¿Por qué priista no lleva acento? La pregunta no tiene trasfondo político, sino ortográfico, y la escuché por primera vez en voz de don Antonio Irazoqui. Se había aparecido sigilosamente por la redacción y llevaba en la mano un ejemplar enrollado, como para matar moscas, pero en realidad andaba a la caza de gazapos y erratas. ¿Por qué priista no lleva acento?, insistió. La pregunta era para la señora Elvia Santacruz, quien por muchos años ha sido correctora de estilo en este diario, y también para un servidor, pues yo entonces me ganaba la vida como editor de la sección nacional e internacional. No supe la respuesta. Doña Elvia sí: "priista no se acentúa porque contiene un hiato átono, es decir, la conjunción de dos vocales débiles, en este caso, la repetición de la i", respondió. Fue la primera de muchas precisiones que escuché del licenciado Irazoqui, como lo conocíamos en la redacción. Aprendí así, por ejemplo, que no se dice "consensado" sino "consensuado", y que escribir "junto con" es un pleonasmo.
Más de diez años después, las precisiones de don Antonio vinieron a mi memoria porque el martes pasado, en un abarrotado Teatro Isauro Martínez, se presentó "De lo que El Siglo informó. Nau-Yaca en El Siglo de Torreón" como una forma de conmemorarlo. El prólogo comenta que la idea de hacer el libro fue de Enrique Irazoqui, Director de Operaciones de El Siglo. Con 382 páginas, es un libro aforístico divertidísimo. Una selección de las mejores columnas entre las que, a lo largo de cuatro décadas, escribió el licenciado Irazoqui bajo un seudónimo que es, en realidad, el nombre de una serpiente venenosa: Nau-Yaca. La dinámica era sencilla: el autor elegía alguna entre las cabezas del periódico y añadía un brevísimo comentario que permitía reinterpretarla. (Cuando El Siglo informa EL GOBIERNO HARÁ INVERSIONES REALISTAS Y ADECUADAS, Nau-Yaca agrega: en Suiza…)
Por tres razones veo en ese libro un pronunciamiento en favor de una forma específica de periodismo: en primer lugar porque es un producto de la misma casa editora que publica este diario y eso habla de que, en pleno siglo XXI, hay editores dispuestos a mantener la apuesta por el libro impreso. También porque publicar en libro palabras nacidas en el vértigo del día a día nos brinda una perspectiva distinta de la historia local y nacional. Y para el final dejo la razón más importante: porque permite vivir el periodismo desde una trinchera distinta, desde la visión del lector.
Para explicar esto es útil recordar el viejo debate acerca de la relación que cada autor establece con sus lectores. El estilo con que cada quien escribe conlleva una toma de postura del autor ante sí mismo, ante el lector y ante el mundo. Por una parte están quienes, como George Orwell, se pronuncian por la claridad y la sencillez. En la esquina opuesta se agrupan los seguidores de Theodor W. Adorno, quienes apuestan por la opacidad y la complejidad, por retar al lector a salir de sus hábitos de lectura y de pensamiento, pues facilitarle las cosas es subestimarlo. No obstante, ninguna de las dos posturas invita al lector a dudar de quien escribe. Eso se logra utilizando el estilo que emplearon periodistas como Norman Mailer, Hunter S. Thompson y, entre nuestras letras, Julio Torri y Carlos Monsiváis. Ese estilo se caracteriza por el manejo del humor y la ironía, que lleva al lector a dudar de todo, incluso de quien escribe. Al disminuir la autoridad de la letra impresa, el veneno de Nau-Yaca promovió siempre la recepción crítica de los contenidos del diario. Invitaba a los lectores a dialogar con el periódico, a debatir con las notas y a reinterpretar la realidad. Esa es la mejor y la más saludable forma de leer un diario.
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