El Síndrome de Esquilo
La semana pasada concluíamos, a partir de dos notas de prensa, que la frontera entre la realidad y la ficción no es una línea definida, absoluta, sino un territorio incierto donde caben infinitas variaciones. Recordábamos que esa zona de claroscuros obsesionaba, por ejemplo, al escritor y periodista Tomás Eloy Martínez, quien en sus ensayos sostenía que la ficción no es el antónimo de la realidad, sino su complemento. Es verdad: si observamos con detenimiento, siguen desfilando ante nosotros ejemplos de ficciones que determinan nuestro día a día. En estas fechas, sin ir más lejos, los periódicos del mundo nos han permitido ser testigos de tres historias que se mueven entre los claroscuros de la realidad y la ficción.
Primer historia: de un plumazo, el actor francés Gerard Depardieu dejó de ser francés y adquirió pasaporte ruso como una forma de "protestar" por los impuestos a las grandes fortunas que el presidente francés, François Hollande, pretende imponer. El caso del célebre Depardieu sonaría a comedia si no fuese porque es el más reciente nombre en una lista de millonarios que han decidido seguir la misma estrategia con tal de no pagar impuestos en Francia.
Segunda historia: a cuatro días de dejar la Presidencia de la República, Felipe Calderón salió del país para desempeñarse como investigador invitado en Harvard, donde se prevé que inicie labores el 28 de enero próximo. Aunque de inmediato comenzó a circular una carta en la que miles de mexicanos solicitan a esa universidad que revierta la contratación, el hombre que sacó al ejército de los cuarteles para declararle la guerra al narco ya no vive en territorio mexicano. De inmediato uno se pregunta si podría cualquiera de nosotros, mexicanos de a pie, cambiar con la misma facilidad su país de residencia. Peor aún: ¿pueden hacerlo los miles de compatriotas que, sin papeles, cruzan el desierto en busca del sueño americano?
El ejemplo que cierra este comentario también parece ficción, pero no lo es. Aunque se trata de una historia que comenzó hace un par de años, es oportuno mencionarla por el rotundo contraste que ofrece frente a los casos anteriores: imagínese una cena en un restaurante privado en el sur de California, en Estados Unidos. Sentados a la mesa, algunos de los hombres más ricos del planeta conversan animadamente. No hablamos de millonarios, sino de billonarios. A la hora de los postres ya se han puesto de acuerdo en una idea básica: donar al menos el 51% de sus jugosísimas fortunas para beneficencia. Esa reunión que ocurrió en 2010 por iniciativa de Warren Buffet y Bill Gates, derivó en un movimiento conocido como "The Giving Pledge", cuya traducción al español sería más o menos "El compromiso de dar". De acuerdo con la página de internet de la iniciativa (givingpledge.org), el compromiso de la familia Buffet es donar el 99% de su fortuna.
En los últimos años se ha hablado mucho de esta iniciativa, pero no lo suficiente. No se trata de un contrato legal, sino de un compromiso moral, y según el sitio de internet, la donación puede hacerse efectiva en vida o en el momento de la defunción. Pero hay razones para creer que quienes se enlistan cumplirán su promesa: la mayoría de ellos ya participaban en acciones de beneficencia antes de que surgiera este proyecto. En dos años la lista de billonarios dispuestos a donar la mayor parte de sus fortunas ha crecido hasta rebasar los ochenta. En ella se encuentran, por ejemplo, Michael Bloomberg (empresario y alcalde de Nueva York), Mark Zuckerberg (creador de facebook) y George Lucas (director de La guerra de las galaxias).
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