Parece que en la reforma energética se atrasa y no acaba de defenderse propiamente la reforma educativa que está a la merced de bandoleros.
Preocupa que dos de las reformas más importantes para el avance de la nación se encuentren comprometidas por el miedo que el gobierno tiene a su propio pueblo.
El panorama al que se enfrenta el renovado PRI en el poder es sin duda complicado por juntarse el decrecimiento económico que nos revela el Inegi a la oleada de violencia, en varias regiones de la República. No sólo se trata de las grandes mafias de traficantes de drogas, sino una diabólica suma de grupos criminales desparramados por el país que manejan el secuestro, el robo, tráfico de gente y extorsión a productores.
Se requiere mucha valentía. Desgraciadamente nos encontramos frente a una dupla de tolerancia y hasta condescendencia de los partidos de izquierda hacia todo movimiento popular por abusivo que éste sea y por otra parte, el partido en el gobierno que hace lo necesario para evitar choques que pudieran herirle la fama de conciliador y pacífico. Lo que más teme el PRI en el gobierno es que se le tache de violento, de caer en la ruta de muertes que tanto criticó y a cuyo índice está colaborando a incrementar.
El saldo neto de esta falta de decisión se dibuja en la inesperada coincidencia de actitudes de los dos partidos simultáneamente en el poder, uno en la Ciudad de México y el otro en el Congreso de la Unión.
La suma de los comportamientos de los dos partidos, el PRI y el PRD, hizo que uno de los elementos más cruciales de toda la reforma educativa, la Ley General de Servicio Profesional Educativo, no ha podido ser siquiera discutido en el Congreso.
La actitud de la CNTE es anuncio de su intención de proceder a las mismas tácticas para cuando llegue el momento de las discusiones en el interior del Congreso para aprobar un texto, cualquiera que sea, de la ansiada Ley de Reforma Energética.
No basta el realismo oficial con que los propios gobernantes actuales suelen describir, con cierta delectación para no agrupados, los atrasos en la solución de viejos problemas ya enquistados en nuestro cuerpo colectivo.
Las tensiones sociales se están acumulando a medida que se confirma que no bastarán, por mucho que se haga, las reformas económicas. Es indispensable que la reforma educativa salga adelante con las leyes reglamentarias que la harán eficaz. Un país sin una población educada y disciplinada no tiene otro futuro que seguir sujeto a decisiones ajenas.
Pero la reforma educativa, aún la mejor, no es suficiente si no completamos el cuadro de reformas indispensables.
A la reforma energética se le viene dando una especular importancia mediática con promesas de bajas en precios de insumos eléctricos y de gas y de impresionantes olas de nuevos empleos muchos más de los que daría el sector petrolero y sus derivados. Se disimula el período de dos, tres o más años que tardarán los ajustes en arraigar y rendir sus frutos a nivel general. El empleo de los cientos de miles de brazos desocupados tardará demasiado y su conversión a la formalidad para detener la proliferación de la miseria de la actividad callejera o el reclutamiento por el crimen organizado.
Lo que está sucediendo en la Capital de la República donde turbas de sedicentes maestros rompen y destrozan la operación de los engranajes legislativos, es anuncio inequívoco del desorden mayor que nos espera cuando toque su turno a los ajustes fiscales con sus repercusiones en la economía popular. Las fuerzas sociales que podrían contribuir a soluciones se convirtirán en monstruos sin control que acobardan a quienes deberían sujetarlos al orden.
La difícil coyuntura internacional en un México vinculado en más de 60% al comercio exterior no facilita reformas estructurales sino las hace más urgentes. La reforma educativa, inaplazable, se traba. La reforma energética, sin duda indispensable, es sólo una parte del esquema total de ajustes. La amarga reforma fiscal, inevitable, de impactos imprevisibles completa el cuadro.
El secreto está en acciones valientes, claras, definidas, respetables que convenzan a una ansiosa población que el desarrollo que a todos convoca se hace con orden y genuina solidaridad fraterna. La falta de energía en las autoridades al impulsar las reformas no tranquiliza sino acrecienta la impaciencia popular que exige resultados tangibles y no meras reformas cuidadosamente planteadas.
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