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El Síndrome de Esquilo

LA PONI

El Síndrome de Esquilo

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VICENTE ALFONSO

Fue la primera persona que me tocó entrevistar. Ella estaba de visita en Torreón para presentar "Las palabras del árbol", su libro sobre Octavio Paz. Nosotros éramos universitarios y hacíamos un programa de radio para una mínima estación cuya señal no llegaba más allá de cinco cuadras. Mi primera misión como reportero era entrevistarla. Después de su conferencia me acerqué, grabadora en mano, a la mesa. Aunque había dado muchas entrevistas por la mañana, accedió de muy buen humor a responder nuestras preguntas. Tal vez me vio nervioso, o quizá mis preguntas no eran tan certeras como yo pensaba, el caso es que me interrumpió y me dijo: "Mira, muchacho: si vas a entrevistar a un escritor, lo mínimo que puedes hacer es leerlo antes". Su comentario fue una cura de burro, pues me enseñó que no hay periodistas tímidos. Porque sí la había leído, pero me daba pena decírselo. Le confesé que "La noche de Tlatelolco" y "Fuerte es el silencio" eran libros que leía y releía para aprender a hacer crónicas, con otros como "Talacha periodística" de Vicente Leñero o "Los rituales del caos", de Monsiváis. La entrevista dio un giro. De las etéreas vaguedades que yo llevaba en mi libreta, saltó a cuestiones específicas, concretas.

La semana pasada La Poni, como le llamamos cariñosamente sus lectores, se convirtió en la cuarta mujer en recibir el Premio Cervantes. Un premio muy merecido por muchas razones. La noticia causó un revuelo inusitado, y creo entender por qué. Hablado de Carlos Monsiváis, Juan Villoro escribió una vez que "era demasiado célebre para pasar inadvertido". Me parece que con Elena Poniatowska ocurre lo mismo: está tan presente que todo mundo tiene una opinión de ella y de su obra, incluso quienes no la han leído.

Mucho antes de que se pusiera de moda defender los derechos de la mujer, La Poni estaba involucrada en esas luchas. Recibía en su casa a Rosario Ibarra de Piedra, quien andaba tocando puertas en busca de su hijo desaparecido. Por cierto, ya en los años sesentas La Poni denunciaba en sus crónicas los casos de levantones y de tortura ocurridos en Torreón (échenle un ojo a la página 111 de Fuerte es el Silencio, ediciones Era). Desde 1959, cuando era una chamaquita de 25 años, visitaba el Palacio Negro de Lecumberri para entrevistar a los huelguistas ferrocarrileros que ese año, encabezados por Demetrio Vallejo, paralizaron el país.

Sé que más de uno repelará al leer estas líneas: "el Premio Cervantes no es un galardón periodístico". Es verdad. Precisamente en ese punto destaca la autora de novelas como "El tren pasa primero" y "La piel del cielo". En su capacidad para mezclar dos ámbitos de la palabra escrita: la literatura y el periodismo. Su obra nos recuerda que estas dos esferas no son agua y aceite. Mucho antes de que lo 'outsider' estuviera "in", de que los callejones y las barriadas se llenaran de hipsters en busca de material para sus próximas novelas, La Poni se adentraba en las vecindades del DF, concretamente en las calles de Morazán y Ferrocarril Cintura, para entrevistar a Josefina Bórquez, una mujer que lavaba ropa y que se transfiguró, por las astucias de la literatura, en Jesusa Palancares, la protagonista de "Hasta no verte Jesús mío".

Es evidente, pues, por qué su obra perturba a muchos. No pocos de sus libros son un espejo del México que no quisieran ver. Su forma de conducirse contribuye a bajar del pedestal a los intelectuales. Su biógrafo, Michael K. Schuessler, cuenta en "Elenísima" que a finales de la década de los cincuenta, un joven Carlos Fuentes se lamentaba de que La Poni anduviese de aquí para allá en su vochito, ganándose la vida, sacando una entrevista diaria para el periódico. En su biografía ella misma nos cuenta qué efecto tuvo aquel trajín, y de paso, parece responder a sus detractores: "Yo era una muchacha que había visto casas bellísimas con beautiful people acomodados en beautiful sorroundings (…), pero gracias al periodismo conocí barrios bajos, pobreza, vi mucha satisfacción pero también mucha miseria. Me di cuenta de que el lado oscuro de la fotografía era más representativo y más demandante que el satinado (…) y hacia allá me incliné. Hasta qué punto eso despertaría hostilidad, nunca lo pude prever".

Comentarios: @vicente_alfonso

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