Sucedió el 18 de febrero de 1968, es decir, hace exactamente cuarenta y cinco años: tres jóvenes fueron invitados a dar un concierto en la Casa de las Américas, en La Habana. Se trataba de que mostraran al público canciones hechas por ellos mismos. Se dice que los tres agotaron su repertorio antes de lo previsto y entonces quedaron frente a una encrucijada: repetir algunas canciones o ceder el micrófono a otros músicos que se encontraban entre el público. Optaron por lo segundo. Eso no es raro: así terminan muchas veces los toquines, con alguien del público que pide permiso de rascar un par de rolas propias.
Con el tiempo ese concierto quedaría en la memoria del público como un Woodstock del Caribe porque aquellos jóvenes se llamaban Pablo Milanés, Noel Nicola y Silvio Rodríguez. Como cada vez que ocurre un giro en las disciplinas artísticas, la historia era un caldo que propiciaba los cambios: nueve años antes el régimen de Batista había caído y Cuba necesitaba una nueva música que ayudara a difundir mensajes a ritmo de bongó.
Hoy se cumplen entonces cuarenta y cinco años de aquel concierto, y eso me da tiempo para hacer esta reseña a destiempo. Porque desde entonces ha pasado algo de agua bajo el puente, y los muchachos han seguido haciendo su tarea y han ampliado y enriquecido notablemente el repertorio: Noel Nicola, que murió en 2005, compuso más de cuatrocientas canciones. Silvio Rodríguez tiene una veintena de discos que incluyen canciones a prueba de brújulas. Pablo Milanés, por su parte, ha grabado más de cuarenta discos y sigue dándole la vuelta al mundo en giras que cansarían a alguien que tuviera la mitad de su edad.
Justo en Pablo Milanés, que el próximo domingo cumplirá 70 años, deseo enfocar este comentario: presencia constante en los escenarios de Latinoamérica, de su guitarra han salido canciones que todos conocemos (Yolanda, El breve espacio en que no estás, Mírame bien, El primer amor) y también canciones que todos deberíamos conocer (Días de gloria, Candil de Nieve, Cuando te encontré, Cuánto gané, cuanto perdí, El Guerrero). Además ha homenajeado a muchas de las grandes plumas latinoamericanas, musicalizando versos de José Martí, César Vallejo, Nicolás Guillén, Cintio Vitier y Mario Benedetti.
Con los años, aquel muchacho de Bayamo al que en sus primeros conciertos se le terminaban las canciones ha demostrado ser, además de un gran cantautor, un inteligente cronista de su tiempo. Basta escuchar discos como "La vida no vale nada" (1976), "Yo me quedo" (1982) y "Buenos días América (1987)", para advertir que son un muestrario de los temas que han desvelado a nuestro continente: desde la época de la conquista (Con la espada y con la cruz), hasta la guerra de Vietnam (Como en Vietnam), la dictadura de Pinochet en Chile (Yo pisaré las calles nuevamente, a Salvador Allende en su combate por la vida) e incluso el éxodo de isleños durante el régimen de Fidel Castro (Yo me quedo, Éxodo).
Los alcances de Pablo Milanés no se quedan en cantar y retratar. Como el buen juez por su casa empieza, ha sabido ser crítico frente a los errores que se han cometido en su isla natal a la que tanto ha querido. En marzo de 2010 declaró al diario español El Mundo, respecto a la revolución cubana: "la Historia debe avanzar con ideas y hombres nuevos. (Los revolucionarios) se han convertido en reaccionarios de sus propias ideas. Por eso he dicho que hace falta otra revolución, porque tenemos manchitas. El sol enorme que nació en el 59 se ha ido llenando de manchas en la medida en que se va poniendo viejo".