Dicen que la cárcel se hizo para los hombres; eso no pasa de ser una baladronada de cantina. Quienes han caído en esos sitios de reclusión pueden dar fe de las condiciones infamantes, subhumanas, en que se vive allí. Por eso son un castigo, peor que "infierno de todos tan temido".
Caer en la cárcel es un hecho doloroso, en sí mismo. Pero hay seres que no parecen tener otro destino, sino ése: pasar su existencia tras los barrotes de una prisión en la que se relega a la hez de las comunidades: asesinos, defraudadores, narcotraficantes, ladrones, violadores y toda una amplia gama de delincuentes.
Ir a dar a la cárcel no sólo es un hecho doloroso en sentido moral, ya que los reos sufren físicamente todo género de agresiones: de los carceleros, de los otros presos, de la policía. Estar en la cárcel significa sufrir de soledad, de violaciones sin fin, del hastío, de la inacción, de la desesperanza. Y todo eso debe doler muchísimo.
Las cárceles de México están llenas, hoy día, con delincuentes procesados y sentenciados. Construidas para un número determinado de internos, los cupos se han sobrepasado hasta en más del doble. Los jueces federales se han encargado de llenarlas, pues quienes están de más en tales centros son precisamente reos del orden federal, especialmente narcotraficantes.
Los centros de readaptación social, románticamente llamados Ceresos, están sufriendo actualmente ese problema de sobrecupo. Planeados hace más de 15 años, su construcción correspondía a una época de oro de la regeneración social de los delincuentes, tan profundamente defendida en libros y artículos periodísticos por el criminalista Sergio García Ramírez, quien innovó los tratamientos readaptadores, primero en el Estado de México y luego como subsecretario de Gobernación en toda la República.
Se sostenía entonces que los internos, pues se les quitó el infamante calificativo de presos, eran merecedores de un trato humano que los reformase y reeducara para convertirlos en hombres útiles a su familia y a la sociedad, mediante un procedimiento científico que incluía básicamente el estudio de su personalidad. Se hacía a los procesados y sentenciados un amplio diagnóstico psiquiátrico, psicológico, anatómico, económico, social y de orden médico, en el cual habrían de fundarse posteriormente los beneficios legales concedidos por el nuevo enfoque. El reo había caído en la delincuencia por equis razones, pero sin duda se le trataba como a un ser humano sujeto a corrección y profundamente perfectible.
Pero a los Ceresos les sucedió lo que casi siempre pasa con todas las buenas tareas que emprenden los gobiernos: nunca tuvieron dinero para sostener los programas y mucho menos para ampliar las instalaciones, que de inmediato quedaron cortas respecto a las necesidades. Hubo tiempos, incluso, en que los vigilantes -de por mal pagados-, hubieron de recurrir a "completarse" como podían. Y pudieron bien, mediante el disimulo para el tráfico de drogas, los privilegios carcelarios, las visitas conyugales que no son de las cónyuges precisamente, las salidas subrepticias e ilegales del penal, los regresos fuera de los horarios cuando eran autorizadas.
Con muchos más internos de los que pueden caber en los edificios, la situación interna es promiscua. Se trafica con todo: droga, influencias, alimentos, bebidas alcohólicas, sexo. Unos duermen fuera del centro, porque pagan. Otros sólo llegan a dormir. Hay quienes viven fuera y alguien pasa lista por ellos. En hacinamiento morboso conviven drogadictos, homosexuales, sádicos, asesinos.
Es un problema social. Los directores y demás funcionarios no son, como antes, abogados con vocación por realizar una buena obra de regeneración humana. Con los sueldos que se pagan -por la crisis, sabe usted-, los gobiernos ya no se ponen muchos moños respecto a los perfiles del cargo. Simplemente buscan a alguien que llene la silla y no cobre mucho.
Por eso no son insólitos los motines, ni las fugas, ni los crímenes dentro de las cárceles. En ellas sólo hay dolor, pudrición humana, abandono e ilegalidad. Algo parecido al infierno tan temido que describió Dante...