El aspirante a obispo de Shanghai prácticamente ha estado prisionero en el principal seminario de la ciudad desde hace nueve meses, su sanción por desafiar abiertamente al Partido Comunista de China al retirarse de los organismos oficiales del país que supervisan a la Iglesia.
El trato dado a Thaddeus Ma Daqin es la señal más clara y el ejemplo más destacado del férreo control de China sobre la práctica religiosa, así como del desafío que ello representa para la Iglesia católica en momentos en que los cardenales se congregan para seleccionar a un nuevo papa.
Mientras el Colegio Cardenalicio se reúne en el Vaticano por segundo día, el destino de la Iglesia en China recibe poca atención en comparación con otras inquietudes, como la escasez de sacerdotes, los escándalos de abuso sexual por parte de clérigos y las peticiones de dar mayor voz a las mujeres y a los laicos.
Aun así, China será sin duda un tema que abordará el próximo pontífice, no sólo por la continua represión que enfrentan los católicos en el país, sino también porque la creciente influencia económica y diplomática china empuja rápidamente a la nación asiática al centro de los problemas mundiales.
"Valdría la pena ver si las autoridades chinas abren sus mentes y le pierden el miedo y la desconfianza a la religión", dijo John Liu, un feligrés, en el atrio de la catedral de la Inmaculada Concepción de Beijing, cuya construcción data de hace 400 años.
Liu alberga esperanzas de que el nuevo papa pueda enmendar las relaciones con China, pero considera que ello no ocurrirá en el corto plazo. "Tomará tiempo", señaló.
En su ordenación en julio pasado, Ma le dijo a la congregación que se retiraría de los organismos oficiales chinos para centrarse en su labor pastoral, un gesto de independencia que enfadó a las autoridades religiosas presentes en la catedral de San Ignacio en Shanghai.
Lo llevaron directamente desde ese templo al seminario suburbano de Sheshan para lo que fue descrito inicialmente como un retiro. En diciembre le revocaron su título de obispo bajo el argumento de que había infringido las reglas chinas al tomar medidas para asegurarse de que su ordenación fuera aceptable ante Roma. El Vaticano se ha rehusado a aceptar la medida.
El papa Benedicto XVI hizo del mejoramiento de las relaciones con Beijing una prioridad durante sus ocho años de pontificado, y en 2007 escribió una histórica carta a los fieles chinos con la esperanza de unir a la dividida Iglesia en ese país. Creó dos puestos de cardenal en Hong-Kong y designó a un arzobispo de esa ciudad a un alto puesto en el Vaticano, lo que dio a la Iglesia en China una voz en la toma de decisiones de la Santa Sede.
Pero hubo poco progreso en el terreno, ya que continuaron las detenciones de clérigos católicos y estancamientos en la designación de obispos. Un grupo de clérigos y fieles chinos escribió a Benedicto XVI para agradecerle su atención, pero la carta parecía más como un tácito reconocimiento del difícil camino que les aguardaba.
"Sin importar los conflictos y los agravios que ocurrieran, sin importar cuán triste y decepcionado lo hayamos hecho sentir, usted siempre acogió a China y a la Iglesia católica de China con amor paternal", decía la misiva, difundida la semana pasada por la Santa Sede.
China y el Vaticano no tienen lazos diplomáticos, y el Partido Comunista obligó a los católicos chinos a romper vínculos con Roma en la década de 1950. En las dos décadas posteriores hubo cierre de templos y algunos clérigos fueron encarcelados u obligados a trabajar en el campo o en fábricas. Otros fueron asesinados por negarse a renunciar a su lealtad al papa. Los derechos de la gente a practicar una religión no fueron restaurados sino hasta después de la muerte de Mao Tse-tung, acaecida en 1976.
La Iglesia sigue hoy día bajo el estricto control de un par de organismos dependientes del partido gobernante: la Asociación Patriota Católica de China y la Conferencia del Episcopado. Funcionarios de ambas organizaciones se negaron a conceder entrevistas.
China tiene oficialmente seis millones de fieles católicos en 6.300 congregaciones, aunque se presume que millones más practican su fe fuera de la Iglesia oficial china.
Las tensiones más recientes se relacionan en gran medida con el delicado tema de quién puede designar obispos. El Vaticano dice que sólo el papa tiene el poder para hacerlo, pero Beijing afirma que puede hacerlo por sí misma en ejercicio de la independencia de la Iglesia china.
Por años, ambas partes llegaron a acuerdos calladamente sobre los candidatos aceptables mutuamente en consultas secretas. Las cosas se descarrilaron en 2010 con la designación de Guo Jincai como obispo en la ciudad norteña de Chengde. El Vaticano dijo que no era apropiado y dijo que China estaba procediendo unilateralmente.
Beijing acusó a Roma de minar la independencia de la Iglesia china y de interferir en el derecho de los católicos chinos a practicar su fe. Le sucedieron otras designaciones polémicas.
Shanghai, una de las diócesis más grandes y adineradas de China, sigue siendo un asunto irresuelto. No se ha dicho cuándo se liberará a Ma y las clases en los seminarios de la ciudad continúan suspendidas.
El reverendo Bernardo Cervellera, director en jefe del servicio noticioso católico AsiaNews, espera que el compromiso del próximo papa con China sea al menos tan sustancial como el de Benedicto XVI.
"Primero que nada, China tiene una población de 1.300 millones y la gente está más y más en busca de un alma espiritual que fue sofocada por el materialismo. En China vivimos una primavera de la fe", dijo Cervellera.
"Más aún, China es uno de los actores más importantes del escenario internacional y necesita mostrarse como un amigo del mundo, no como una potencia militar o como un paria que no respeta los derechos humanos", agregó.
Entablar relaciones con Beijing requerirá primero que el próximo papa establezca una postura unificada en el Vaticano, dijo el reverendo Jeroom Heyndrickx, de la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica, quien estudia la Iglesia china.
"En ambas partes —Beijing y Roma— hay algunos que están en favor del diálogo y otros que se oponen. Esa es una razón por la que cada intento de dialogar ha fracasado hasta ahora", dijo.
Sin relaciones formales, ningún clérigo de la China continental participa en la selección del próximo papa. No obstante, el obispo de la región administrativa especial de Hong Kong, cardenal John Tong, es miembro del cónclave.
Tong, quien se negó a conceder una entrevista, es un firme promotor de la colaboración y se ha descrito a sí mismo como un puente para la Iglesia en China. Pero también ha exhortado a cesar la ordenación de obispos no aprobados por Roma, y el año pasado dijo a la agencia de noticias católica uca.com que Beijing debería ver a los católicos no como enemigos potenciales, sino como ciudadanos leales e íntegros.
Su actitud ha sido bien recibida por muchos, que la han descrito como un cambio refrescante respecto a su predecesor de línea dura, Joseph Zen, quien se ha referido a los desacuerdos con Beijing sobre los obispos como "una guerra".