El Síndrome de Esquilo
Para empezar, dos párrafos. El primero: "nuestra borrachera con el petróleo ya debe acabar. No poseemos las capacidades para conducir exploraciones permanentes y en gran escala. Poco a poco, disfrazadas pero seguras, las compañías extranjeras tendrán que regresar a darnos su saber técnico y su dinamismo. De lo contrario, tendremos que seguir un proceso de industrialización lento, frenado por el afán patriotero de gritar que el petróleo es nuestro".
El segundo: "México no puede sentarse eternamente sobre la reserva petrolera más formidable del hemisferio, un verdadero lago de oro negro que va del Golfo de California al Mar Caribe. Sólo queremos que se beneficie de ella. Por las buenas, de preferencia. Todo esto puede hacerse normalmente, sin tocar la sacrosanta nacionalización del presidente Cárdenas. Se puede desnacionalizar guardando las apariencias".
Aunque los párrafos anteriores parezcan sacados de la misma página, en realidad fueron escritos con veinte años de diferencia: el primero corresponde a La Región más Transparente, novela de Carlos Fuentes publicada en 1958. El segundo está tomado de La Cabeza de la Hidra, también de Fuentes, pero de 1978. No se trata, por supuesto, de opiniones del autor, sino de lo que piensan sus personajes: en el caso del primero se trata de Federico Robles, un ex revolucionario que termina convertido en un poderoso banquero. En el segundo párrafo quien argumenta es Mr. Trevor, un supuesto empresario texano interesado en invertir en los yacimientos petrolíferos de nuestro país.
Evidentemente, ni Robles ni Trevor existieron. Pero me interesa citarlos porque, en fechas recientes, voces muy similares han vuelto a escucharse a lo largo y ancho de México: es necesaria, dicen, una reforma que nos permita aprovechar nuestro petróleo. Como país no tenemos la tecnología para extraerlo, y ello hace necesario que empresas de otros países vengan a hacerlo. E insisten: no hay tiempo qué perder. De no tomar medidas urgentes, corremos peligro de quedarnos atrapados en un limbo tercermundista del que no podremos salir.
A quienes argumentan la necesidad de tal reforma, se oponen otras voces: es posible, sostienen, que el petróleo siga dando beneficios sin necesidad de que empresas extranjeras nos echen la mano. Más que permitir la participación de extranjeros en el negocio del petróleo, argumentan, es necesario terminar con la corrupción en esa empresa, con los desmedidos privilegios que disfrutan los sindicatos, y distribuir de manera más equitativa las fabulosas ganancias que reporta, pues éstas son de todos los mexicanos.
El debate no es nuevo: hace 55 años, cuando fue escrito el párrafo que abre este comentario, ya se discutía la necesidad de nuevas tecnologías para extraer petróleo. ¿Por qué, entonces, este ambiente de urgencia y de lucha contra el reloj? ¿Qué explica que en sesenta años no hayamos sido capaces de generar la tecnología necesaria para extraer petróleo de aguas profundas?
Sin pretender una respuesta, pero sí una reflexión al respecto, Carlos Fuentes escribió La Cabeza de La Hidra, libro que reconocía como su única novela de corte policial. La releí esta semana, tostándome entre los cangrejos de una playa virgen de Oaxaca, y me he dado cuenta de que está más vigente que nunca. Más que una tragedia, se trata de una ficción de espías en clave de farsa. Su protagonista es Félix Maldonado, un especialista en hidrocarburos que termina convertido en "un James Bond del subdesarrollo". Las increíbles aventuras por las que atraviesa Maldonado son apenas el divertido pretexto que Fuentes utiliza para explicarnos, entre otras cosas: por qué es tan importante el petróleo para nuestro país, el papel que desde entonces jugaba México en la geopolítica, y cómo, desde hace muchos años, el poder político y los intereses individuales suelen confundirse en un complicado tejido en donde nada, absolutamente nada, es lo que parece.
Twitter: @vicente_alfonso