El mal estado de salud que padece Hugo Chávez, que repercute en una crisis política en Venezuela, genera un extraño debate en medio de un estado de expectación absurdo, en ese país del cono sur del Continente Americano y en el plano internacional.
Nuestros mejores deseos en el sentido de que Chávez, el hombre, recupere su salud, al mismo tiempo que hacemos votos para que la viabilidad institucional de Venezuela o de cualquiera otro país de la Tierra, no dependa de la salud de una sola persona.
El tema tiene repercusiones internacionales, porque Hugo Chávez ha lanzado a Venezuela a una peligrosa aventura diplomática en la que junto a Irán y Cuba, integran un movimiento que pretende cortar la yugular del petróleo a los Estados Unidos.
En este momento no sabemos cuál pueda ser el parecer de Chávez sobre su presente y su futuro, pero resulta grotesco que al verse gravemente enfermo, se halla aferrado al poder, generando una estrategia político electoral a partir de su propia presunción de inmortalidad, y se halla considerado indispensable para conducir los destinos de Venezuela, en vez de planear un relevo.
La falta de un comunicado oficial del equipo médico que atiende al venezolano, en el que además de especialistas cubanos y venezolanos, se ha sumado una delegación de cuatro facultativos enviada por el gobierno de Brasil y cuatro médicos españoles, ha dado lugar a que se propague información en las redes sociales sobre el supuesto mal estado de salud del dictador, entre la que destaca la que difunde en su blog el periodista cubano disidente Nelson Bocaranda, en el que asegura que el Chávez ha perdido más de treinta kilogramos de peso y que le sobrevino un enfisema pulmonar, como resultado de que su postración en cama sobrepasa los cincuenta días.
Hace una semana, cuando en el periódico español El País apareció una fotografía atribuida a Hugo Chávez en condición de paciente crítico, la alta burocracia venezolana rasgó sus vestiduras por la difusión de una imagen que señalan como falsa, aunque tarde o temprano corresponde al destino que habremos de enfrentar todos los seres humanos, incluido el propio Chávez.
Tanto los rumores referidos como la publicación de la imagen fotográfica que es objeto de comentario, provocaron la aparición de Fidel Castro, que desde su protagónico retiro desmiente a quienes divulgan rumores pesimistas, en lo que implica una absurda carrera propagandística en un sentido y en otro, como si de una campaña publicitaria, de una votación o de la apreciación que del caso en cuestión tenga el público, dependiera la salud del enfermo.
El disgusto de Fidel Castro y los chavistas se explica. Los autócratas permanecen en el poder en función de una urdimbre de mentiras, entre las cuales sobresale el engaño que pretende la condición todo poderosa e inmortal del caudillo, para mantener el destino de los pueblos que dirigen a merced de tales personajes que se consideran a sí mismo como insustituibles y ello constituye su fuerza y en contrapartida su debilidad.
La oposición venezolana y los adversarios de Chávez entran al juego, porque advierten que la estabilidad del régimen chavista, y de la oligarquía burocrática que lo sostiene, depende en gran medida de la imagen de fuerza que proyecte en la conciencia y en la opinión del público del hermano país.
De todos es sabido que el diez de enero pasado Chávez debió haberse presentado a protestar el cargo de Presidente de Venezuela so pena de que el puesto fuera declarado vacante y entrara en su lugar a convocar a nuevas elecciones, el vicepresidente Nicolás Maduro.
Ese día, ante la ausencia del presidente electo, la Suprema Corte de Justicia de Venezuela hizo una interpretación torcida del texto constitucional, según la cual la fecha para la toma de posesión no tiene límite, lo que desde luego genera un vacío de poder que amenaza con desembocar en una crisis de pronóstico reservado.
