Presumimos la sepa indígena queriéndonos diferenciar de la sangre española que según esto vino a conquistar las tierras americanas y a llevarse el oro y demás riquezas que nos pertenecían. En verdad no sabría responder por este nos, que significa nosotros y que puede convertirse en un les, refiriéndose a los pueblos que hoy defienden su descendencia directa de aquellos pueblos florecientes prehispánicos. Pero como no es tanta la información que tengamos de ese pasado, la comprensión de aquellos pueblos con relación a éstos y a nosotros mismos no se presenta muy clara.
Con la palabra Azteca, los que conocemos poco, agrupamos a todas las etnias que existían en este suelo antes del encuentro de los dos mundo. Los pensamos como una unidad; pero nada más lejano a ello. Las relaciones que tenía el imperio con sus vecinos se pueden asemejar a las relaciones de los Estados Unidos con Latinoamérica en el siglo XIX. Los que no estaban conforme con ella eran los pueblos subyugados quienes sufrían la intromisión de los guerreros para posteriormente, por la fuerza tener que comerciar desventajosamente con el imperio. Y cuidado con que alguien recibiera mal a las avanzadas comerciales aztecas porque habría de sufrir el desquite militar.
El imperio creció bajo este sistema. Hay que hacer una aclaración que éstos fueron una de tantas tribus nómadas que llegaron a Mesoamérica y se aposentaron alrededor del lago de Texcoco. Lo hicieron 130 años antes que los españoles. En este tiempo, después de haber sido temido por sus vecinos y obligados a refugiarse en las aguas del lago, lograron imponerse a los demás y establecer la triple alianza. Llevaron su poderío hasta toparse con los mayas en el sur y en el occidente no pudieron pasar de las fronteras tarascas, los cuales no pudieron vencer; o sea, que si la vemos bien, ya lo he dicho otras veces, el norte de la república jamás fue azteca y estaba poblada por tribus nómadas de culturas incipientes, animistas que carecen de las grandes construcciones del centro y del sur y de tan elaboradas culturas.
Sigamos con los aztecas. Su Dios central era un Dios solar Huizchilopoztli, tenía otras deidades importantes como Tlaloc y Quetzalcóatl. Del primero dependía la vida y por lo tanto había que mantenerlo con vida y para ello necesitaba de alimento, el principal eran los corazones humanos para lo cual el pueblo hubo de convertirse en pueblo guerrero que tenía la obligación de estar en acción constante para que a la deidad no le faltara su alimento.
En una de las tantas anécdotas que existen y que puede parecer exageración, se habla de 20 mil sacrificios humanos nada más para la consagración de alguno de los templos. El sistema educativo estaba planeado para lograr que la gente se comprometiera con la formación de los jóvenes dentro del espíritu guerrero.
Aunque había otros rasgos culturales que no se centraban en la crueldad. Los aztecas supieron civilizarse, mamando los propios elementos culturales que se habían cultivado por pueblos anteriores a ellos y que podemos generalizar como la cultura náhuatl que se inició en las costas de Veracruz en civilizaciones como la Olmeca, la teotihuacana, la Tolteca. Sahagún recopiló los múltiples consejos que los padres y las madres daban a sus hijos y a sus hijos con el fin de ser buenos ciudadanos. Muchos de ellos aún están en vigor.
Pero a lo que voy, con esos elementos, los pueblos de aquellos tiempos, supieron sobrevivir y no sólo eso, sino que lograron construir civilizaciones que aún hoy nos producen el azoro. Era un pueblo con fortaleza, tuvo que serlo para poder resurgir del lago con el ímpetu que lo hizo derrotar a los de Azcapotzalco e imponerse a todos sus vecinos. Intervino el proceso de la formación de su voluntad, todo el proceso educativo por el cual los obligaban a pasar. Y se les supo imprimir una filosofía. Tuvieron un sacerdote de suma importancia, Tlacaelel, que estuvo detrás del trono de los primeros emperadores que fundaron el imperio.
Si en realidad tenemos un interés por las culturas antiguas debiéramos de indagar más sobre ellas y sobre su grandeza. Sobre sus aciertos y sobre sus errores. Aceptarlas tal cual fueron con lo bueno y con lo malo. Como pesa lo que aparentemente es malo, los sacrificios humanos, preferimos mitificarles sin moverle mucho a las tierras movedizas que nos cuesta trabajo conocer y mucho menos manejar.
Necesitamos ser un pueblo fuerte de alguna manera. Estamos lejos de serlo. Necesitamos de una filosofía que nos dé consistencia de nación, las hemos perdido todas.
Ni Tlacaelel ni algún otro, y vaya que lo hemos tenido a la altura de Alfonso Reyes, no sirven para lanzarnos a esta etapa de globalización que vivimos y donde a diario nos quitan el mandado.