Antier fueron las elecciones. Cuando escribo este artículo, no sé quién quedó triunfador. Para lo que han servido las campañas es para la exhibición de la bajeza de los políticos. La falta de unidad, por un lado, corrupción por el otro, la traición está a la orden del día. El autismo sería otro problema más, porque no se han dado cuenta de que el país camina como los cangrejos, para atrás.
El sabor que me ha quedado es que sólo se trata de una temporada en que algunos cuantos han intentado de conseguir un empleo, con muy buen sueldo y pocas exigencias. La única capacidad necesaria es el hacer demagogia, la mentira al servicio de los intereses particulares de una minoría. Algunos los conseguirán, otros no; éstos que no, por lo menos ya se aseguraron un ahorro para los tiempos inmediatos. Mientras buscan qué hacer.
El pueblo mexicano es el que seguirá sufriendo las consecuencias de la falta de compromiso de sus gobernantes. La democracia se encuentra en juego. Nos tenemos que dar cuenta de que en nuestro país puede suceder lo que pasa en otros países como Egipto, como Grecia. Nuestro futuro no puede estar sujeto con tachuelas, y vivir cada vez peor, mientras que los de arriba llenan su clóset con cuatrocientos pantalones o sus esposas con mil zapatos y todavía se hacen los ofendidos o los enfermos porque se les echa guante.
El polvorín puede explotar con cualquier cosa, lo estamos viendo en Brasil, y podríamos seguir enumerando de países que van a la deriva, en África por ejemplo, por estar en manos de grupos guerrilleros que nunca acaban de hacer la guerrilla y que les ha dejado de interesar la hambruna que provocan; en la América Latina, también sucede esto.
A los líderes no les interesa unificar intereses. La vanidad les gana. Son ellos los líderes, a la manera del romanticismo, los esperados, el profeta que nos ha de guiar al paraíso terrenal. Y si no son ellos, no es nadie, porque nadie les importa; bueno, si les importa el hambre de los pueblos para poder explotarla a su favor, porque todo mundo se conduele de la hambruna y hasta la ponen en la mesa de los pactos como si fuera la mesa de los juegos para especificar cuándo se da y cuándo no se da.
Y las deudas seguramente la pagarán el hambre del futuro. Y ciertas instituciones como el agua y el petróleo, seguirán siendo la caja chica de algunos. Todo mundo se opone a que se le privatice. Así, como están, no prestan el servicio que deben de prestar y enriquecen a los políticos encargados.
En que se están convirtiendo nuestras ciudades; en territorio de la monopolización comercial. Se van terminando las microempresas que solíamos llamar misceláneas y de algún otro tipo, porque estamos siendo invadidos de las grandes cadenas de minisúper.
Se convierten también en futuras ciudades fantasmas porque a nadie le importa que se nos termine el agua, con cultivos que no deberían de permitirse en esta región.
Se están convirtiendo en productoras de desempleados porque el negocio de las universidades está en todo su apogeo pero no responde a las necesidades económicas, agrícolas, industriales, culturales y sociales de la región. A la educación la han convertido en una industria más, donde se vende un título, no una formación ni un conocimiento.
Se está convirtiendo en un territorio que está perdiendo la dignidad porque cada vez hay menos cosas que la llenen de orgullo; el monumento, la estatua, el parque, el lugar apacible para vivir, la obra que viene a culminar los esfuerzos. De esto va quedando poco. Subsisten las grandes empresas que ha producido la región, ¿pero dónde está la obra de las nuevas generaciones?
A quien ganó le pregunto ¿Qué va a hacer con esta ciudad, con esta región, con estos problemas? Se han acabado los tiempos de la demagogia. Obras compadre, obras. Está obligado a realizar las cosas que se deben de realizar para que esta región salga adelante.
Queremos paz, queremos industria, queremos comercio, queremos trabajo, queremos futuro, queremos orgullo.