México es un país muy extraño. Entre lo que decimos y lo que hacemos hay abismos infranqueables. Por momentos pareciera que lo relevante son las palabras y no los hechos. Cualquier pequeño poblado que se respete a sí mismo de seguro tendrá una calle principal denominada revolución, palabra que alude a esa acción violenta y en teoría justiciera, aunque la historia de las revoluciones es de contrahechuras. Los discursos políticos están infestados de alusiones a la justicia social. Pero a la par conservamos formas de convivencia muy injustas. Con frecuencia se repite la sentencia de Humboldt sobre la desigualdad en México, pero en la vida cotidiana poco es lo que cambia de rumbo. ¿Justicia social? No, cinismo generalizado que hizo pensar al secretario de finanzas del estado de Tabasco que podía manejar su ostentosísimo coche por las calles de una entidad que cada año traga agua y no en sentido figurado. Ese cinismo es el primer enemigo.
No tomamos la justicia social en serio. El Índice de Gini muestra con claridad que el sistema recaudatorio mexicano -el gran instrumento de todo estado para generar justicia social- no mueve la condición de desigualdad. El sistema fiscal que hoy nos rige no está generando justicia, por el contrario perpetúa la pobreza social. La distribución del ingreso es pésima -¡somos ejemplo mundial al respecto!- y sin embargo cualquier propuesta que intente cambiar la fracasada fórmula impositiva de hoy es vista como una amenaza al paraíso justiciero del que muchos no quieren salir. De qué estamos orgullosos. Hablar de IVA generalizado, con tasas diferenciadas en alimentos y medicinas, es un tema incendiario al cual los políticos le huyen. Pero resulta que la exención de ese impuesto a las medicinas le da -nos da- a las clases medias y altas un beneficio de más de 15 mil pesos al año. Shampús, cremas, lociones, vitaminas, estimulantes sexuales, fórmulas para la belleza eterna, todo está exento. Por supuesto los pobres que sólo compran medicinas cuando de verdad las necesitan reciben un beneficio de poco menos de 3 mil pesos. ¿Cuál justicia?
Y qué decir del subsidio a las gasolinas que beneficia a las clases medias y altas cada vez que cargan los vehículos de gran cilindrada. Defendería a muerte su derecho a poseerlos, así ocurre en una sociedad libre. Pero lo que no es defendible es el perverso subsidio que representa cuatro veces lo que se gasta en el programa justiciero más importante del gobierno de la república "Oportunidades". Por eso no cambia la justicia social en México, sabemos dónde están los problemas, pero no los enfrentamos por ser prisioneros de estereotipos y mitos. Curiosamente los que defienden los cambios son calificados de derecha y los que no quieren cambios se autodefinen como progresistas, el mundo al revés. Cada litrito de gasolina lleva un dinero del erario que podría ser invertido en escuelas, hospitales, agua potable o conectividad -la nueva clave de la justicia educativa del siglo XXI- para las comunidades aisladas. Pero eso sí, no dejamos de hablar de la justicia social.
Hace poco apareció un estudio del CEEY sobre la movilidad social en México. La movilidad es deseable para que los más pobres puedan ascender, es la prueba de fuego de que los mecanismos de justicia social funcionan. Está el otro lado, que los ricos -por diferentes motivos que van desde el despilfarro hasta la incompetencia- desciendan, así opera una sociedad justa. Resulta que del total de la población que pertenece al quintil inferior -de menores ingresos, los pobres- un 22% asciende al segundo, 14% al tercero, 11% al cuarto y sólo 4% al más alto. Cincuenta y uno por ciento asciende, pero 48% se queda estancado allí. En el segundo quintil el asunto no mejora pues 48% asciende, pero 27% fracasa y desciende, pobres que se convierten en más pobres como consecuencia de nuestro injusto sistema fiscal y de la carencia de oportunidades para todos. Del tercer quintil 39% desciende y sólo 32% asciende. En el cuarto la cifra es dramática 54% desciende y sólo un 21% asciende. Y finalmente en el quintil superior, los ricos, hay una noticia interesante, 47% desciende o sea que los ricos pueden caer.
Cómo garantizar que los quintiles inferiores tengan un mayor ascenso, las respuestas son conocidas: la educación sigue siendo el gran factor de movilidad ascendente. Los plantones de la CNTE provocan miseria. Pero a esa educación hoy hay que agregarle el mundo digital, que los niños de Nuevo León y los de Oaxaca tengan las mismas oportunidades de arranque sin las cuales una sociedad perpetúa la injusticia. Lo mismo ocurre con la salud, mientras los pobres gasten más en salud que los miembros de las crecientes clases medias y altas, la injusticia seguirá. De allí la importancia de diseñar un seguro universal que esté bien financiado.
Queremos de verdad combatir la injusticia, soluciones hay. Los mitos son veneno para la discusión. Seamos serios en ese muy popular y manoseado tema y veremos resultados.