Podremos ser creyentes o no; nadie se salva de que le digan o decir, como un cumplido, Feliz Navidad. El ambiente es único, sobre todo por el sentimiento de estar terminando un ciclo y comenzando otro. Siempre hay una esperanza de que se renueve. Los hombres funcionamos así, por medio de los ciclos. Cada año se repite y no dejamos de querer sentir esa esperanza de que la vida en lo futuro debe de ser mejor de lo que es en el presente. Tendrá que ver con la relación con la agricultura. Cada año, es una experiencia nueva que a lo mejor no tiene nada que ver con el año anterior. Se siembra para cosechar; si este año no rindió los mejores resultados, a lo mejor el año que entra sí sucederá. Si este año obtuvimos lo querido, el año que entra tenemos la esperanza de que nos sucederá lo mismo.
Las antiguas culturas tenían sus rituales en relación a los ciclos; una especie de contacto con la naturaleza: me das, te doy. Un intercambio que se realiza de diversos modos. Se supone que en la actualidad somos modernos y dejamos de creer en mitos o rituales; pero no es cierto, porque ¿cuántas personas andan en busca de la ropa interior roja para que les vaya bien el año que entra? Y como este, muchos otros usos y costumbres para avivar la esperanza.
Pero volvamos al principio, se festeja la natividad, ¿la de quién? La de Nuestro Señor Jesucristo, y al recordarlo da inicio el año con la promesa de la redención, que quiere decir, la salvación, que para el creyente es infundir un sentido para su vida. Esto implica la renovación de una promesa, similar a volver a encender la esperanza en la naturaleza. En el futuro, hay para bienes. La fe nos sirve para soportar la espera.
Pero la mirada no solamente es para el futuro, también debe de ser para el presente. En el aquí y el ahora hacemos una pausa, nos miramos a la cara y se nos ocurre que es la mejor temporada para reunirnos en algún lugar y convivir. Es el tiempo en que la familia, que durante el año se encuentra dispersa, piensa en reunirse. Es una reunión que se planea, que se comparte, que se añora, en donde se van a echar de menos los que no están. Sea creyente o no sea creyente, la reunión familiar viene a fortalecer los lazos de sangre que tiene con los demás.
La cocina olerá de otro modo. En todo el año, la cocina no huele como en esta temporada, en que se van a cocinar los platillos no acostumbrados en otros días. Cada familia cuenta con sus especialidades que mucho dirá de sus lugares de procedencia. Será el pavo, el mole, el bacalao, el arroz huérfano. Serán los buñuelos, los tamales, los atoles, el chocolate. Serán las colaciones, será lo que sea, pero hay que alimentar el cuerpo, como se alimenta el alma de otros ideales diferentes a los cotidianos. Para eso son estos olores que salen de las manos de esas cocineras que saben satisfacer el gusto y que saben recompensar la espera. En todo el año no habrá lo que se cocina hoy porque solamente para ocasiones especiales existen determinados platillos.
Y con los sabores y los olores vendrán los recuerdos, las de las abuelas principalmente, que hacían esto o aquellos y que lo escondían para que los niños golosos no dieran con ellos. Aún así, casi siempre perdían la batalla, porque para eso eran sus batallas, para perderlas, y el niño saliera corriendo con la golosina en la boca o en las manos.
Es la temporada en que los niños sueñan y los adultos quisieran ser niños para tener esa posibilidad de soñar. Se sueña en los regalos, los juguetes. Es la fantasía que se enciende. Recibimos porque somos dignos de recibir. Los adultos piensan en el regalo de sus seres queridos y cercanos. Hay intercambios. Los objetos no son lo importante, lo que verdaderamente interesa es la amistad, esa amistad sellada con el abrazo, el recuerdo, la confianza, el rompimiento de la soledad.
Es el momento de pensar que no solamente es importante recibir, también resulta importante el dar. Si das recibes y si recibes, deberías de dar. Es como se construyen las verdaderas relaciones humanas y el sentido de estas fiestas. El mundo está lleno de seres estúpidos y voraces que lo quieren todo para ellos. El mundo se salva por aquellos que se encargan de dar. Las instituciones sobreviven por aquellos que se dan al momento de servirles.
Se trata de avivar la convivencia entre los hombres y la confianza. Hoy vivimos en un mundo de desconfiados y nadie se siente a gusto viviendo en estas condiciones. Para remediar el mal, hay que darse. Si nos diéramos, otro gallo nos cantaría.
Sólo me resta desearles una feliz Navidad.