El Síndrome de Esquilo
Uno de los más grandes escritores mexicanos, Vicente Leñero, cumplió ayer 80 años de vida. Teclazo a teclazo, en ocho décadas el maestro le ha exprimido a su Olivetti cientos de cuartillas periodísticas y decenas de piezas literarias: obras de teatro, novelas, cuentos, guiones de cine, memorias… Ganador de galardones como el Biblioteca Breve, el Oso de Plata de Berlín y el Premio Nacional de Ciencias y Artes, entre muchos otros, Leñero ocupa la silla XXVIII en la Academia Mexicana de la Lengua.
Conocedor de los secretos del oficio, Leñero narra con ritmo implacable, con prosa directa, sencilla y contundente. Traza personajes que se recriminan a sí mismos acciones u omisiones. Cuartilla tras cuartilla, el maestro Leñero ha cosechado, por ejemplo, guiones de cine tan memorables como El Crimen del Padre Amaro y El Callejón de Los Milagros. También obras de teatro como "Pelearán Diez Rounds", "Martirio de Morelos" y "La mudanza". Es autor de novelas clásicas en la literatura mexicana como Los Albañiles, El Garabato y La Vida que se Va. Precisamente quiero evocar esta última novela a modo de festejo. Publicada en México por editorial Alfaguara, se trata de una de las novelas más asombrosas y mejor construidas que haya leído jamás.
Podemos resumir la historia así: Norma, una anciana envuelta en misterio, narra su vida a un periodista. Sin embargo, al volver a enfrentarse a cada una de las grandes decisiones del pasado, la abuela no toma uno de los caminos de la encrucijada, sino los dos: se casa y a la vez sigue soltera, se muda y se queda en la casa de siempre. De este modo el destino de esa mujer se va ramificando y la abuela vive muchas vidas. Los diferentes caminos que la abuela toma la llevan a ser, al mismo tiempo, una burguesa afrancesada en París o una activista que promueve el socialismo en las calles de la Ciudad de México.
La historia de doña Norma sólo puede cristalizarse en una estructura compleja: retomando algunas herramientas y añadiendo otras a su arsenal narrativo, Vicente Leñero se enfrenta al desafío de un libro de escritura difícil y lectura fácil; un libro pleno de historias atractivas que exigen toda la habilidad del escritor para ser contadas. Muestra de ello es la numeración de capítulos en la novela: si bien está formada por diez capítulos (titulados con números romanos); estos capítulos presentan subsegmentos que a menudo representan los diferentes borradores armados por el periodista basándose en las memorias de la abuela. El primer borrador aparece en el Capítulo II con el subtítulo de uno. Sin embargo, debido a las bifurcaciones que surgen de las diferentes vidas de la abuela, tenemos por ejemplo dos capítulos dos y cuatro capítulos tres, en donde la abuela vive al mismo tiempo en Europa, en Guanajuato y en el Distrito Federal.
Así, el desafío de La vida que se va no está en sorprender al lector con laberintos en la forma, sino en que éstos se antojen naturales a medida que avanza el relato. Con ello, La vida que se va no es sólo una novela divertidísima, sino una reflexión sobre el arte de narrar y un replanteamiento de la novela en el cambio de siglo y de milenio.
Alguna vez le pregunté al maestro cómo nació la idea de escribir un libro así. Me respondió: "lo interesante de la literatura mexicana de ahora es que nadie tiene preocupaciones formales muy hondas, luego de un inicio experimental se regresa a un deseo de contar historias sin complicarse la vida (…) En La vida que se va pensé en quitarme de todo ese tránsito, de todas las novelas que están en medio (de Los albañiles y La vida que se va), y ya. Cuando estaba escribiendo esa era mi preocupación: quería escribir una novela sabrosa, que me gustara, que se leyera y no tuviera más experimentos formales que los que pudiera sustentar una trama. Siento, a veces, que me quedé corto, hay resabios de las trampas antiguas… Pero quise jugar limpio. Ahí quería llegar, a algo como esta novela. Tenía esa asignatura pendiente".
Felicidades, maestro.
Comentarios: @vicente_alfonso