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El Síndrome de Esquilo

LA REALIDAD DEL VECINO

El Síndrome de Esquilo

El Síndrome de Esquilo

VICENTE ALFONSO

Hace unos días el mundo se estremeció al conocer el caso de tres jóvenes que permanecieron secuestradas por casi una década en Cleveland, Ohio. Se trata de un caso complejo que ha tenido profunda resonancia en los medios. El plagiario, un hombre de 52 años, se llama Ariel Castro, y al parecer privó de la libertad a las tres mujeres en ocasiones aisladas, al ofrecerles un "aventón" en coche. La vivienda en la que Michelle Knight, Gina DeJesus, Amanda Berry estaban recluidas tenía todas las ventanas cubiertas, según testimonios difundidos en la semana.

Algunos de los vecinos de Castro lo describieron inicialmente como una persona "normal" e incluso como una persona "amistosa, pero reservada". Quizá de allí proviene la resonancia del caso: de lo difícil que resulta pensar en la posibilidad de que una realidad tan atroz pueda permanecer oculta tan cerca de nosotros durante tantos años. Resulta entonces que el estado de derecho es mucho más frágil de lo que pudiera pensarse. Tanto, que tres mujeres pueden ser secuestradas en el mismo barrio y permanecer encerradas, vivas, muy cerca del sitio donde fueron vistas por última vez. Nos hace reflexionar sobre qué tanto conocemos a las personas que nos rodean. Y también hace pensar en las terribles experiencias que llevaron al secuestrador a cometer tales abusos y sostenerlos durante diez años.

Aunque no se han encontrado restos humanos en la casa, de inmediato las características del caso remiten a escenas del imaginario popular: inevitable pensar, por ejemplo, en ciertas escenas de "El silencio de los inocentes" película basada en una novela publicada por Thomas Harris en 1988.

No se trata del único antecedente. Por cierto, tampoco se trata del más difundido. El 17 de noviembre de 1957 en Plainfield, Wisconsin, Estados Unidos, desapareció Bernice Worden, empleada de una ferretería. Como parte de la investigación, la policía arrestó a un hombre llamado Ed Gein, pues éste había sido el último cliente consignado en la bitácora de ventas del negocio. Al entrar a casa de Gein, los agentes hallaron el cuerpo de la desaparecida colgado de los tobillos, decapitado y abierto por el torso. Pero no encontraron sólo eso: Gein guardaba diez cabezas de mujer, sillas hechas con piel humana, cuencos para sopa hechos con cráneos, un collar de labios humanos, una caja de zapatos con nueve vaginas, entre otros objetos hechos con cadáveres. Los psiquiatras resolvieron que Gein estaba haciendo un traje con el que pretendía disfrazarse de su madre, una mujer dominante que lo había criado en condiciones muy duras de aislamiento y rechazo. La historia no termina allí: en el mismo estado de Wisconsin, a sólo 35 millas del lugar donde la policía encontró el cuerpo de Bernice, un escritor llamado Robert Bloch publicaba dos años después su sexta novela, a la que tituló Psycho. Norman Bates, el personaje principal en esa historia, es un joven desequilibrado incapaz de asimilar la muerte de su madre. Su actividad principal es administrar el motel que lleva el nombre de la familia: Motel Bates. Es, igual que Gein, mezcla de asesino y víctima.

Desde su aparición, Psycho causó revuelo en los lectores. Tanto que llamó la atención de Alfred Hitchcock, quien al año siguiente (1960) estrenaba una película basada en la novela de Bloch. Filme, por cierto, que se convertiría en un punto de referencia en el cine no sólo por su historia llena de suspense y vueltas de tuerca, también porque replanteaba la forma de llevar la violencia a la pantalla. Dicen los que saben que aunque existía la posibilidad de realizarlo en colores, Hitchcock prefirió hacerlo en blanco y negro para atenuar la escena en que Marion Crane es apuñalada en la ducha, pues de otro modo no hubiese pasado la censura. Psycho no es el relato de los crímenes de Gein, sino su reconstrucción artística: para contarnos la muerte de Marion, Hitchcock armó un complejo rompecabezas en el que nada falta y nada sobra: ni los primeros planos de la regadera vista desde abajo y de perfil, ni la veladura misteriosa de la cortina de baño que nos impide identificar al asesino, ni la sangre que corre en remolinos por el desagüe. De allí que la película se convirtiese en la más famosa de las obras de Hitchcock. No fueron los crímenes de Ed Gein, sino el calculado simulacro de Hitchcock lo que desencadenó una secuencia de creaciones artísticas que llega hasta nuestros días: películas, novelas, anuncios, canciones y hasta videojuegos.

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