El Síndrome de Esquilo
Ayer por la tarde estaba redactando un artículo sobre el recién estrenado remake de Carrie, la película basada en la novela de Stephen King, cuando llegó la noticia rebotando en la red: Lou Reed, el rockero legendario que formó parte de The Velvet Underground, ha muerto. Resolví dejar la historia de brujas para otro día. La razón es que Reed aportó la mitad de un trabajo que, desde que fue lanzado en 2011, me permitió ver de manera distinta la difícil labor de ser rockstar. Me refiero a Lulu, su último disco de estudio, grabado en 2011.
Lulu es uno de los álbumes más incomprendidos de los últimos años. Desde entonces pensé que la espinosa recepción que los escuchas brindaron a este álbum tiene mucho qué ver con que la banda que respalda a Reed es una agrupación bien conocida en el mundo: Metallica. Apenas estrenado, el material se ganó comentarios como: "Lamentablemente, esta colaboración irá directa a la lista de peores trabajos, tanto de Lou Reed como de Metallica, que no han conseguido construir algo consistente y que se pueda disfrutar" (Gallego, Hipersónica). "Por nada podríamos llegar a perdonar tanta cursilería distorsionada. Esto es de plano poco inspirado". (Alfredo Lewis, Rockaxis). "Creo que fue una mala jugada por parte de ellos (Metallica), después de haber regresado a un buen nivel con el Death Magnetic, caen en un intento aburrido y simplón" (Arturo de los Ríos, Bizarro.fm).
A mí, no obstante, esta colaboración entre Metallica y Lou Reed me parece uno de los mejores álbumes que haya escuchado. Muchos de los riffs son poderosos, y me gusta que el disco doble dialogue con otras disciplinas artísticas y con otros momentos creativos, pues está basado en una obra teatral que tiene casi un siglo de haber sido escrita. Pero Lulu es mucho más que eso: es una declaración de independencia y una muestra tangible (audible) de cinco músicos dispuestos a experimentar al margen de las recetas que rigen el negocio de la música. Uso deliberadamente la expresión negocio de la música porque me gusta ver en Lulu una respuesta a la avalancha de discos que se graban siguiendo criterios comerciales más que artísticos.
Me gusta Lulu. El uso de la palabra hablada más que cantada, y la novedosa forma en que los instrumentos se ejecutan, refresca los cuadrados estándares con que se arma buena parte de la música hoy. Lamentablemente, los metaleros son uno de los públicos más predecibles y conservadores en lo que a música se refiere. Cualquiera que haya estado en un concierto de Metallica sabe de qué hablo: las canciones más festejadas por el público son aquellas que la banda lleva tocando veinte años o más: Master of puppets, One, Creepin Death. No es que no me gusten (en los toquines del año pasado yo también le entré al slam), es que después de décadas de escuchar esas rolas aplaudo que Hetfield, Ulrich, Hammett y Trujillo emprendan nuevas búsquedas como las que les llevaron a grabar Load, St. Anger y, por supuesto, Lulu. Con discos así, Metallica y Lou Reed demostraron que van, liebres acústicas, varios trancos más adelante que sus seguidores.
Traduzco y transcribo un fragmento de un texto mayor que, con motivo del lanzamiento de Lulu, escribió Alex Skolnick, crítico de música, jazzista y también guitarrista de Testament, otra banda emblemática. Palabras más, palabras menos, Skolnick dice: "Otra forma de ver Lulu es que pertenece a un tipo de álbumes que muy pocos actos musicales llegan a concretar. El 1% o menos que alcanzan el nivel más alto, comercial y financieramente hablando. Estos discos sólo pueden ser hechos por quienes conservan el control creativo y sienten los impulsos artísticos para desafiar al sistema que los puso en donde están. Con la herencia de Metallica asegurada, puede decirse que se han ganado el derecho de divertirse un poco y probar que pueden hacer lo que se les dé la gana…".
Descanse en paz Lou Reed.
Comentarios: @vicente_alfonso
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