La Secretaría de Cultura de Coahuila, presidida por Sofía García Camil, decidió convocar nuevamente al Premio Nacional de Cuento Julio Torri. Esa es una gran noticia, en primer lugar, porque se trata de un premio de mucha tradición. Además porque el premio vive su mejor momento, no sólo porque se aumentó el monto del estímulo, además porque se acotó la participación al género que Torri cultivaba: el cuento breve. El año pasado, el ganador fue Motel Bates, de Yussel Dardón, libro que retoma el ambiente del Psycho de Hitchcock. No estamos, sin embargo, frente al enésimo remake de la cinta. Aparecen, sí, la chica desnuda, los violines que rasgan la atmósfera, el cuchillo agresor, la sangre que escapa en remolinos por el desagüe. Pero Dardón sabe que a fuerza de repetirse, los motivos brillantes se convierten en lugares comunes. Sabe que cuando una mano corre la cortina para asesinar a Marion, las generaciones jóvenes ya no sienten el espanto que embargó a nuestros abuelos, sino señalan divertidas que el cuchillo asesino nunca se mancha de sangre. Es allí, en el paso del horror a la ironía, que Yussel Dardón llena sus cuentos de bombas y granadas y pirañas y ametralladoras, de personajes que se vuelan los dientes con un revólver, que se sacan las vísceras, que cavan túneles en su pecho, que incurren en casi todos los finales que en otro tiempo significaron tragedia y hoy son soluciones fáciles a las que el narrador recurre en clave de burla, "como si la vida fuese un filme de bajo presupuesto" (p. 15). La pregunta es por qué lo hace.
Para intentar una respuesta hay que señalar que la estructura de Motel Bates funciona más como novela que como un volumen de relatos independientes. Al hablar de novela pienso en obras como La feria, de Juan José Arreola. Explico: el libro del maestro de Zapotlán está compuesto por 288 fragmentos que se ofrecen al lector sin orden aparente. Pero eso no significa que los segmentos no estén relacionados entre sí: por el contrario, una vez que el lector ha completado la lectura de todos los relatos es capaz de identificar una estructura mayor. Arreola sacrifica la linealidad para obligarnos a buscar lazos de otra clase entre los relatos. Así, conforme pasan las páginas identificamos la repetición de algunas voces o la recurrencia de ciertos temas. Yussel Dardón hace lo mismo en Motel Bates. Para contar las historias que conforman el libro, utiliza una variedad de herramientas (epígrafes, narradores omniscientes, narradores en primera persona, avisos cuyo discurso evoca el impersonal estilo de una hipotética gerencia del motel). Pero estas herramientas no están dispuestas para potenciar la efectividad de los relatos en forma aislada, sino como un gran texto que debe ser leído entero para captar el sentido final del libro. Se trata, en cierta forma, del armado de un rompecabezas muy inteligente: lo que hoy parece absurdo podría cobrar sentido más adelante. Eso explica los "atentos avisos" que se envían al lector, previniéndole de que en el motel (en el libro) lo que priva es la incertidumbre. En realidad lo que Yussel Dardón pretende es sacrificar la eficacia individual de sus relatos en un intento por lograr una forma más amplia que represente las dificultades del proceso creativo. Así, quienes tienen el valor para permanecer en el hotel encuentran que este arrojo resulta ampliamente recompensado por un libro muy bien planeado que, al final, revela un profundo sentido de lo literario.
En Motel Bates la estructura y el discurso llegan a ser tan importantes que parecen anular las historias que se cuentan. Poco nos importa que muera un personaje. Sabemos que, como en las películas de bajo presupuesto, al final morirán todos. Tampoco importa la forma en que se les conducirá a la muerte. Lo que en verdad importa es de qué manera todas esas muertes aparecen contadas ante nosotros. Como Hitchcock, Dardón apuesta por el blanco y negro (en su caso la tinta y el papel). Al hacerlo convierte a la forma en su personaje principal: en Motel Bates todo parece subordinado a la estructura: los personajes, las acciones y el lenguaje mismo están dispuestos para recordarnos que estamos leyendo un libro. Al usar el tono irónico, Yussel Dardón se inscribe en una tradición que en nuestro país fue cultivada con maestría por plumas como Julio Torri y Juan José Arreola. Del primero basta recordar "De fusilamientos" o "El coleccionista de ataúdes". Publicados en la primera mitad del siglo XX, llegan a nosotros contados por voces en las que advertimos una mueca de sorna que nos mueve a dudar de lo que dice el narrador.
La aparición de libros como Motel Bates es muy oportuna en un momento en que la crítica señala que entre los narradores latinoamericanos contemporáneos existe una predilección de la "fiebre por contar" sobre el uso de estructuras complejas y juegos formales, pues se advierte una tendencia a equilibrar contenido y continente. Cabe esperar de este joven autor más libros (…) plenos de historias que como Motel Bates sean, al mismo tiempo, lúcidas reflexiones sobre el arte de narrar (El libro, así como la versión completa de esta reseña en la revista Tierra Adentro, están a la venta en Torreón en la librería Educal, del Museo Arocena).