El que revela sus secretos es un imbécil
El que revela los secretos ajenos es un traidor.
Voltaire
Ya desde el jardín de niños aprendemos la lealtad. Entre todos los compañeritos hay uno cuya amistad nos acompaña y nos valida. Compartimos con él los juegos y las golosinas del recreo, los miedos y las precoces penas de amor. La traición es impensable hasta que un mal día descubrimos que el más íntimo y confiable de nuestros amigos nos ha traicionado. Dicen por ahí que “cuando la traición te abraza, es porque caminó contigo”, de tu mano, como ese hermano que tu alma eligió. ¿Quién mejor para traicionarte que aquel en quien confiadamente has depositado tus secretos? Si le sucedió a Jesucristo con su discípulo, por qué no iba a sucederle a Diana de Gales quien además de la pública y dolosa traición de su marido, sufrió la humillación de que por una buena suma su caballerango vendiera a la prensa las cartas de amor que le escribió la princesa más tonta de la Historia.
Toda traición supone una cobardía y una gravísima depravación moral, pero cuando quien te abraza hunde su puñal en tu espalda, la herida es más profunda y el daño irreparable. Me consta.
Esta vez le ha tocado a Letizia de España. Resulta que un pariente suyo, abogado de profesión y traidor por vocación, aprovechó el difícil momento que atraviesa la casa real (por las recientemente publicadas calaveradas del rey, su actual relación con una bella y joven alemana y su afición por la cacería de elefantes, desprestigio al que se suma ahora la presunta complicidad de la infanta Cristina en el caso de corrupción de su marido Iñaqui Undargarín) para publicar Adiós princesa donde revela intimidades ciertas o no de Letizia. El pelafustán utiliza el apellido Rocasolano que lo emparenta con la princesa, para pergeñar dos o tres chismes de lavadero: que si a Letizia le llamaban la grulla por flaca; que si no tenían dinero para encender la calefacción; que no derramó ni una lágrima cuando murió su hermana Erika; y que casada aún con su primer esposo abortó y a petición de Letizia él mismo se encargó de destruir las pruebas, trabajito por el cual el pelafustán debe haber cobrado lo suyo y además ni siquiera las destruyó, puesto que ahora asegura tenerlas.
Al tipejo no le tembló la mano para hacer pornografía sentimental de la intimidad de su célebre prima y obtener así sus cinco minutos de fama. El traidor necesita que el mundo sepa que él existe y es depositario de la confianza de la princesa. “Y yo me convertí en el agente doble por el que pasaba toda la información. Letizia me llamaba constantemente para prevenir cualquier desmadre del clan familiar”. Información privilegiada que utilizó para escribir el libelo donde según él mismo confiesa en la contraportada: Este libro es la historia de los Borbones contra una modesta caravana de gitanos, los Ortiz Rocasolano. Nos han arrollado y ni siquiera se han preocupado de mirar hacia atrás.
Para nadie es un secreto que Letizia tuvo una vida plebeya y privada antes de ser princesa real y llevar una vida pública que ha honrado con inteligencia, belleza y la sangre nueva que tanta falta hace a las rancias casas reales de Europa. Letizia habla el idioma español con la perfección y la gracia que no tiene ningún otro miembro de la casa real. Dicen quienes conocen las entretelas del palacio, que el rey es malhablado y la reina, nacida griega, nunca ha dominado el español. Letizia ha dado al trono de España dos infantas preciosas como nunca antes se habían visto en la larga historia de los Borbones; y a nadie corresponde especular ahora con su pasado, a menos que se trate de un vulgar traidor que cuando se mire a la cara por las mañanas, tendrá que escupir a su espejo.
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