El Síndrome de Esquilo
"La ficción no es lo contrario de la realidad, sino su complemento", nos dice Tomás Eloy Martínez en uno de sus ensayos sobre periodismo. Ese puñado de palabras expresa la complejidad de nuestra relación con el mundo. Quizá al principio la frase no le sorprenda, como no me sorprendió a mí. Pero estas palabras tienen la habilidad de instalarse en la memoria y brotar cuando uno menos lo espera. Me explico: cuando asumimos que "ficción" es lo contrario a "realidad" es muy sencillo brincarse las trancas y pensar que ficción es un sinónimo de mentira, mientras que realidad es otra forma de referirnos a la verdad. Pero el mundo no cabe en una red para cazar mariposas. Si uno se pone atento de inmediato comienzan a brotar situaciones en las que queda claro que ficción y realidad no son agua y aceite, ni dos caras de una sola moneda, sino territorios difusos, cambiantes, y que también el conocimiento tiene sus manglares. Para muestra, un par de botones que la semana pasada aparecieron en prácticamente todos los diarios del mundo:
El lunes ocho un equipo de científicos japoneses anunciaron que luego de muchos esfuerzos al fin habían obtenido las primeras imágenes de un calamar gigante vivo, nadando tranquilo a 650 metros de profundidad. A quienes pensábamos que esos moluscos fabulosos pertenecían a la misma familia que el hombre de las nieves y el chupacabras, eso nos obligó a resetear el disco duro. Según los científicos, el ejemplar que hizo su debut en video podría tener una longitud original de más o menos nueve metros, pero agregan que muy probablemente existan otros que rebasan los veinte metros de largo. Una de las notas que leí remataba con un dato inquietante: un científico admitía que se conoce únicamente el 10% de las especies marinas. Así pues, de pronto hubo que sacar a los calamares gigantes de la carpeta "ficciones", donde llevaban muchos años archivados junto a la estampita de Julio Verne.
El otro de los ejemplos es aún más descabellado. Se trata de la muy seria propuesta que hasta ayer se discutía en los pasillos del poder en Washington: acuñar una sola moneda de platino que tendría el increíble valor de un billón de dólares (es decir, un millón de millones de dólares). La propuesta, desechada durante la tarde de ayer, contaba con el apoyo de economistas muy respetados, entre ellos Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008. El objetivo era sortear las dificultades que enfrenta el gobierno del presidente norteamericano Barack Obama, al acercarse a su límite de endeudamiento. Obviamente, se trataba de una triquiñuela originada por los laberintos de la política.
El asunto es este: en Estados Unidos es el Congreso quien determina qué tanto se puede endeudar el gobierno federal para enfrentar sus compromisos, es decir, para pagar sus cuentas. El problema es que el límite a ese endeudamiento, fijado en 16.4 billones de dólares, podría rebasarse entre febrero y marzo. Por lo común basta que el Presidente solicite una ampliación para que ésta sea concedida, pero ya hace un par de años hubo serias dificultades para que los Congresistas llegaran a un acuerdo al respecto. Cerrada la posibilidad de endeudarse más, algunos expertos acuñaron esta solución basada en una ley que permite al Departamento del Tesoro fabricar monedas de platino en la denominación y tamaño que considere.
Por supuesto, la sola existencia de esa moneda actuaría como un respaldo, pero nuevamente nos enfrentamos a la dificultad que entraña distinguir en dónde termina la realidad y dónde comienza la ficción. Por ejemplo, sería impensable que una moneda así circulara. Pero ya con los patines puestos en la imaginación, pensemos qué podría pasar si alguien robara esa moneda: ¿podría gastarla?
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