A lo largo de la historia, muchos idealistas han propuesto la forma de organizar al mundo. En los textos de Platón y Aristóteles, encontramos propuestas de sociedades que se organizan con vías a la perfección. Esto nos puede parecer una continuación de los paraísos donde se supone que se tiene todo, o no se carece de nada; el imaginario social continúa dando ideas en la Edad Media con San Agustín, la ciudad de Dios y con las utopías de Moro, que en estado de Michoacán fue puesto en práctica por Tata Vasco de Quiroga.
Las utopías, como ciudades ideales vinieron a aterrizar, en el siglo XIX, con los estados que intentaron ser reales, como el liberalismo y los diversos socialismos, el que más prevaleció fue el Marxista que tendía al comunismo; definido este último como la ciudad sin clases y sin gobierno; estado que en la lógica de cualquiera es imposible; por lo tanto, en nuestra contabilidad de ficciones sociales, ninguna se ha hecho realidad, porque en ninguna parte del mundo nos ha sido posible fabricar el paraíso de ninguna especie. A lo mejor sería demasiado aburrido.
Imagínese usted ¿tenerlo todo y no preocuparse por nada? Se acabaría el hombre porque su actividad no sería necesaria, sería inútil que su cerebro se planteara soluciones porque no habría problemas que resolver; ¿Sacrificarse para qué?, el Estado le resolvería hasta las vacaciones.
A pesar de todo lo anterior, el hombre sigue imaginando que hay una forma perfecta de organizar a la sociedad o de aprovecharse del imaginario colectivo para sacar provecho de las esperanzas y eso es lo que da resultado, por eso los políticos se piensan Santa Clos y a lo máximo que llegan es a mostrar un saco de regalos.
Si bien las utopías son imposibles, el acercarnos a ellas no; en eso consiste la promesa del socialismo; acercarnos a la sociedad sin gobierno y sin clases. Por más que lo quisiéramos, la igualdad no se podrá dar porque siempre existirá quien esté dispuesto a poner algo para conseguir un objetivo y siempre existirá alguien que no quiera realizar la más mínima acción para conseguir la realización de sus proyectos y estará esperando quién le dé. Eso es lo que hacen los partidos, dar, y con ello la única cultura que fortalecen es la del clientelismo, personas que están con ellos porque reciben y se conforman con lo que les den y no se esfuerzan mucho de su parte.
Esa es una de las razones por las que fracasó el socialismo. No había alicientes para esforzarse porque, a pesar de que lo hicieras, recibías lo mismo que los demás; entonces, para qué te esfuerzas.
A los políticos no les interesa plantearse estas cuestiones ni siquiera proponer un nuevo tipo de utopía. El liberalismo, e ideologías afines, está amachada que la única opción posible es la de dejar hacer y la de dejar pasar; la ley del más fuerte, tienes más saliva, comes más pinole, como si los que no tienen saliva fueran a soportar para siempre el estado en que están. Cuando la gente no tiene que comer ni con qué sobrevivir es cuando se arriesga a todo y toma de donde haya sin pedir permiso.
Ahora sí, que alguien me explique las campañas políticas, cuáles son sus verdaderos ofrecimientos, cuáles sus utopías. Dónde está la genialidad de estos hombres quienes intentan representarnos y ponerse a la cabeza en la solución de los problemas.
No entiendo una ciudad llena de gasolineras y de tiendas de conveniencia; ¿En eso consiste la modernidad? ¿La alimentación del futuro consistirá en galletas, dulces, papitas, café, refrescos, cervezas? ¿Es la forma de salir del bache económico? Si ya teníamos las misceláneas, la riqueza más repartida. No le veo en donde está la mejora.
La izquierda no sale de su discurso anacrónico a la Robin Hood, quitarle a los ricos para darle a los pobres. (El que parte y reparte se queda con la mayor parte). Los pobres siguen siendo pobres y seguirán pidiendo mientras no puedan darse a sí mismos. Lo que hay que darles es trabajo, enseñarlos a trabajar.
Habría que llegar a un punto medio entre liberalismo y socialismo. O sea que habría que hacer leyes que regularan la relación entre los hombres para tener una sociedad menos imperfecta. Esa es la chamba del legislador.