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En julio para Julio

GABRIEL ACOSTA

"Detrás de este triste espectáculo de palabras tiembla indeciblemente la esperanza de que me leas, de que no haya muerto del todo en tu memoria".

Nunca hablé con él pero escuché tantos consejos de su parte, nunca le conté mis tragedias pero encontré consuelo en él muchas veces, nunca escuché su voz en persona pero sus "eggesggesuenan" en mí cuando la imagino. Nunca estuve remotamente cerca de él, ni siquiera compartimos el mismo tiempo, pero en sus letras encontré un refugio a dónde ir cuando necesitaba escapar del mundo. Aún hoy, a casi treinta años de su muerte, sigue más vivo que nunca y en algún lugar se sentirá orgulloso de que su hijo favorito acabe de cumplir medio siglo de vida. Así hoy me toca escribir del gran escritor, cronopio y amigo al que nunca conocí: Julio Cortázar.

Él vive hoy instalado en la memoria de muchas personas a través de sus palabras. Letras que entraron y salieron atravesando la conciencia de cada lector; unas para nunca más salir, para estarse quietecitas y quedarse bien adentro. El escritor argentino, nacido en Bruselas y radicado en París (todo un hombre de mundo), logró en su trayectoria haber creado una de las novelas más importantes en la literatura moderna. Si James Joyce tuvo su Ulises y Gabo a su pueblo de Macondo, Cortázar no se quedó atrás: él tuvo su Rayuela.

A cincuenta años de su publicación, Rayuela sigue siendo un referente icónico en la arquitectura literaria (¿y qué es la arquitectura literaria?, se preguntará usted). Si Rayuela fuera un edificio, quizá para muchos sería algo muy extraño y peculiar, sin dejar de ser bello. Habría muchas historias interesantes para todos los que se atrevieran a conocerlo. Imaginen entrar a semejante construcción, tomar el elevador e intentar dirigirse al segundo piso para terminar en el 116, y después pasar al tercero y así sucesivamente (¿en verdad es una sucesión?).

En Rayuela, Cortázar nos permite adentrarnos en su mente, después de todo él mismo dijo que planeaba escribir sobre las experiencias de su vida. Nos adentramos en su visión 'cortazariana' del arte, el cine, el jazz, el existencialismo, las casualidades y el amor. No un amor cursi y 'vampirezco', como algunos lo hacen hoy en día, sino una manera más libre y desapegada de querer a otra persona. Así, cuando uno va leyendo los pasajes del libro, es inevitable abrir la propia imaginación y soñar que uno encuentra a la Maga, aunque sea comprando aguacates en la Alianza, no importa, uno la busca como queriendo no encontrarla. Gracias a él, uno aprende a disfrutar de esos pequeños, y a veces bellos, accidentes de la vida que la gente llama 'casualidades'.

Me hubiera gustado vivir en los años cuarenta y haber conocido la obra de Cortázar antes de que se volviera mundialmente famosa. Me hubiera gustado encontrarme 'casualmente' con él, como la Maga, en alguna calle de París y reprocharle por su éxito, su fama y su comercialización. Decirle que era mi escritor favorito y que de repente sus libros se volvieron tan grandes que ya no cupieron en mi bolsillo, que yo prefería al autor "underground" antes que al "bestseller" (esta cuestión adolescente de querer sentirse original en los aspectos más vitales de la vida como abrocharse las agujetas).

La cosa es que en los años cuarenta yo estaba a años luz de mi llegada al mundo, de ser adolescente y de andar en París. Aún más importante que eso: Cortázar estaba a años luz de ser el escritor "bestselleriano", ése que escribe para satisfacer las demandas de la sociedad y de las editoriales, ése que usaba su poco o mucho talento para aumentar su cuenta en el banco. No, Cortázar no fue así. Estoy seguro que su cuenta en el banco era bastante grande, pero su verdadera riqueza estaba en su don divino de escribir y en su forma única de conectar con la gente. Yo no lo comprendo (dicen que los genios siempre son incomprendidos). Recién entrando en los primeros días de julio, dedico mis palabras pequeñitas a alguien que siempre me las entregó muy grandes. Muchas gracias a Julio, el gran cronopio.

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