El Síndrome de Esquilo
Hace unos días el mundo se estremeció al conocer el caso de tres jóvenes que permanecieron secuestradas por casi una década en Cleveland, Ohio. Se trata de un caso complejo que ha tenido profunda resonancia en los medios. Todo indica que un hombre de 52 años llamado Ariel Castro privó de la libertad a tres jovencitas (Michelle Knight, Gina DeJesus y Amanda Berry) al ofrecerles un "aventón" en coche. Allí, a menos de tres kilómetros de los sitios donde fueron vistas por última vez, las mujeres estuvieron encerradas de 2003 hasta inicios de este mes, en una vivienda que tenía una cámara de torturas.
Algunos de los vecinos describieron inicialmente a Castro como "normal" y como una persona "amistosa pero reservada". No conocían la realidad de su vecino. Quizá de allí proviene la resonancia de este asunto: nos echa en cara lo fácil que resulta que una realidad tan atroz pueda permanecer oculta durante años tan cerca de nosotros.
En una audiencia realizada la semana pasada, Ariel Castro se declaró no culpable de los cargos de secuestro y violación. Sus abogados han dicho que los detalles de su inocencia se irán revelando "conforme avance el caso" y piden a los medios no retratar a su cliente como "un monstruo". Independientemente de que Castro sea inocente o culpable, conviene no pasar el comentario por alto, porque existen detalles que pueden ser visualizados de otra manera. Por ejemplo, se ha hablado muy poco del papel de las autoridades y de los aparatos de procuración de justicia. Que las muchachas permanecieran en cautiverio durante diez años revela mucho sobre la incapacidad de los cuerpos policiacos para desarrollar investigaciones eficientes. Nos habla también del tremendo aislamiento en el que vivimos y de que en nuestras sociedades tal vez estén fallando los sistemas para detectar delincuentes potenciales. Finalmente nos hace preguntarnos qué habrá en la mente del secuestrador y qué terribles experiencias pueden haberlo llevado a cometer tales abusos. Todos esos son ingredientes del caldo que no pueden serle achacados a Castro, y que no deberían ser pasados por alto.
Al escuchar casos como éste recordamos ciertas escenas de "El silencio de los inocentes" película basada en una novela publicada por Thomas Harris en 1988. Pero ese no es el único antecedente. Por cierto, tampoco se trata del más difundido. El 17 de noviembre de 1957 en Plainfield, Wisconsin, desapareció Bernice Worden, empleada de una ferretería. Como parte de la investigación, la policía arrestó a un hombre llamado Ed Gein, pues éste había sido el último cliente consignado en la bitácora de ventas. Gein tenía muy buena fama entre sus vecinos: un tipo algo excéntrico, pero amable. Al entrar en su casa, los agentes hallaron el cuerpo de la desaparecida colgado de los tobillos, decapitado y abierto por el torso. Encontraron también diez cabezas de mujer, sillas hechas con piel humana, cuencos para sopa hechos con cráneos, un collar de labios humanos y una caja de zapatos con nueve vaginas. Los psiquiatras resolvieron que Gein estaba haciendo un traje con el que pretendía disfrazarse de su madre, una mujer dominante que lo había criado en condiciones muy duras de aislamiento y rechazo. Dicho de otro modo, Gein era el verdugo, sí, pero al mismo tiempo era una víctima.
En el mismo estado de Wisconsin, a sólo 35 millas de la casa de Gein, un escritor llamado Robert Bloch terminó dos años después su sexta novela, a la que tituló Psycho. (Esta historia, por cierto, sirvió a Hitchcock para hacer Psicosis, su película más famosa). Norman Bates, el protagonista, es un joven desequilibrado incapaz de asimilar la muerte de su madre. Su actividad principal es administrar el motel que lleva el nombre de la familia: Motel Bates. Igual que Gein, y quizá igual que Ariel Castro, Norman Bates es un sujeto reventado por la presión social. Bajo el cascarón del buen ciudadano, esconde una mezcla de asesino y víctima.