Tristeza. María Getapa sostiene en brazos a su hermano para consolarle mientras los médicos asisten a su madre que muestra deshidratación tras días esperando la evacuación en el aeropuerto.
John Lajara examina el espacio que queda bajo un trozo de hormigón, recoge un osito blanco de peluche y lo lanza de regreso a la basura. Se agacha nuevamente y recoge una bota, un codiciado tesoro en esta aldea filipina demolida por el tifón. Pero él busca algo mucho más preciado, el cadáver de su hermano, Winston.
Con sus vidas destrozadas, aquellos que siguen buscando a sus seres queridos que desaparecieron desde la tormenta de la semana pasada encaran una difícil interrogante: ¿cómo seguir cuando no hay un cadáver que enterrar?
La búsqueda de los desaparecidos, 1.179 según el recuento oficial, es una situación infernal para muchos. En la población costera de Lajara, los residentes calculan que unas 50 personas, de las 400 que vivían aquí, perecieron en la tormenta. Casi la mitad de esos muertos siguen desaparecidos: madres, padres, niños y amigos.
"De alguna manera, parte de mí se ha ido", contó Lajara tras concluir el sábado otra búsqueda infructuosa entre los escombros.
Lajara ha realizado esa rutina desde que él y su hermano fueron arrancados de su casa por el tifón Haiyan el 8 de noviembre. Desde ese día desconoce la suerte de Winston.
Un vecino de Lajara, Neil Engracial, no ha podido encontrar a su madre ni a su sobrino, pero sí halló muchos otros cadáveres. Señala un cuerpo hinchado que yace bocabajo en el lodo. Dante Cababa, era mi mejor amigo", dice Engracial. Señala otro cuerpo que se descompone bajo el Sol. "Mi prima Charana", era una estudiante de 22 años.
Según las últimas estadísticas de la principal agencia filipina de desastres, 3.633 personas murieron y 12.487 resultaron heridas. Muchos de los cadáveres siguen atrapados entre montones de escombros, o han sido depositados a lo largo de las carreteras en bolsas de plástico que despiden un líquido fétido. Al parecer, algunas de las víctimas fueron arrastradas por el oleaje.
Tras los primeros días de caos, cuando no llegaba la ayuda a más de 600.000 personas que quedaron sin hogar, las gestiones internacionales de socorro han comenzado a cobrar fuerza.
"Hemos comenzado a divisar el punto de giro", dijo en Nueva York John Ging, un funcionario del organismo de ayuda humanitaria de las Naciones Unidas. Agregó que 107.500 personas recibieron hasta ahora ayuda de alimentos y 11 equipos médicos extranjeros y 22 nacionales realizan labores de asistencia.
Los helicópteros navales realizaron vuelos desde el portaaviones norteamericano George Washington, fondeado cerca de la costa, y lanzaron agua embotellada y alimentos en comunidades aisladas. El ejército estadounidense dijo que enviará otros 1.000 soldados con embarcaciones y aviones adicionales para participar en las operaciones de ayuda y rescate.
Hasta ahora, las fuerzas armadas estadounidenses han movido más de 174.000 kilogramos (190 toneladas) de pertrechos y realizado casi 200 vuelos de asistencia.
El objetivo de las labores de ayuda es distribuir asistencia para salvar vidas entre los sobrevivientes, mientras que la búsqueda de los desaparecidos tiene una prioridad más baja entre los objetivos del gobierno.
El director de la agencia encargada de la gerencia de desastres, Eduardo del Rosario, dijo que la Guardia Costera, la Armada y los voluntarios civiles buscan en el mar a muertos y desaparecidos.
Bebé se aferra a la vida, sus padres luchan con ella
Althea Mustacisa nació hace tres días, en medio de la devastación y muerte que causó el tifón en el este de Filipinas. La bebé ha luchado por sobrevivir cada uno de esos días.
La pequeñita se aferra a la vida porque desde que vino a este mundo sus padres le suministran oxígeno sin parar con una bomba manual.
"Si dejan de hacerlo, la bebé morirá", dijo Amie Sia, enfermera en un hospital que funciona sin electricidad y con poco personal y escasez de suministros médicos en la ciudad de Tacloban, que fue azotada por el meteoro.
"(La recién nacida) no puede respirar sin ellos (sus padres). Es incapaz de hacerlo por ella misma", manifestó Sia. "La única señal de vida en esta pequeña son los latidos de su corazón", agregó.
Más de una semana después de la destrucción que causó el poderoso tifón Haiyan en una vasta franja de las Filipinas, donde más de 3.600 personas perdieron la vida, continúa habiendo víctimas a causa de las secuelas de la tormenta. Los médicos temen que Althea pudiera ser la siguiente.
Cuando el poderoso temporal golpeó el 8 de noviembre este país tropical transformó a Tacloban en un páramo irreconocible de ruinas y muerte.
El piso inferior del Centro Médico Regional de Bisayas Orientales (estatal), un inmueble de dos niveles se inundó, la unidad de cuidados intensivos para recién nacidos quedó hecha ruinas. Los aparatos para salvar vidas, como la única incubadora en la instalación, quedaron cubiertos con agua y lodo.
Cuando pegó la tormenta, los médicos y el personal trasladaron por seguridad a 20 bebés que estaban en la unidad de cuidados intensivos a una pequeña capilla en un piso superior. Colocaron a tres o cuatro en una cuna de plástico con ruedas construida para un recién nacido.
Al principio sobrevivieron todos los bebés en la capilla convertida en clínica neonatal improvisada. Pero seis murieron después, "debido a que carecíamos de equipo médico vital que fue destruido", dijo la médico adjunta Leslie Rosario.
En cuestión de días, sin embargo, fueron recibidos en el lugar otros 10 bebés nacidos durante o después de la tormenta, incluida Althea. La pequeña nació el 13 de noviembre en la casa de su familia, que fue destruida por el tifón; pesó 2,65 kilogramos (5,84 libras) y tenía incapacidad para respirar.
Cuando fue llevada a toda prisa al hospital, los médicos le aplicaron reanimación cardiopulmonar y desde entonces se le suministra oxígeno con la bomba manual que está conectada a una burbuja de plástico azul que le pusieron en la boca. Este dispositivo la sostiene con vida con una manguera transparente conectada a un tanque verde.
Los médicos dijeron que la tormenta no ha sido factor en los problemas de la bebé y destacaron que la atención prenatal insuficiente es lo que posiblemente complicó el embarazo de la madre, de 18 años. La bebé no nació prematura.
Sin embargo, las posibilidades de salvar a Althea en el hospital serían mayores si hubiera electricidad para que funcionaran un respirador, la incubadora y otros equipos.