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El Síndrome de Esquilo

EL DIABLO EN LOS DETALLES

VICENTE ALFONSO

Sucedió hace setenta y dos años: el 28 de marzo de 1941 Virginia Woolf llenó de piedras los bolsillos de su abrigo y se metió en la corriente del río Ouse y se quitó la vida. Se dice que fue su esposo, Leonard Woolf, quien encontró el bastón de la escritora flotando en las aguas, y que el cuerpo fue encontrado tres semanas después, río abajo. Leonard Woolf era un acucioso editor que había llevado un diario a lo largo de toda su vida adulta. En éste registraba detalles como los alimentos que se servían en su casa cada día, o el kilometraje del auto. El día en que su esposa se suicidó, Leonard no hizo ninguna anotación anormal: sólo registró el kilometraje. No obstante, la biógrafa del editor consigna que en esa página del diario hay una mancha. Se trata de una mancha discreta, pequeña, un poco parduzca o amarillenta, que aparentemente trató de ser borrada. Se desconoce su origen: pudiera ser té o lágrimas. Lo cierto es que se trata prácticamente de la única mancha que habita los diarios que Leonard Woolf llevó a lo largo de muchos años.

Con frecuencia olvidamos que los detalles son los que nos hacen verosímil o inverosímil una historia. Lo he recordado al visitar de nuevo las páginas de How Fiction Works, el primer libro del crítico y escritor inglés James Wood, que en su capítulo sobre los detalles nos comparte la historia que reproduzco en el párrafo anterior.

"El diablo está en los detalles", dice la sabiduría popular. Comprendí por primera vez ese refrán de resonancias azufrosas hace más de diez años, durante un taller con Eliseo Alberto, novelista cubano-mexicano mejor conocido como Lichi. En aquella ocasión el autor de Caracol Beach (Premio Alfaguara de Novela 1998) nos recomendaba estrategias para hacer verosímil un relato. Aunque fue durante muchos años un periodista puntilloso, para hablar de verosimilitud no sacó de su chistera un caso real, sino un cuento infantil escrito en 1697: La bella durmiente. Lo que más le interesaba a Lichi de aquel relato escrito por Perrault era una frase que correspondía justo al momento en que un hechizo pone a dormir a un reino entero: "Se durmió el Rey en el trono, el caballo en el establo y la mosca en la pared". La leyó con voz grave dos, tres veces, y después nos hizo ver, con sus anteojos de novelista, la importancia de aquella mosca: el reino no se quedaba dormido cuando el rey lo hacía. Tampoco cuando lo hacía el caballo. El reino, y para efecto de los lectores el mundo entero, se quedaba dormido sólo hasta que lo hacía una mosca en una pared. ¿Qué pared era esa? No lo sabemos. ¿Importa eso? Tampoco. Precisamente por su insignificancia, la mosca resulta más representativa que el rey mismo.

En el México en que vivimos, en el Torreón que vivimos, son muchas las historias que circulan cada día. No todas son ciertas. Algunas obedecen al discurso del miedo, otras a triunfalismos sin sustento. Conviene recordar que, en estos tiempos de ruido, no son las declaraciones abiertas ni las generalidades lo que nos hace creer o no creer en las palabras de otro: hay que ver más allá.

Twitter: @vicente_alfonso

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