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Ensayo sobre la cultura

El regreso a la educación

José Luis Herrera Arce

Agosto es el mes del regreso a clases y muchos estudiantes volverán a las aulas con el enfado que representa perder su libertad de las vacaciones donde se dedicaban a ejercer actividades que no implicaban responsabilidad alguna. Las madres inteligentes proporcionaron a sus hijos escuelas de verano, donde pudieran canalizar sus destrezas o liberar su vitalidad en actividades diversas, que lo mismo sirven para la formación integral del individuo, aunque no se le llama escuela. Las que no pudieron, por el motivo que fuera, tuvieron que soportar a la chamacada dentro de la casa, o en la calle en compañía con todos los chicos del barrio dedicados a inventarse sus partiditos de los deportes que más gustan, o simplemente observarles en su aparente pasividad frente a las computadoras o demás artefactos que uno ya no sabe si les hacen bien o mal, o si es la mejor manera de hacerlos autistas, solitarios o ponerlos a expensas de sujetos que los harán caer en múltiples trampas para sacar provecho de su estupidez.

Las vacaciones acaban porque no se ven como una continuidad del proceso educativo; así como la temporada de clases acabaron en su día, porque tampoco se vieron como una continuidad del periodo vacacional, tiempo que podría aprovecharse en otras actividades de educación. Para mí, las dos cosas están conectadas y son necesarias la una a la otra; o debieran de estarlo. Pero ya se ve que en México no salimos del atraso y no se plantean conexiones en todas las actividades del individuo. El asueto se opone a la obligación. Viven en relación dialéctica.

Las vacaciones parecen disfrutarse y volver a clases es sufrir el proceso de los deberes. A lo mejor aquí es donde comienza la aversión que tenemos al trabajo porque no lo consideramos como un medio de cultivar y fortalecer nuestra humanidad en todos los sentidos. A lo mejor, en esta división de nuestra vida está el génesis de sentir que el trabajo es un castigo, porque así lo proponen los textos mitológicos y pensamos que la felicidad consiste en no trabajar, en no estudiar, en no ir a la escuela, en no crecer, en permanecer en la dependencia y no en llegar a convertirse en un sujeto responsable.

La escuela no es la aventura que debiera de ser, ni tampoco los retos. No implica la perfección humana. Ya lo ven, en los últimos años toda esta rebelión que se ha desatado por los propios maestros para que no se les apliquen normas de calidad, o exámenes y se les siga dejando ser ineficientes. La unión ha servido para fortalecer la ineficiencia. Cuando el propio trabajo del maestro no es un reto cotidiano para abrirle a sus alumnos las ventanas, puertas y horizontes del conocimiento, que podemos esperar de los educandos; un chico que va a aburrirse a la escuela y que no se esfuerza mucho porque a final de cuentas sabe que lo pasan porque así está hecho el sistema y si no consigue lugares en la universidad, hará todos los desmanes posibles para que lo acepten aunque no cuente con las capacidades mínimas para ser aceptado.

El proceso educativo se ha convertido en una manera de conseguir papeles porque se piensa que con ello se accede a mejores fuentes de trabajo y por lo tanto a mejores sueldos como si los empleadores pagaran por personas que no les producen lo que debieran, que es de donde sale su sueldo. A final de cuentas, la actitud que se tuvo en la escuela se tiene en el trabajo y se conforman con dar lo mínimo y se hacen los explotados porque no les pagan el máximo y jamás disfrutan lo que hacen y lo hacen mal porque nunca aprendieron a esforzarse.

Hay muchas películas, desgraciadamente americanas en su mayoría, donde se demuestra que lo importante en toda actividad es el esfuerzo; pero éste no produce carga alguna sino por el contrario, deleita, llena, satisface, da placer por la obra realizada aunque haya significado muchas horas de trabajo. Cuando uno sigue una vocación, sabe que en ella está la realización, la forma de llenarse, de nunca sentirse vacío. Ver esas películas es lección de vida.

Pero para el mexicano la escuela primero y después el trabajo es un suplicio. Se quiere el título y el sueldo. Cuando se obtienen no se logra apagar el vacío. Se añora una vida fácil, la vida del bebé en la cuna donde lo único que tiene que hacer es llorar para que la madre adivine que necesita y le provea. Esa actitud es la que lo convence de que lo mejor es la vida fácil, la delincuencia.

Este camino es nuestro problema social, la inestabilidad. Al individuo le hace perder la dignidad pero parece no importarle. Debiéramos de replantearnos los procesos escolares; es de donde salen los valores que pueden salvar a las generaciones futuras.

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