En ocasiones, una nueva etapa de nuestra vida se inicia de la forma menos esperada.
Estaba celebrando mi cumpleaños y lo tuve que hacer en cama, porque un malestar horrible me tumbó, de plano. Para colmo se complicó con una gripe y se me inflamaron los conductos auditivos, lo cual me afectó un poco el sentido del equilibrio. Andaba como La Panchita, que se agachaba y se iba de lado.
En efecto, entramos a la edad de: "esto nunca me había pasado". Una buena revisión general no le va mal a nadie, pero corre uno del riesgo de encontrarse con cosas que no quiere.
Con todo y todo, inicié el peregrinar de médicos. Que si el de aquí, que si el de allá; que el especialista en esto y en aquello. En fin el caso es que he andado de consultorio en consultorio y de laboratorio en laboratorio.
Es entonces cuando te das cuenta de que sentidos tan sencillos, como el del equilibrio, son fundamentales para andar bien. Y buenos y sanos ni en cuenta los tomamos.
Para colmo, no tienes ganas de nada y toda la comida te sabe igual: a trapo.
¡Ah!, por descontado, no puedes tomar una copa de vino, pues estás bajo tratamientos.
Total que, de la noche a la mañana, te ves limitado en diversas formas y comienzas a renegar, porque de alguna manera y en ciertos aspectos, te vuelves dependiente.
Ya no eres la persona independiente que no requería de nadie para hacer lo que le viniera en gana.
Para colmo, te empiezas a medicar con algunas cosas nuevas y tienes que estar atento a tus reacciones, para ver que el medicamento esté surtiendo efectos.
Así, se van añadiendo molestias que, en conjunto, terminan por desesperarte. Por ejemplo, se me inflamaron los tímpanos de los oídos y no escuchaba bien. Así que le llamé al médico para que me recetara un desinflamatorio, porque ya no aguantaba ese estado.
Nos damos cuenta entonces, que somos hojas secas que el viento va arrastrando y que en un descuido, nos deposita en un basurero, sin más.
Fragilidad humana, aunque nos sentimos los reyes de la creación.
¿Qué debemos hacer entonces, ante esta nueva etapa? Primero, tomar conciencia de nuestra realidad: en dónde estamos y qué podemos hacer.
Segundo, prepararnos para enfrentarla de la mejor manera posible. Ya no podemos andar desperdiciándola por dondequiera. Ahora las cosas son a otro ritmo.
Pero debemos agradecer que aquí estamos, pues como dicen por ahí: "Nunca lamentes que te estás haciendo viejo, porque a muchos les ha sido negado este privilegio".
En efecto, me pongo a pensar en muchos de mis amigos muy queridos, que ya no están aquí y se fueron antes de esta edad. Debe ser entonces un privilegio aún estar en este mundo.
Además, dentro de su plan divino, algo tiene Dios reservado para nosotros, si considera que nuestra misión aún no ha terminado.
Preguntémonos, simplemente: "¿A quién le hago falta?"; y ahí puede estar la respuesta a esa pregunta.
Tenemos entonces que cambiar de hábitos. Tomar té, en vez de café. Menos grasas y carnes rojas. El jamón serrano, ni verlo (qué dura es la vida así). Menos huevos, menos tabaco, alcohol en cantidades muy moderadas y por ahí sigue la cuenta.
Y hay que dormir más, volverse metódico, rutinario, por más de que la rutina nos agobie, establecer métodos que nos permitan llevar una vida más sana.
Ojalá lo pueda lograr, pues siempre me rebelo contra lo establecido, no me gusta hacer lo que todos hacen, ni comer una manzana al día sin ganas de comer.
Muchas son las personas que se han preocupado por mí en estos días. A todas les digo de corazón que Dios las colme de bendiciones y de salud.
Porque eso de que lo más importante es el dinero, porque la salud como quiera va y viene, no es cierto. El dinero es importante porque con él consigues salud, pero ésta es lo principal para enfrentar la vida.
Por cierto, qué cara es la salud, sobre todo los medicamentos.
En fin, que aquí seguimos dando la lata y dispuestos a enfrentar esta nueva etapa en las mejores condiciones posibles.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".