En la recámara ajena
Hay personas que se distinguen por invertir parte de su tiempo y energía en hablar de la vida sexual de los demás, sus preferencias, hazañas y desaciertos. O simplemente a pensar en ello. Parecieran conocer las experiencias ajenas más que la propia, lo cual desde luego es imposible y además señal de que algo no va bien.
Una de las actividades más comunes de la humanidad es la de husmear en la vida de los demás y esa clase de conducta suele darse mayormente con ciertos temas. Existen personas que dedican gran parte de su tiempo a indagar, analizar o simplemente chismorrear acerca de la frecuencia de relaciones sexuales que tienen sus allegados. Suelen investigar sobre infidelidades, coqueteos, acostones y frustraciones en la cama de todo aquél cercano a ellos, llegando incluso a pretender ser consejeros de pareja con el único fin de infiltrarse en la vida privada de sus amigos, familiares, compañeros de trabajo, etcétera.
Los cinco sentidos se ponen al servicio del escrutador íntimo, espía o metiche sexual, como se le puede denominar. Algunos poseen la nariz más aguda para levantar los telones que cubren la sexualidad de los demás. Suelen prestar ojos y oídos a cualquier comentario, en ocasiones mordaz, sobre las vidas sexuales ajenas; se interesan en sus preferencias o inclinaciones. Hay quienes van más allá y son capaces de hurgar entre las pertenencias de otros para ver qué encuentran, o incluso les preguntan sin recato sobre sus prácticas íntimas.
Estas personas usualmente reciben la etiqueta de ‘frustrados sexuales’, al menos en el caso de los que se dedican a divulgar el resultado de sus pesquisas y entonces hablan continuamente sobre las infidelidades o el mal desempeño íntimo de parejas que conocen, o bien resaltan el valor de la satisfacción sexual como signo de éxito. Generalmente son individuos que además con egocéntrica vanidad se refieren a sí mismos como sujetos de gran pasado erótico, incluso cuando no se les conoce ninguna conquista.
JUSTIFICANDO SU ACTITUD
Aunque no es regla general, en algunos casos las personas que dedican largas horas del día a la observación intencional sobre la vida sexual ajena, disfrutan asimismo de alimentar sus fantasías viendo en la televisión los programas de chismorreo de famosos, particularmente por la posibilidad de estar al tanto de los escándalos que incluyen sexo entre menores y maduros, a los que califican de depravados y sentencian a las penas más severas. A la vez, repasan visualmente las revistas donde la anatomía es pródigamente expuesta (no de tipo pornográfico, sino publicaciones al alcance de todos, donde la exhibición sexual es mostrada en aparente candidez).
Su manera predilecta de excitación es expresarse con desparpajo de la buena o mala actividad íntima de los otros. Un insano placer les provoca platicar de temas vinculados a lo sexual frente a quienes saben que detestan esos tópicos. La sonrisa burlona asoma a su rostro con frecuencia cuando saben que pegaron el dardo en el blanco y acto seguido fingen no darse cuenta.
Hay también sujetos que acostumbran ponerse a platicar sobre la sexualidad de otros como una estrategia para excitar a su auditorio y de paso buscar entre sus oyentes algún ‘voluntario’ dispuesto a irse a la cama con ellos.
PLÁTICA Y NO PRÁCTICA
La plática erótica estimula la sensación interior de estas personas para creerse verdaderos amantes. Hablando y averiguando sobre las prácticas de los demás se incitan y con eso llenan sus escasas o malas vidas íntimas. En ocasiones una que otra desabrida aventura ilumina sus días, aunque internamente se sienten malos en la alcoba.
Hombres y mujeres pueden disfrutar al proyectar en otros lo gris de su propia existencia sexual. En los de afuera observan las carencias y abusos, los excesos y ausencias; de esta manera consideran que sus existencias adquieren brillo.
Platicar sobre la sexualidad ajena no es un rasgo anormal o patológico; por lo general se considera más bien un índice de curiosidad que puede vincularse al deseo de lograr una vida sexual satisfactoria siguiendo y mejorando el ejemplo que ve en los demás. Pero también puede reflejar una patente muestra de inmadurez, cuando teniendo la edad y la oportunidad de gozar en pareja, se da preferencia a chismorrear sobre la intimidad de terceros. Hablar para no practicar suele esconder el temor a no dar la medida de lo que se espera en la cama. Es más cómodo mirar los toros desde la barrera que lanzarse al ruedo.
La característica más notoria de quienes se enfrascan en analizar el erotismo ajeno es el pesimismo con que miran el futuro íntimo de los demás; se convierten en expertos pronosticadores del fracaso en el sexo de amigos y conocidos, y si alguno les cuestiona acerca de su propia sexualidad, de inmediato recurren a la agresión. Y es que así como gustan de chismorrear sobre cualquiera, sus propios asuntos de alcoba no están ni estarán disponibles de manera honesta; habitualmente encubren sus fracasos con mentiras o tienden a incrementar de manera excesiva sus éxitos.
Necesitan evidencia de que los otros viven insatisfechos en lo carnal, o bien son torpes en dichas cuestiones. Esa malintencionada conducta les ofrece la falaz sensación de que ellos están bien y la gente a quien señalan con sus comentarios, no. Haciéndose a un lado les resulta más fácil no ver sus enormes defectos, exagerando los resbalones o desaciertos eróticos ajenos. Son maestros del autoengaño.
EL RIESGO DEL DAÑO
Quien vive con un criticón sexual puede sufrir abuso emocional. Convivir con alguien así da lugar a una relación psicológicamente dañina. Mientras que sentirse observado y saberse descalificado, podría deteriorar la confianza que cada quien tenga en sí mismo.
Si el escrutador sexual establece una pareja, su compañero experimentará una constante zozobra frente a los comentarios hirientes, insultantes, humillantes o de rechazo, cayendo víctimas de acoso emocional. En ese caso, se requerirá la atención profesional. La frágil seguridad que algunos tienen sobre su desempeño bajo las sábanas se ve fulminada por esas conductas destructivas que tan sólo encubren al perseguidor a fin de no mostrarle como realmente es: alguien inseguro.
El perseguidor sexual puede recurrir a conductas socialmente aceptadas mediante conversaciones orientadas a la sexualidad ajena, haciendo chistes o comentarios vejatorios, volviendo pública la incompetencia sexual de otros, burlándose de ella. Son individuos que constantemente se quedan solos ya que es muy difícil sostener una plática con ellos sin llegar al tema obligatorio: la intimidad de los demás.
‘PASATIEMPO’ SIN GANANCIA
Invertir tiempo y energía en pensar, imaginar o investigar cómo es la vida sexual de terceros, no beneficia en nada al individuo. Al contrario, puede resultar dañino si se convierte en algo muy absorbente.
Por otro lado no debe perderse de vista que quienes disfrutan hablando de la sexualidad ajena, criticándola, haciendo bromas al respecto o divulgando datos que sólo conciernen a cada pareja, llegan a convertirse en ‘amigos incómodos’, pues a nadie le gusta ser blanco de chismes. Así que eventualmente serán excluidos de los grupos sociales a los que pertenecen.
Si la actividad erótica de amigos y conocidos parece más importante que la propia, es momento de preguntarse por qué y trabajar en ello.
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