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Entrañables Antonios

Hora cero

ROBERTO OROZCO MELO

Hizo ya un año que sufrí una mala caída… Pero dígame, amigo lector, ¿hay acaso buenas caídas?... La mía fue mala, en verdad. Una traicionera hipoglucemia me derribó, sin sentido, al caminar por la calle frente a mi casa. Caí privado del conocimiento en manos de dos médicos amigos, que me atendieron con diligencia, solicitaron los servicios de una ambulancia y me trasladaron con prontitud a un hospital cercano, víctima, entre otros males, de un desplazamiento en los huesos de la espalda, fractura múltiple en la mano derecha y varios golpes en la cabeza.

Ya había acudido a la prevención médica, pues sentía que mi barriga crecía rápida y a diario. Después de una somera revisión, los facultativos confirmaron lo que, a su juicio, padecía: una grave "hipoglucemia" que mantenía a mi organismo sin un ápice de glucosa; así que me enviaron de nuevo al laboratorio. Yo pensaba que me sentía bien, pero mis doctores me impusieron una dura filípica, calificándome de irresponsable.

El 3 de julio de 2013 respondí a sendas llamadas telefónicas, originadas en la ciudad de Torreón: la primera de mi amigo el periodista y abogado Germán Froto Madariaga. La segunda fue de Valeria Ortega Luna, eficaz administrativa en El Siglo de Torreón. Ambos llamados confirmaban el fallecimiento de don Antonio Irazoqui y de Juambelz, en esa madrugada. Las dos noticias sacudían sólo al pensar en el doloroso deceso de los dos principales colaboradores de don Antonio de Juambelz y Bracho, el tenaz fundador y director general de El Siglo de Torreón.

Muchos años tenía de conocer y de ser amigo de Antonio Irazoqui, por quien fui recibido recién llegado a colaborar en El Siglo de Torreón con mi modesta columna "Hora Cero". Tuvimos en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes un mutuo amigo, así que simpatizamos fácilmente y de inmediato. Igual me había sucedido ante los dos respetables señores De Juambelz e Irazoqui.

El Siglo de Torreón fue siempre el periódico más comprado y leído por mi padre, don Moisés Orozco García; El Siglo se leía a diario en nuestra casa de Parras de la Fuente. Siendo yo un joven imberbe, solía acechar el arribo del tren procedente de Torreón para monopolizar la lectura de las páginas deportivas y las tiras cómicas, secciones que eran un variado privilegio para mis hermanos. Mi madre solía separar las páginas de sociales y personales, en tanto que las otras, que contenían tiras cómicas, eran reservadas para mis tías y mis hermanos.

Nunca faltó El Siglo en mi casa, ni en el mostrador de "El Obrero", negocio abarrotero de mi padre. Por las tardes yo secuestraba el periódico del día para leerlo a la hora de la cena, alternando lecturas con mis tareas escolares. Metido con las orejas en escuchar los comentarios que mis padres hacían sobre las noticias diarias. Leer El Siglo se convirtió en parte de mi cotidianidad juvenil, que sólo suspendía a la hora de irme a la cama y dormir.

En la secundaria de Parras formalicé mi trato con las noticias internacionales y nacionales, por medio de mis profesores, que eran tres con el mismo oficio: don Gabriel Robledo Luna, don Juan Contreras Palacios y mi siempre admirado José Natividad Rosales, quienes estimulaban avidez de lectores y procuraban interesarnos por un periodismo profesional, como catalogaban a El Siglo. Don Gabriel nos llevaba hasta su imprenta, donde se imprimía y editaba El Popular, un periódico semanario subsistente aún existente bajo las condiciones más críticas, hasta el fallecimiento de su propietario y director, Gabriel Robledo Luna. Igual con él se fueron los artículos a cargo de José Natividad Rosales y Juan Contreras Cárdenas, sus principales redactores locales, siempre sobre Parras y los parrenses. Otros habían desaparecido poco a poco, y que sólo El Siglo de Torreón mantuvo firme nuestro interés de lectores.

Guardo cariñosamente el mejor recuerdo por don Antonio de Juambelz y Bracho, e igual evoco el ingenio y buen humor de su sobrino Antonio Irazoqui y de Juambelz, a quienes evoco frecuentemente, así como a los reporteros, columnistas y demás colaboradores que saciaban nuestra curiosidad infinita de siempre saber más. Que en paz descansen todos.

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