El tiempo es cíclico, y en cada nuevo año surge la esperanza de avanzar hacia un objetivo que mejore nuestra forma de vivir. A veces se pierden las esperanzas, puesto que según pasan los años, en lugar de mejorar se empeora. Nos invade la apatía y comienza a dar lo mismo el vivir bien o mal. Nos conformamos con mantenernos vivos; eso es más que suficiente. Nos lleva la corriente y dejamos de ser los directores de nuestro destino.
Es entonces cuando tenemos que reflexionar el sentido de nuestra vida. Si somos producto solamente de una maquinaria que funciona según los lineamientos impuestos de un desconocido, qué valor puede tener nuestra existencia. En los últimos años nos han ido orillando al conformismo de doblegarnos, a ser como los demás. Con esta globalización de mercado y con estos seudos tratados de libre comercio, la economía se nos ha venido abajo porque ni siquiera el puesto de mano de obra barata hemos sabido ocupar en el contexto mundial.
El grito se encuentra ahí; en todos lados hay crisis, y este estado de la humanidad no encuentra cómo solucionar su problema, porque al parecer se nos ha terminado la materia gris. El pensar sirve para hacer conciencia de un estado de ser y de analizar la forma de llegar a otro estado de ser. Así es como siempre ha evolucionado el mundo a partir de ser creativos. Ya no somos creativos, simplemente repetimos lo que en otros lugares se hace porque eso resulta más barato y no nos damos cuenta de que como cultura perdemos valor. No somos propositivos.
Véalo usted con la televisión mexicana. Le sale más barato comprar programas diseñados en el extranjero y transmitirlos en español que quemarse la cabeza ideando algo apropiado para la cultura en la que se desenvuelven esos canales. Esta es la manera tan fenomenal de invertir lo mínimo para obtener la máxima ganancia, porque en eso han fundamentado toda razón de ser empresarial y no hay límite para la codicia de unos cuantos, que mata las opciones propositivas de una cultura tan rica como la mexicana.
Nos han vuelto una sociedad de comida rápida, siendo México uno de los países de riqueza culinaria inapreciable. El primer mundo consiste en comer hamburguesas de ínfima calidad y café en vasitos de cartón, suplantar a la vieja miscelánea por las tiendas de conveniencia que nos ofrecen todo tipo de comida chatarra para que nuestras neuronas cerebrales se sigan deteriorando.
De qué pueden presumir nuestros representantes; se han dejado llevar por la corriente y están empecinados en apostarle a esta bendita globalización, que en lugar de resolver problemas los ha empeorado. Hoy vivimos peor que en los setenta y ochenta. Que el buen amigo globalización nos ha dejado sin empleos y ha bajado nuestro nivel de vida, ahora le ofrecemos el mejor producto de nuestra economía porque el mexicano no tiene capacidad para ingeniárselas y resolver sus problemas de energía. No somos creativos, estamos incapacitados para inventar o desarrollar tecnologías. Se sigue fomentando la cultura de la dependencia.
Nos hacen sentir menos y eso es muy conveniente para eliminar toda sustancial diferencia en contra de la pretendida cultura global. Seremos lo que los grandes quieren que seamos. Ellos nos culparán de todo lo malo y manejando nuestra culpabilidad nos doblegarán.
El tiempo de la esperanza comenzará cuando tomemos nuestro futuro en las manos. La culpa de lo que nos acontece sólo la tenemos nosotros mismos. Si no partimos de eso, entonces nuestros problemas jamás encontrarán la solución. Es momento de hablar y no sólo de escuchar. Diputados, senadores, presidentes, gobernadores, no tienen la solución de nuestros problemas, ya era hora de que los hubieran solucionado. Es el momento de acudir a otras voces, las nuestras, las de los ciudadanos que pueden ser propositivos y quienes debieran de exigir ser escuchados.
Más de cien millones de mexicanos no pueden seguir aguantando las condiciones en las que viven. No se trata de que nos hagan pagar más impuestos para que nos sigan dando más de lo mismo. No se trata de seguir permitiendo la corrupción que es nuestro peor cáncer. Es hora de cambiar, de exigir, de exhibir. Si queremos que el mundo cambie, tenemos que cambiar nosotros.
Eso es el propósito que hacemos todos los años y hasta hoy como que no nos ha resultado.