Una forma infalible de medir la vitalidad de una ciudad consiste en saber si dispone de un sitio para que la gente se reúna espontáneamente a celebrar. En el DF, la rotonda del festejo es el Ángel de la Independencia. Quizá hubiera sido más práctico elegir el Monumento a la Revolución, que dispone de una plaza, pero el capricho colectivo prefirió que la victoria fuera alada.
Lo más importante del espacio público no es el uso para el que fue previsto, sino el que la gente le confiere. Por ello, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad ha pedido que se le dé otro sentido a la agraviante Estela de Luz.
Desde su origen, el monumento desafió a la razón y a la ciudadanía. El gobierno de Felipe Calderón convocó a un concurso para construir un arco conmemorativo del Bicentenario de la Independencia, pero el jurado premió una torre; la construcción estuvo manchada por escándalos de corrupción; el arquitecto ganador se deslindó del proyecto, y la inauguración se realizó meses después de la fecha prevista. Si las estelas mayas mostraban el linaje de los gobernantes para legitimar el poder, la Estela de Luz llegó como la prueba en piedra de un gobierno inoperante.
Nada más lógico que la gente se apropiara de ese espacio. Símbolo del ultraje, la Estela se transformó en sitio de reunión para la protesta. Si el monumento al centenario de la Independencia sirve para la fiesta, el del bicentenario sirve para la crítica y el duelo.
No es la primera vez que un inmueble resignifica sus funciones. El cuartel de la Ciudadela, sede de la "decena trágica", es ahora la Ciudad de los Libros, y la antigua Cárcel de Lecumberri, bastión de los presos políticos, alberga el Archivo General de la Nación.
La Estela de Luz representó un derroche; darle otro uso sería un ahorro. Como la Ciudadela o Lecumberri, puede convertirse en un espacio activo para la memoria. No existe una base de datos confiable de las víctimas de la guerra contra el narcotráfico. Durante seis años, cerca de 80 mil personas perdieron la vida y otras 30 mil desaparecieron sin que se conocieran sus destinos. Hasta ahora no son sino un hueco, una ausencia que lastima pero carece de definición. Crear un memorial no se reduce a rebautizar un edificio o convertirlo en talismán, sino a crear un espacio de documentación, una relatoría del pasado.
En la Estela de Luz se encuentra el Centro de Cultura Digital, que se presta a la perfección para los trabajos de acopio y proyección de la memoria. Reconvertir el sitio en Estela de Paz no es un proyecto museográfico: la memoria sólo sirve como algo actual, sujeto a una revisión que permita modificar el presente y decidir otro futuro.
Obviamente, esta iniciativa no acabaría con la violencia. Los asesinatos continúan y urge una mejor política de seguridad. Pero también los símbolos participan en la contienda. Si no se honra a las víctimas, es más fácil que existan.
La categoría de "víctima" es moralmente compleja. Se trata de un muerto inocente. ¿Cómo probar esa inocencia? ¿Es necesario que se conozca a su verdugo para saber de quién es víctima? Esta decisiva discusión ética sólo puede prosperar si hay datos concretos acerca de los muertos y la forma en que fueron ultimados.
La construcción de una memoria colectiva en torno a la violencia también atañe a otros casos pendientes, como la guerra sucia de los años setentas, los feminicidios de Ciudad Juárez, la matanza de Tlatelolco o los periodistas asesinados, que convierten a México en el país de mayor riesgo para ejercer el oficio.
El Centro de Cultura Digital nació con vocación interdisciplinaria para transformar la Estela en un lienzo o una página que recibe diseños y mensajes eléctricos. ¿Qué debe escribir la luz en esas piedras? Hace poco fuimos testigos de una inocente iniciativa que permitió a expresivos ciudadanos construir frases del tipo "I love tlacoyos". Aunque esos lemas no producen daños irreversibles, sólo son memorables como exceso de frivolidad.
Transformar el fallido monumento en Estela de Paz permitiría la producción de narrativas, poemas y trazos luminosos en torno a un tema capital de nuestra hora: ¿cómo combatir la violencia desde la cultura?
Tan importante como disponer de un espacio urbano para el festejo es disponer de un memorial para lo que se perdió en forma innecesaria.
El Movimiento por la Paz ha lanzado una campaña para la creación de la Estela de Paz. Cuando se recojan las primeras cien mil firmas, la propuesta será llevada al presidente Enrique Peña Nieto. La causa puede ser apoyada en www.change.org/esteladepaz
En "El lenguaje de las piedras", célebre texto sobre la estatuaria mexicana, escribió Jorge Ibargüengoitia: "Es probable que en el futuro ya ni siquiera haya monumentos, sino que los edificios van a ser tan expresivos, que bastará con verlos para darse cuenta de las aspiraciones de un pueblo".
En lo que llega ese deseable porvenir, podemos transformar un monumento sin sentido en un espacio destinado a la vida que sólo concede la memoria.