Si, como reza el viejo adagio, las coincidencias no existen, sólo se pueden evitar, los máximos responsables de seguridad en Estados Unidos tendrían que estar más atentos.
Hace poco más de un mes, en medio del intenso debate a favor y en contra del control de armas, el presidente del Southern Poverty Law Center, Richard Cohen, dirigió una carta a la secretaria de Seguridad Nacional, Janet Napolitano, y al fiscal general, Eric Holder. "El mes de octubre de 1995, seis meses antes del atentado de Oklahoma City, le escribimos a la fiscal general Jane Reno, advirtiéndole sobre la creciente amenaza del terrorismo doméstico", arranca en su misiva Richard Cohen.
"Hoy -prosigue el texto-, le escribimos para expresarle una preocupación similar y para que se ocupen de establecer una fuerza interagencia que se ocupe de responder a la creciente amenaza de un terrorismo doméstico no islámico". Para los analistas del Southern Poverty Center, el debate sobre el control de armas y el avance de negociaciones para impulsar una reforma migratoria que suponga una vía a la ciudadanía a más de 11 millones de indocumentados, se han convertido en dos poderosos ingredientes detrás de este resurgimiento extremista.
"Nuestros datos, así como los recabados por investigadores independientes, demuestran que el terrorismo de extrema derecha y el número de grupos de odio antigubernamentales se han incrementado notablemente en los últimos años", asegura la carta, al lamentar que el gobierno no haya dedicado más recursos para contener esta amenaza.
Resulta claro que el objetivo de la carta de Richard Cohen era poner al gobierno sobre aviso de las actividades y conspiraciones que su organización había detectado en los últimos años y días, para advertirles sobre la posibilidad de un atentado terrorista similar al que se produjo hace 18 años en la ciudad de Oklahoma, donde perdieron la vida 168 personas. Hoy, estas advertencias del Southern Poverty Law Center, uno de los observatorios más respetados en el estudio y seguimiento de movimientos extremistas en EU, resultan perturbadoras, en medio de una oleada de atentados, ataques, accidentes y amenazas que han coincidido en tiempo y circunstancia en Boston, Texas, Nueva York y Washington.
El propio presidente Barack Obama reconoció el pasado martes que, por el momento, el atentado en Boston, que dejó un saldo de tres muertos y casi 200 heridos, se encuentra en el "terreno de la especulación".
Es decir, ni el FBI, ni la CIA, ni el Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés) saben a ciencia cierta quién o quiénes están detrás de este ataque, cuya investigación avanza en medio de la impaciencia de millones por conocer el rostro de quienes han regresado a Estados Unidos a la pesadilla del terrorismo. Un terrorismo que, en el caso de Boston, no ha sido reivindicado por ninguna organización internacional.
Por el momento, sólo la imagen de dos sospechosos que caminaban en la céntrica calle de Boylston es la pista más prometedora para el FBI y el DHS. Aunque hoy la mayoría de los medios insisten en adelantarse a las pesquisas apuntando sus baterías al terrorismo internacional de Al-Qaeda, no pocos son los que también admiten la posibilidad del terrorismo doméstico, ese que, hace ya 18 años, hizo acto de aparición en la ciudad de Oklahoma, en un atentado perpetrado por el veterano de la guerra del Golfo Timothy McVeigh, causando la muerte a 168 personas.
Ese que dos años antes, también un 19 de abril, desafiaba al establishment gubernamental desde un rancho en Waco, Texas, donde David Koresh, líder de una secta religiosa, se atrincheró con un arsenal que no dudó en utilizar durante un asalto del FBI que dejó un reguero de más de 80 muertos, entre ellos varias mujeres y niños.
Precisamente, la proximidad de estos dos aniversarios con el atentado en Boston, con la explosión en una planta de fertilizantes en Texas, muy cerca de Waco, y el envío de cartas envenenadas con ricina al presidente Barack Obama y al senador republicano por Mississippi, Roger Wicker, no pasó desapercibida para quienes, desde los servicios de inteligencia, trabajan a marchas forzadas para descubrir si se trata de una mera coincidencia, o de una acción concertada de terroristas domésticos, como han advertido organizaciones como el Southern Law Poverty Center.
A manera de ejemplo, en el caso de las cartas envenenadas con ricina baste mencionar que aunque Obama y Wicker no tienen nada en común, -de hecho este último es un defensor de posiciones ultraconservadoras -, se da la circunstancia de que el senador fue uno de los pocos republicanos que apenas la semana pasada rompió con la disciplina partidista para apoyar controles a las armas.
Por el momento, los máximos responsables del FBI piden mesura a los medios y se niegan a adelantarse a los resultados de sus investigaciones para confirmar, o negar, si los responsable de esta extraña sucesión de eventos están relacionados con el terrorismo doméstico o internacional.