunciar a ser víctima de sus circunstancias, la existencia da un vuelco para él y de inmediato el mundo lo percibe. Es así que el sujeto débil y vulnerable, quien por su condición de ‘dañado’ solía ser sumiso y en consecuencia blanco de cualquier tipo de agresión, decide dejar de jugar ese papel.

El ‘mártir de los acontecimientos’ puede dejar de serlo. Después de todo, ¿no hemos escuchado repetidamente casos de individuos que han enfrentado eventos ‘imposibles’, y no sólo los superan, sino los dejan atrás y son ejemplarmente felices?

Correo-e: Leonor.Dominguez@lag.uia.mx

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