La Navidad es una fiesta para los niños -dice mi amigo Benjamín, y es verdad. Ellos nos contagian y por unas horas entramos en el mundo mágico de las luces, de un niñito Jesus que renace todos los años, de un Santa Clos que transportado por unos renos voladores, mete su enorme panza por las chimeneas para depositar los regalos bajo el árbol. Con la fe de los niños, las familias nos reunimos para comer juntos, abrazarnos y obsequiarnos con la seguridad de que hay paz entre los hombres de buena voluntad. Olvidarnos por unos días de la dura realidad para compartir el mundo mágico de las niños, tiene su encanto; especialmente si usted tiene una familia unida y feliz como las que aparecen en la publicidad donde papi, mami, los niños y hasta el perro sonríen junto a un árbol sobrecargado de esferas y regalos. Si usted tiene una familia así; no es necesario desearle felicidad. Seguramente ya la tiene y lo único que me queda por desearle es que nunca esté peor que ahora.
A quienes quiero enviarles un abrazo calientito y abrigador, es a las familias que como la mía, tienen capacidades diferentes porque falta alguno de los padres o alguno de los hijos. A las hijas que a la vieja usanza se han hecho cargo de una madre o un padre amargosos, que en lugar de disfrutar el cariño y el cuidado que reciben; reclaman, exigen, abusan de quien los cuida.
A las parejas ellas-ellas, o ellos-ellos (que siempre existieron aunque una sociedad hipócrita lo soslayara) para quienes aún en nuestro mundo moderno de múltiples opciones; se les hostiliza porque no encajan en el patrón padre, madre, niños y perro feliz. A las madres y los padres que tienen que separarse de sus hijos que han de pasar estas fiestas con el excónyuge y la nueva pareja. A los miles de niños que en situación de calle se reúnen por la noche para compartir su miseria. A los neuróticos que en aún rodeados de una familia amorosa, encuentran la forma de mantenerse amargados. A los enfermos a quienes la alegría de la Navidad margina. Al padre bien macho que acaba de descubrir que su hijo es gay y "ése no entra en mi casa" ordenan.
A tantos padres de familia que pasado el puente Guadalupe-Reyes, aterrizarán en la cruda realidad de enero con las tarjetas de crédito sobrecargadas de gastos que habrán de pagar en seis y nueve meses con intereses. A los hombres y mujeres que en las prisiones, compartirán con sus compañeros una cena muy triste. "Como te ves me vi, como me veo te verás", pensarán llenos de nostalgia los ancianos que solos y olvidados pasarán la Nochebuena frente a la televisión, recordando otros años, otras épocas en las que también ellos tuvieron una familia.
Todos ellos, aunque con capacidades diferentes, son también familia porque: "Donde quiera que dos se reúnan en mi nombre, allí estaré yo" -ofreció Jesús a sus discípulos; y la magia de la Navidad consiste precisamente en eso, en creer que Jesús está entre nosotros.
¿Pero qué clase de aguafiestas es esta señora? ¿A qué a qué viene mencionar tantas tristezas cuando estamos celebrando la temporada más festiva del año? -estará pensando usted que tiene la paciencia de leer estas líneas. Pues viene a que es saludable que lo mismo los felices que los tristes recordemos que ni lo bueno ni lo malo es para siempre. Ya, ya sé que no estoy descubriendo el hilo negro cuando digo que la vida nos sorprende todos los días, pero recordarlo es siempre saludable. Hace apenas un año hubiera sido impensable que la joven Florenz Cassez, condenada a sesenta años de prisión por secuestradora, una noche cualquiera y "haiga sido como haiga sido", voló a su París de origen donde fue recibida con honores, para sólo unos meses después, vestida de blanco y feliz comiendo perdiz; rodeada de los suyos contrajera matrimonio con el joven que conoció cuando se encontraba en prisión; mientras la mujer considerada como intocable y la más poderosa del país, pasará este año una amarga navidad tras las rejas.
Sirva esto para recordar que nunca sabemos para dónde se dirige la vida. Para que los solos, los tristes y las familias con capacidades diferentes, sepan que no están tan solos ni son tan diferentes. Que somos muchos los que en medio de tanta felicidad navideña, no sabemos ni qué hacer con nuestra tristeza, y lo mejor que podemos esperar, es que los niños nos contagien y la magia de la Navidad nos invada.
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